'El deseo interminable': indagación histórica en torno a la felicidad
Para José Antonio Marina, «la historia es fuente de conocimiento», no de legitimación, y por ese motivo cree que «la expresión ‘derecho natural’ o ‘ley natural’ debería desterrarse del vocabulario filosófico»
¿Podemos ser felices? ¿De qué manera? ¿En qué consiste? Quizá sea esa la gran pregunta, el gran anhelo de la humanidad. Se supone que la respuesta a estas incógnitas se considera la meta de toda persona, por encima de cualquier otra consideración. No en vano, al Cielo se lo define como la Felicidad, y a los santos se los llama «beatos», que es la palabra latina más exacta con que podría traducirse nuestro adjetivo «feliz» —la idea originaria del latín felix es «fértil, fructífero». Al comienzo de La Celestina, el protagonista confiesa a su amada que contemplarla es ese bien supremo: «Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcançar tengo yo a Dios ofrecido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleytan en la visión divina no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo».
Un análisis histórico a estas cuestiones ofrece el filósofo José Antonio Marina en el presente volumen, cuyo título ya aporta pistas. Uno de los rasgos de la felicidad es que parece que nunca se alcanza, porque, una vez cumplidos los deseos, parece que añadimos nuevos deseos. No estamos nunca del todo contentos. La cuestión es que, tal como lo plantea Marina, a lo largo de la historia se han ido dando diferentes respuestas, pero, sobre todo, diferentes enfoques. Desde el hombre del Paleolítico hasta nuestros días, la manera como el ser humano se ve a sí ha ido cambiando. También el modo como ha entendido la existencia y este mundo. Pero hay más. Según Marina, se puede entender la historia como un proceso con dos grandes etapas. La primera es la que denomina «la Edad de la obediencia», que no sólo abarca las épocas muy arcaicas, antigua y medieval, sino los dos primeros siglos de la Modernidad. Porque lo que define uno de los aspectos esenciales de esta obra es su defensa de la Ilustración, de ahí que la segunda gran etapa, que arranca ahí —el siglo XVIII— precisamente, se denomine «La Edad de la rebeldía».
ariel / 304 págs.
El deseo interminable
En su defensa de la Ilustración, Marina niega la mayor a quienes sostienen que son los valores ilustrados y de la Modernidad los culpables de los grandes desafueros de la época contemporánea, desde el imperialismo y el nacionalismo hasta los regímenes totalitarios y el racismo. Por eso se opone a quienes, desde posiciones más conservadoras o más izquierdistas, reaccionan contra la Ilustración. En un momento dado, Marina sostiene: «Como la Ciencia de la Evolución de las Culturas se basa en la historia, tengo que marcar las distancias con el historicismo de los contrailustrados … Para mí, la historia es fuente de conocimiento; para los contrailustrados es fuente de legitimación». Pero ¿qué tiene que ver la Ilustración con la felicidad?, se preguntará cualquier lector. Y lo cierto es que, desde la perspectiva del libro, tiene mucho que ver. Porque, para Marina, la felicidad social o bienestar social —estado de derecho, garantías judiciales, sanidad pública, por ejemplo— es aquello en que se puede estar de acuerdo y, a su vez, ser la base y el contexto seguro para una felicidad individual. Por ese motivo, a lo largo del libro se concede gran importancia a los procesos de urbanización y de configuraciones políticas, en constante evolución y cierta tendencia al progreso.
En este sentido, se entienden las disquisiciones de Marina sobre el origen de los derechos, toda vez que la Ilustración implica que no se fundamentan en la naturaleza del hombre ni en Dios. En concreto, Marina asevera: «La expresión derecho natural o ley natural es tan confusa que debería desterrarse del vocabulario filosófico. Es uno de esos conceptos comodín que pueden adoptar cualquier valor en una jugada … Este ha servido tanto para liberar como para tiranizar».
Por otro lado, Marina también rescata referentes valiosos previos a la Ilustración, como el pensamiento español que condujo a las Leyes de Indias, o la filosofía de Tomás de Aquino. Y también aporta varios pasajes de visión positiva de la religión, en especial la cristiana. Por eso leemos: «La religión ayuda al ser humano a superar las conmociones emocionales, la angustia, el horror, la muerte, el absurdo … Una de las funciones de religión es ordenar el mundo, librarlo del caos. Aglutina al pueblo dándole códigos y conciencia de su identidad». Continúa explicando la conexión entre religión, gobierno y leyes de los dioses, y conciencia de un orden natural: «el orden de la naturaleza se prolongaba en el orden de la ciudad y en el orden del comportamiento». Asimismo, «otra gran función social de religión es fomentar la cohesión de la comunidad». Justamente el concepto de comunidad y bienestar social sea quizá la faceta más distintiva de este libro —al contrario que lo habitual en tratados sobre la felicidad, más orientados a lo individual o a grupos reducidos, como la familia y los amigos—, y ello supone que Marina también muestre, en algún pasaje, una valoración positiva de la Doctrina Social de la Iglesia, como su cita de la Populorum Progressio de Pablo VI.