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Portada de «Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia» de Lea YpiAnagrama

'Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia': cuando la libertad solo es propaganda

Lea Ypi pone por escrito sus vivencias y reflexiones académicas, desde el colapso del régimen hasta la guerra civil albanesa de 1997, en páginas híbridas de ensayo y crítica sociopolítica

Durante la pandemia, a partir de unas palabras inspiradoras de su abuela: «Cuando nos resulta difícil ver con claridad el futuro hay que pensar qué podemos aprender del pasado», Lea Ypi (Durrës, 1979) comienza a poner por escrito sus vivencias y reflexiones académicas en Free. Coming of Age at the Ende of History (2021), una obra que ha sido galardonada con el Ondaatje Prize de la Royal Society of Literature y que ha sido traducida a más de veinte lenguas, entre las cuales figura la reciente traducción al castellano realizada por Cecilia Ceriani para la editorial Anagrama: Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia (2023). Especializada en teoría crítica y marxismo, la pensadora y profesora de Teoría Política en la London School of Economics ha centrado su investigación en la interpretación de la obra de Kant (The Architectonic of Reason on, Oxford University Press, 2021) y en algunas cuestiones relacionadas con la justicia, la migración y la ciudadanía (junto a Jonathan White ha publicado The Meaning of Partisanship (2016) y junto a Sarah Fine ha publicado Migration in Political Theory: The Ethics of Movement and Membership, Oxford University Press, 2012).

Tras emigrar de su país con dieciocho años de edad para estudiar filosofía en la Universidad de La Sapienza en Roma, Lea se doctoró en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, fue investigadora postdoctoral en la Universidad de Oxford y se afincó en Londres, sin que hasta el momento haya regresado a Albania.

Con una estructura en dos partes, cronológicamente diferenciadas, y un excelente epílogo, Lea Ypi recorre en Libre los años que se extienden desde su infancia hasta diciembre de 1990, cuando colapsa el régimen y, finalmente, hasta la guerra civil albanesa de 1997. Nos encontramos ante una obra autobiográfica, de tono memorialístico, en la que recrea sus años de infancia y juventud en la Albania comunista de Enver Hoxa.

Las buenas relaciones de Albania con la URSS se mantuvieron hasta el fallecimiento de Stalin en 1953; ese mismo año, durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que se celebró en febrero, Kruschev, tras revelar los crímenes cometidos por el dictador, demolió la imagen de Stalin y a la desestalinización del país. Sin embargo, Enver Hoxa le rindió lealtad en nombre del pueblo albanés y se mantuvo fiel a la disciplina y a los postulados de la ortodoxia marxista-leninista hasta su muerte en 1985; a pesar de que unos años antes, en 1981, había transferido la jefatura del gobierno a Ramiz Alia, Hoxa mantuvo el poder y el control político; aunque comenzaron entonces algunas reformas, el régimen de espionaje y la represión de cualquier tipo de oposición desataron las protestas y manifestaciones hasta que el 12 de diciembre de 1990 su país «fue declarado oficialmente un Estado multipartidista, donde se celebrarían las elecciones libres» (138): «Yo siempre había pensado que no había nada mejor que el comunismo. Todas las mañanas de mi vida me despertaba deseando hacer algo para que llegara más rápidamente. Pero en diciembre de 1990, los mismos que habían participado en las marchas que celebraban el socialismo y el avance hacia el comunismo se echaron a las calles para exigir su fin. Los representantes del pueblo manifestaron que las únicas cosas que habían conocido bajo el socialismo no eran la libertad y la democracia, sino la tiranía y la coacción» (139).

anagrama / 324 págs.

Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia

Lea Ypi

En estas memorias biográficas, híbridas de ensayo y de crítica sociopolítica, plantea una reflexión sobre la libertad y las relaciones de esta con la propaganda y con las ideologías. Desde unas primeras anotaciones diarísticas, que escribe con once años de edad, recrea con inteligencia, ingenuidad y polifónicamente, como hiciera Dostoievski, las voces y las controversias que se alzaron ante el anticomunismo en un momento histórico álgido, sin la pretensión de convencer a nadie de nada: «Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin». Desconocía entonces Lea que era bisnieta de un primer ministro que hubo en la Albania precomunista, que su abuelo Xhafer Ypi, primer ministro del rey Zog, había colaborado con las fuerzas fascistas de ocupación y que fue prisionero del régimen por sus orígenes familiares durante veinte años ―a pesar de que estuvo a punto de enrolarse en las Brigadas Internacionales para defender la República en España―, y que sus padres habían sufrido la persecución del régimen de Hoxha y de su heredero Alia.

