'Sistema de recompensa': la enfermedad social moderna
Las enfermedades (de las redes) sociales se transmiten en esta novela a base de relatos de Jem Calder, en la que el lector se terminará viendo incómodamente reflejado
«¿Cuándo fue la última vez que leíste un relato entero sin hacer una interrupción en algún momento para echarle un vistazo al móvil, actualizar los feeds? Piensa en tus antepasados: ¿tenían ellos la necesidad de revisar el correo cada quince minutos? ¿Qué está pasando aquí exactamente?».
Este planteamiento, que tantas veces hemos escuchado en cenas de Navidad de empresa y que también da mucho juego cuando la cita Tinder empieza a decaer, es el tema central de los relatos que componen Sistema de recompensa (traducción de Inga Pellisa).
Es esta la primera novela de Jem Calder, autor inglés cuya fecha de nacimiento no aparece en la solapa del libro imagino que para no escandalizarnos con su ofensiva juventud. Sin embargo, ni mucho menos peca Calder de joven o de novel en su libro, una ficción cargada de personajes perfilados con tal pericia y atención a los detalles que nos resultará difícil no vernos reflejados en, al menos, uno de ellos.
Esta obra ciertamente lúcida ofrece una radiografía precisa de las enfermedades sociales contemporáneas que aquejan ya a demasiadas generaciones, y resuena con una voz que nunca resulta impostada y con la que el lector consigue conectar antes o después.
El tema central del libro, que gira en torno a unos personajes que se trasvasan entre ellos, es sin duda el truco de escapismo que concede la presencia virtual, del que siempre echan mano cuando la realidad se pone fea o cuando la vida se presenta menos emocionante que un reel. «Por primera vez en la historia de la humanidad, nadie tiene que pensar sus propios pensamientos si no quiere. La tecnología ha abierto en el mundo nuevas ranuras por las que el consumidor tiene acceso en todo momento a un alivio instantáneo, insustancial, distractor». En estos pequeños ensayos con trasfondo sociológico, entregados por fascículos en forma de relatos, el autor expone con claridad y con pinceladas de humor y sordidez la abulia a la que está condenado el trabajador de oficina, el mercado de la carne en las apps de citas, las dificultades de comunicación en la pareja, el miedo al irremediable fracaso y tantas otras cuestiones que han envenenado a una generación a la que se le prometió una vida versión bufé libre y ha acabado conformándose con pillar un par de canapés de fuagrás.
literatura random house / 217 págs.
Sistema de recompensa
Aunque le cuesta arrancar —o que simplemente el primero de los relatos ha sido para mi gusto el menos interesante—, las cinco historias restantes que aparecen en Sistema de recompensa plantean con frescura y claridad toda la sintomatología que afecta a quienes tienen cuenta en, por lo menos, dos redes sociales. Sí, esas en las que estás pensando.
En todas partes han comparado al autor con Sally Rooney —se dice que ella lo ha amadrinado—, una escritora que no me dijo nada con su Gente normal. Con todo, a quien a mí me ha recordado Calder ha sido a Foster Wallace, por su sincera ironía, por dirigir una mirada crítica hacia los pecados sociales y por su capacidad para exponer las vergüenzas humanas, que no son las de allá abajo sino las que, en ocasiones, se pasean traviesas por nuestro pensamiento; y a Bob-Waksberg, con esos personajes deprimidos, profundamente solos y atrapados en una vida patéticamente miserable, incapaces de virar toda su desgracia hacia un final feliz porque entonces de dónde saldría la Literatura con mayúscula. En Sistema de recompensa se ponen palabras a cosas que a todos se nos han pasado alguna vez por la cabeza pero que nos ha dado demasiado reparo admitirnos.
He disfrutado leyendo a Calder y estoy convencida de que estamos ante un autor con una voz muy prometedora. Después de Poco se habla de esto (Alpha Decay, 2022), y echando un vistazo rápido a mis lecturas en curso de Kindle, puedo confirmar que los libros que más me interesan hoy día son los que tienen que ver con eso que al mismo tiempo más me aterroriza: que de tan enfrascados que estamos en nuestra placentera hiperconexión contemporánea al final, a base de escapar mentalmente de todo, nos vamos dirigiendo hacia un inexorable estado vegetativo 2.0: cuerpo perfectamente funcional y cerebro muerto en vida. Pero nada de eso importará mientras salgamos bien en la foto o tengamos a mano el filtro adecuado: ese que nos haga parecer más altos, más jóvenes, más guapos; el que nos siga regalando la dulce y reconfortante sensación de bienestar que solo puede garantizarnos un like.