'El espejismo de la ciencia': los diez dogmas del cientificismo actual
La respuesta de Rupert Sheldrake al materialismo cientificista y una exploración algo transgresora de las fronteras de la ciencia
En enero de 2013, Rupert Sheldrake pronunció una charla TED denominada «Visiones para la transición: desafiando a los paradigmas existentes y redefiniendo valores», en la que presentó el libro que nos ocupa. Un par de meses después la charla fue eliminada de la colección TED bajo el argumento de que había cruzado la línea de la pseudociencia. ¿Es Rupert Sheldrake un científico puntero y transgresor que nos advierte de los excesos del cientifismo además de romper con los esquemas establecidos de la ciencia oficial? ¿O se trata de un charlatán de feria alienado por sus creencias de tipo new age que ha subvertido la ciencia y, en efecto, cruzado la línea que conduce a la pseudociencia?
Les confieso que pocos libros me han sugerido tantas ideas nuevas, me han entretenido tanto y me han parecido tan curiosos (si han visto mis vídeos verán que he comentado en ellos varios de sus argumentos). Sin embargo, también se me queda un regusto a exceso que luego explicaré.
El punto de partida del razonamiento de Sheldrake es luchar contra el dogmatismo en la ciencia que parte de la idea de que el único conocimiento fiable sale del método científico. Se dice que la ciencia es capaz de explicar casi todos los aspectos de la realidad del mundo quedando tan solo algunos agujeros que tapar. Cuando se tapen será completamente absurdo creer en Dios o en ningún tipo de otra superchería o magia. «Yo elijo la ciencia, yo elijo creer en la verdad científica» es una frase que se escucha y resuena cada vez más en el mundo. Esta es la idea que intentó desarrollar Richard Dawkins en su libro: El espejismo de Dios (The God Delusion). Sheldrake parafrasea este título en este: El espejismo de la ciencia (The Science Delusion).
La estructura del libro se basa en establecer los diez dogmas del cientifismo actual, para luego someterlos al escrutinio de los criterios de cientificidad y comprobar que no hay ninguno que se mantenga en pie. Este cuestionamiento lo basa el autor en sus propios trabajos de investigación e incluye preguntas a los cientificistas muy directas y normalmente bastante irónicas. Entre los dogmas tenemos algunos que atacan directamente a la posibilidad de espiritualidad y trascendencia en el mundo. Por ejemplo: «el mundo es mecánico y funciona como una máquina, nosotros somos máquinas de carne». O el que dice que «nuestra mente es un subproducto del cerebro y está dentro de nuestro cráneo»; y también « la naturaleza carece de propósito y la evolución no tiene objetivo ni dirección». El autor lanza preguntas como: ¿usted se siente una máquina de carne? ¿Es usted materialista porque está programado para serlo? ¿Si la naturaleza no tiene propósitos, cómo los puede tener usted? ¿Dónde están las evidencias científicas que demuestran que la naturaleza no tiene propósito? ¿Cree que toda la vida consciente y sus experiencias corporales están dentro de su cerebro?
kairós / 514 págs.
El espejismo de la ciencia
Pero sobre todo desmonta que todas esas afirmaciones materialistas sean científicas. Como bien indicó Karl Popper, una teoría no es científica sino es falsable y nada de lo que los materialistas afirman lo es. Son puntos de vista, opciones de la creencias de cada cual, pero, desafortunadamente, muchas veces se presentan bajo el paraguas y el aval de la ciencia.
Respecto a la crítica de haber penetrado en el mundo de la pseudociencia, creo que el autor no pretende que sus teorías alternativas a las afirmaciones cientificistas sean científicas, sino más bien que, puestos a postular creencias, él también tiene las suyas. En particular, desarrolla una teoría denominada resonancia mórfica, que le permite poner en pie una solución al problema mente-cerebro, y apuntar a explicaciones sobre asuntos como la telepatía, la capacidad predictiva de los animales y la tendencia de la naturaleza a seguir determinados fines. Semejante atrevimiento ha levantado sarpullidos entre los que aceptan la dogmática convencional, y les ha servido para atacar vitriólicamente al autor.
Rupert Sheldrake es un personaje ambiguo. Sus ataques al cientificismo y a la ideología atea disfrazada de ciencia son demoledores y pertinentes. Pero se encuadra en el movimiento new age, y tiene tendencia a apoyar teorías seudocientíficas como la percepción extrasensorial, cosa que se puede considerar impropia de un científico. Con todo, estamos ante el libro de un excelente bioquímico que además tiene una imaginación desbordante y rompe con los paradigmas establecidos. Algo que no tiene precio en un mundo que sigue carriles férreos para casi todos los afanes. Y además, ¡qué caramba!, es curioso y divertido, abre la mente y da para mucha buena conversación, aunque por supuesto hay que leerlo con mucho espíritu crítico.