'El mago del Kremlin': la política como ficción

Se han escrito numerosos textos (ensayos, artículos, informes) explicando la evolución política, económica y social de la rusia postsoviética desde diferentes puntos de vista (muchas veces encontrados). Faltaba, no obstante, una de las perspectivas más importantes: la narrativa. Y ha sido un extranjero el que se ha aventurado a ficcionalizar los últimos años de Boris Yeltsin y el ascenso de Vladímir Putin hasta los umbrales de la guerra de Ucrania en esta lúcida novela.

El mago del Kremlin es la primera novela del francés de origen italo-suizo Giuliano da Empoli. Con ella ha ganado el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y el Premio Honoré de Balzac, además de quedar finalista en el Goncourt, que no es un mal modo de comenzar. Pero Empoli no es un joven autor en el inicio de su carrera, es ensayista, profesor universitario y asesor político (entre otros cargos, fue consejero de Matteo Renzi); es decir, ha conocido la política desde la teoría y desde la práctica, solo le faltaba adentrarse en ella como ente de ficción.

La narración, respecto al ensayo, no tiene por qué ser verdadera, sino verosímil. Empoli parte de una premisa no verdadera para contar grandes certezas: el protagonista, Vadim Baranov también llamado «el mago del Kremlin», no existe, pero da sentido a todos los acontecimientos de la novela. No solo entendemos tras su lectura gran parte de las motivaciones y movimientos de la actual Rusia, sino que se desarrolla toda una teoría del poder en sociedad.

Una de las herramientas más útiles que aporta el relato es el cambio de perspectiva. Permite ponernos en el lugar del otro y al ver el mundo desde su punto de vista nos aporta amplitud de miras. En esta novela, se nos da la perspectiva de los rusos sobre su propia realidad. No pretende convencer sino mostrar y alejarnos de una visión simplista de buenos y malos, blancos y negros.

El protagonista es un dramaturgo experimental perteneciente a la antigua aristocracia. Da un giro importante como productor televisivo de éxito en los años noventa que culmina cuando un desconocido Putin le contrata como asesor político. Su conocimiento del alma rusa gracias a su estirpe, más su experiencia como dramaturgo y agente televisivo convierten al presidente en un nuevo Zar. El pueblo está cansado de las humillaciones internacionales que padece su presidente hasta ese momento, Boris Yeltzin, así como la rapiña que sufre el país por parte de una oligarquía adinerada y obscenamente acaudalada. Quiere respeto y seguridad, y eso es lo que Putin les otorga a cambio de poder infitino.

Baranov se da cuenta de que Rusia no necesita democracia, sino relato. Putin termina con los oligarcas y las mafias y se crea una nueva camarilla de seguidores que vuelven a dominar las grandes empresas estatales, pero esta vez bajo su mando. Un mando que, como en tiempos del Imperio, no debía ser ni ecuánime ni predecible. La inseguridad de los de arriba mantiene la unidad de los de abajo. Del mismo modo, rompe las convenciones de la política internacional con la idea de que solo a los locos se les teme, y Rusia se merece ser temida de nuevo.

Uno de los motivos que me llamaron la atención de este libro fue una inicial referencia a la novela Nosotros de Zamiatin, que reseñé aquí hace unas semanas. Nosotros es una distopía escrita antes de que los totalitarismos arrasaran Europa. Su afán profético se extiende en este libro hacia nuestro propio futuro. Baranov termina su historia augurando el advenimiento de un gran ordenador digital, una inteligencia artificial que ordene todo al modo del «Benefactor», el gran dictador racional y deshumanizado de la novela de Zamiatin. Este último giro me parece un salto de equilibrista demasiado arriesgado. El gobierno pre-político y absolutista de Putin, basado en las narrativas patrias representa justamente un retroceso respecto a la evolución mecanicista que se anuncia. Narrativamente tampoco explica el largo monólogo vital que constituye la novela y deja al lector con ganas de explicaciones. Empoli es especialista en política internacional y el dibujo que hace de la realidad rusa me parece más que convincente. Se aprecia aquí su menor experiencia como narrador. Tal vez lo verdadero haya eclipsado lo verosímil.