A los pies de la estatua de bronce da inicio el relato cuando siendo una muchacha, a la salida del colegio, es testigo de los disturbios callejeros provocados por el odio de los manifestantes anticomunistas y se refugia tras la efigie que había sido decapitada. Bajo la perspectiva de la mirada inocente de la niña despierta, que percibe y absorbe los eslóganes y mentiras oficiales de la organización juvenil del partido y los mensajes propagandísticos y los ideales del comunismo de manera totalmente diferente a los adultos, Libre muestra cómo se crece en un contexto y régimen autoritario: «En los días siguientes se fundó el primer partido de la oposición y mis padres me revelaron la verdad, su verdad. Me dijeron que mi país había sido una cárcel a cielo abierto durante casi medio siglo. Que las universidades que habían perseguido a mi familia eran, sí, instituciones de enseñanza, pero de un género muy peculiar. Que cuando mi familia hablaba de la graduación de nuestros parientes, en realidad se referían a que acababan de salir de prisión. Que obtener una licenciatura era un lenguaje en clave para referirse a que habían cumplido la sentencia. Que las iniciales de las ciudades universitarias eran las de los diferentes centros de encarcelamiento y deportación: B. de Burrel; M. de Maliq; S. de Spaҁ.» (140).

La desilusión política y el desmoronamiento moral fueron dramáticos para Lea, pues fue consciente de que todo lo que su familia había dicho hasta ese momento había sido mentira: «Y de pronto me quedaba sin nada, excepto por unos fragmentos del pasado, pequeños y misteriosos, como unas pocas notas de una ópera perdida en el tiempo» (140)

Con las palabras «Todo el mundo quiere irse» comienza la segunda parte de la obra, de tono algo más sombrío, cuando gran parte de la población albanesa pretende desplazarse en barcos civiles o militares o a pie a las democracias liberales europeas (Italia, Turquía, Grecia, Italia, Polonia, Hungría y Checoslovaquia), que antes habían criticado la falta de libertad para abandonar el país y ahora les niegan la entrada.

No fue tampoco sencilla esta transición hacia la libertad, pues su país, en medio del asalto de capitales extranjeros y de la actuación de las mafias, se vio inmerso en situaciones de emigración y desempleo masivos y vio quebrarse sus sueños de progreso y de libertad. También llegaron la quiebra del universo familiar con la pérdida de trabajo de sus padres (ingeniero y maestra, respectivamente) y su diferente adhesión política (su padre fue diputado del Partido Democrático y su madre defendió su credo neoliberal, liderando algunas organizaciones de mujeres) y con la pérdida de las inversiones de los ahorros familiares en empresas de nueva creación que pronto se declararon insolventes y con la guerra civil que estalla en Albania cuando Lea cumple dieciocho años, de la que toma registro en su diario, según reproduce en el capítulo 21. La situación se complica para Ypi, cuando su madre tuvo que huir del país con su hermano pequeño sin poder despedirse de su familia, y psicológicamente se retrotrae a las crisis ya vividas: «Era como retroceder a 1990. Era el mismo caos, la misma sensación de incertidumbre el mismo hundimiento del Estado, el mismo desastre económico. Pero con una diferencia. En 1990 no teníamos más que esperanza. En 1997 también la perdimos» (308-309).

Consciente de la importancia de los acontecimientos históricos y de su trascendencia por encima de las convicciones ideológicas y de las teorías, Lea Ypi sobresale como una de las voces contemporáneas que invita a acercarse a los acontecimientos históricos acaecidos sin prejuicios ideológicos con el fin –según ha manifestado en alguna entrevista– de desafiar la tesis de que las sociedades que han sido víctimas de un régimen autoritario viven con el cerebro lavado por dicho régimen, y con el propósito de enfrentarse a la creencia de que todos los males del mundo se deben a la crueldad de los líderes políticos y de las instituciones y de que los individuos no podemos aprender nada de aquello.

Libre nos invita, asimismo, a plantearnos desde una perspectiva generacional diferente cómo puede ser nuestra percepción del pasado y nuestra relación con él y cómo podemos pensar sobre el futuro a partir de los acontecimientos vividos: «Mi mundo está tan lejos de la libertad como aquel del que mis padres intentaron escapar. Ambos distan mucho de ese ideal. Pero sus fracasos adoptaron formas muy diferentes y, si no hacemos un esfuerzo por entenderlos, continuaremos divididos para siempre. He escrito mi historia para explicar, para reconciliar y para continuar la lucha» (318).

Las vivencias biográficas sobre los modelos de socialismo que existieron durante la Guerra Fría se condensan en unas reflexiones que aparecen en el epílogo: «Este es el libro. Al principio iba a ser un libro filosófico sobre la superposición de las ideas de libertad en las tradiciones liberal y socialista. Pero cuando comencé a escribir, igual que cuando comencé a leer Das Kapital, las ideas se convirtieron en personas; en las personas que me hicieron ser quien soy. Se amaban y se peleaban, tenían diferentes conceptos de sí mismos y de sus obligaciones para con los demás. Eran, como escribe Marx, el producto de relaciones sociales de las que no eran responsables, pero, a pesar de ello, intentaron superarlas» (317-318).