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Portada de «Una pena en observación» de C. S. LewisAnagrama

'Una pena en observación': cuando la auténtica verdad es el amor y no las teorías académicas

Anotaciones de C. S. Lewis a raíz de la muerte de su esposa: una experiencia que le hizo ver en carne cruda e hiriente hasta qué punto sus creencias eran o no ciertas

Los libros de C. S. Lewis (1898–1963) —desde Cartas del diablo a su sobrino hasta Las crónicas de Narnia; desde La abolición del hombre hasta Los cuatro amores— pueden parecer un bello compendio de doctrina cristina presentada con elegancia, matices evocadores y precisión en la que se abracen ecuménicamente el anglicano y el católico, el luterano y el ortodoxo. Y, quizá por este mismo motivo, a veces se antojan como lecturas demasiado bien trabadas, donde todo discurre con armonía.

Sobre este aspecto versa la película de Richard Attenborough, Tierras de penumbra (1993), en la cual se narra parte de la vida de este autor británico nacido en Belfast, profesor oxoniense y también catedrático de Cambridge. En el otoño de su existencia conoció el amor y contrajo matrimonio. Y supo, de verdad, en la experiencia concreta y dolorosa, qué significa aquello de amarse en la felicidad y en la contrariedad, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. La película demuestra que sus sugestivas conferencias y clases magistrales tenían algo de falso, porque Lewis hablaba desde la teoría. Todo eso cambia en este libro. Aquí surge la verdad real, la verdad vivida, la verdad del amor. Porque el amor es la única verdad, no la que se deposita en los tratados y manuales académicos.

ANAGRAMA / 104 págs.

Una pena en observación

C. S. Lewis

En Una pena en observación no hay teoría. Lewis indaga en la traumática vivencia, en los días y meses y años que ha compartido con su esposa —a la que, con pudor, llama «H»—, y se encara ante Dios. ¿Por qué Dios envía o permite el dolor? Lewis lleva a cabo un duelo completo, y tiene la sensatez de ponerse a escribir, a poner negro sobre blanco qué es lo que sucede, a reflexionar y a indagar de manera plena y profunda qué es lo que ha supuesto su vida, su amor, su cariño, su pérdida. Sin duda, un ejercicio de catarsis muy aconsejable y que pocas personas tienen el buen tino de imitar. Lewis se confiesa. Ante sí mismo, ante Dios, ante nosotros. Y se pelea, saca su rabia. Y emprende un recorrido auténtico, no trazado, no planeado, no trillado, no atento a unas pautas y unas conclusiones prefijadas; al contrario, va «a calzón quitado». Por eso, este es un libro breve, pero completo. Todo se pone en duda y suspenso, porque es la propia realidad la que obliga a ello.

En la película de Attenborough, el personaje de Lewis— interpretado por Anthony Hopkins— se pregunta: «¿Por qué amar, si perder duele tanto?». Y se responde, con una claridad diáfana, de epifanía deslumbrante: «El dolor de ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato». Porque Una pena en observación no es un libro sensiblero; al contrario. De ahí que, en un momento dado, leamos: «Sentimientos, sentimientos, sentimientos. A ver si, en vez de tanto sentir, puedo pensar algo». Su crudeza no acaba, a la postre, con su fe, pero tampoco pretende confirmarse de manera voluntarista. Por tanto, puede suponer una lectura aconsejable en cualquier momento; incluso el hombre más sabio llora y vacila de todas sus supuestas certezas. La tribulación de Lewis, aunque sea muy personal e intransferible, se parece a las nuestras. «¿Qué quiere decir la gente cuando afirma: ‘Yo a Dios no le tengo miedo porque sé que es bueno’? ¿Han ido al dentista alguna vez?», nos comenta Lewis.