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Portada de «La taberna de Silos» de Lorenzo G. AcebedoTusquets

'La taberna de Silos': Un Gonzalo de Berceo bebedor, goliardo y detective

Tusquets apuesta por este excelente debut de Lorenzo G. Acebedo, un monje exclaustrado que nos presenta al poeta del siglo XIII tratando de resolver un caso de asesinato en el monasterio

Hace mes y medio, por cosas del periodismo, andaba cerca de San Millán de la Cogolla y aproveché para conocer «la cuna del castellano». Subí al monasterio de Suso y bajé después al de Yuso. Hay en las visitas turísticas, incluso en las más gratas como ésta, un momento de desconexión en el que, mientras relata la guía del grupo, se fuerza uno a imaginar las cosas animadas, en su tiempo, menos solemnes, más cálidas. No es fácil, especialmente si se trata de lugares tan pétreos, cincelados en los libros de Historia. Al final, no obstante la belleza, le queda a uno la impresión de haberse perdido algo, tal vez una voz, un gesto que nos traiga al presente a hombres tan distantes en el tiempo pero no tan distintos a nosotros como pensamos.

La taberna de Silos (Tusquets) arranca en San Millán y transcurre en su mayoría en Silos y hay que decir desde ya que tiene la virtud de acercarnos al siglo XIII y humanizarnos a base de capones a esos señores tonsurados a los que, en el fondo, les movían las mismas cosas de siempre: el poder, el estatus, la bragueta y el vino. Bajo el seudónimo de Lorenzo G. Acebedo se esconde un escritor que, según reseña la editorial, «abandonó en su juventud los estudios teológicos por el retiro monacal y, algún tiempo después, el retiro monacal por una mujer». El propio autor explica que el arranque de este libro «se me ocurrió en la penumbra de mi celda, en un monasterio de clausura que prefiero no nombrar». Ya es peculiar que hoy en día, retrotrayéndonos al medievo, alguien firme de manera, digamos, anónima.

tusquets / 288 págs.

La taberna de Silos

Lorenzo G. Acebedo

Pero no es la única peculiaridad de La taberna de Silos. En ella se nos presenta a un Gonzalo de Berceo maduro, desengañado, descreído, traumatizado por lo que vivió de joven como soldado en las Navas de Tolosa, amancebado con una mujer de su edad (para escándalo de sus hermanos de San Millán, más dados a las jovencitas), demasiado proclive al vino y, por demás, poeta. La historia arranca con el encargo del abad de San Millán de trasladarse a Silos para copiar una Vida de Santo Domingo. Todo se tuerce según llega, con la muerte de un hermano que acababa de recibir una suculenta herencia. Gonzalo de Berceo, poeta, tratará de esclarecer el asunto.

Al pensar en este libro es imposible no aludir a El nombre de la Rosa, germen de un tipo de novela entre el thriller y la historia, con una erudición masticada, de la que bebe La taberna de Silos. También se ha hecho notar la influencia de Raymond Chandler. Sin duda. Hay aquí un caso, una rubia, varias botellas y algunos mamporros. Pero en el tono jocoso de thriller histórico me ha recordado también a la entretenidísima saga de Marco Didio Falco, el detective de vida desordenada en la Roma de Vespasiano creado por Lindsey Davis. Sin embargo, no hay que venirse tan cerca en el tiempo en busca de referencias. El mundo que glosa Lorenzo G. Acebedo ya estaba reflejado en el tiempo diacrónico: es el del Arcipreste de Hita y el de los goliardos.

El autor nos acerca el siglo XIII a base de plantar una mirada cínica sobre un mundo de luchas de poder entre monasterios, entre órdenes y entre el papado y éstas. La erudición de Lorenzo G. Acebedo trasparenta sin que suponga esfuerzo alguno para el lector y se hace notar en asuntos como la forja del castellano, la actividad de los copistas y la rutina monástica. Todo esto lo hace el autor con sencillez y sin vanidad alguna. La cosa fluye. Pero a veces, al menos para alguien no tan amante del género como yo, parece que incluso las propias claves del thriller histórico le sobraran a este libro. Poco me interesa, particularmente, quién sea el asesino; me basta con seguir a esta voz confidente del de Berceo, en primera persona, explicando su mundo a lectores de siete siglos después. Un mundo que, ya digo, suena actual pero no es sólo porque Lorenzo G. Acebedo use claves novelísticas y un tono contemporáneo sino porque realmente aquel mundo era as, como sabemos por las obras de la propia época que se salían de lo formal.

Hay en este autor enmascarado bajo un seudónimo un gran escritor agazapado, un poco retenido por el formato, pero capaz de lanzar en medio de una trama detectivesca guiños de altura, pensamientos profundos y sagaces, párrafos soberbios sobre el amor, la vida y la escritura. Nos quedaremos, por ejemplo, con éste en el que Gonzalo de Berceo explica a otro hermano cómo es una mujer desnuda: «Le expliqué que verlas era una sensación parecida a ver montañas en camino. La forma de la montaña va cambiando cuando avanzamos. Lo que desde un lugar es un pico cubierto de nieve, si te desplazas un poco, se ha transformado en el espinazo de un animal dolorido, a punto de dejarse caer al suelo».