'Voces hispánicas del siglo XVIII': una cartografía de la Ilustración católica
Tras haber radiografiado la vida intelectual del Siglo de Oro en su anterior ensayo, José Ignacio Peláez Albendea recupera las principales voces hispánicas del siglo XVIII
Hay pasados saturados de historias y otros que buscan desesperadamente quienes les escriban. El siglo XVIII se encuentra entre los segundos. No es una época histórica que concite interés desbordado por parte de autores y lectores. En el imaginario establecido sobre la historia española suele ser coloreado con tonos grisáceos o sin apenas interés. Aunque sepamos que no fue así ni mucho menos. Este aparente descuido anima a que las querellas se desliguen de la confrontación presentista, pero también favorece que se mantengan imágenes y estereotipos desechados por la historiografía. Así que cualquier publicación sobre el dieciocho hispano debe ser motivo de celebración. Es un tiempo para valientes. Voces hispánicas del siglo XVIII revela un siglo fértil en el ámbito de la cultura que ha sido escamoteado en demasiadas ocasiones.
Tras haber radiografiado la vida intelectual del Siglo de Oro en su anterior ensayo (editado también por Rialp), José Ignacio Peláez Albendea ha querido recuperar a las principales figuras intelectuales del siglo XVIII español. Su repaso de aquellos días atraviesa todos los campos culturales desde la poesía al ensayo, pasando por la teología, el teatro o la ciencia. La larga lista de apellidos es, en líneas generales, más conocida que apreciada a nivel popular: Jovellanos, Blanco White, Fernández Moratín, Fray Benito Feijoo, Torres Villarroel, Juan Pablo Forner, Jorge Juan o María Rosa Gálvez.
La tesis fundamental de este trabajo puede sorprender a bastantes de los lectores que se hayan quedado con la habitual visión de la Ilustración repleta de prejuicios y lugares comunes. Para Peláez Albendea, la religión jugó un papel central en el desarrollo del pensamiento ilustrado hispánico. No es una hipótesis extravagante. La historiografía internacional ha roto desde hace décadas con esa idea de los ilustrados como un cuerpo de radicales comecuras, filósofos antirreligiosos y escépticos de mentalidad racional. La Ilustración no fue un movimiento descristianizador o, al menos, no lo fue en muchas de sus propuestas.
rialp / 566 págs.
Voces hispánicas del siglo XVIII
Este espíritu religioso ilustrado no fue una peculiaridad española. Ulrich L. Lehner, probablemente uno de los más destacados historiadores de esta Ilustración de carácter religioso –y que en nuestro país conocemos solamente por su ensayo teológico Dios no mola (Homo Legens)–, lo ha demostrado con solvencia en sus trabajos. Es una pena que no aparezca citado en este ensayo, porque hubiera enriquecido mucho sus páginas. Su The Catholic Enlightement (Oxford University Press) bien merecería una traducción. El subtítulo de este libro es toda una declaración de intenciones: la historia olvidada de un movimiento global.
Porque, en el fondo, la Ilustración fue un fenómeno multiforme donde encontramos lecturas diversas y, en ocasiones, contrapuestas. No todos los ilustrados creían que la religión era un conjunto de supersticiones irracionales que tiranizaban al ser humano. Hubo voces entre sacerdotes, religiosos y laicos que buscaron hacer atractivo e inteligible la teología católica en un mundo cambiante. Estos pensadores creyeron, con sinceridad, en la posibilidad de conjugar su fe con las novedades de la modernidad. Hasta hace bien poco era realmente una historia olvidada.
Jonathan I. Israel ha defendido en varios volúmenes que dentro de la Ilustración nos encontramos con dos sensibilidades diferenciadas. Hay una Ilustración radical y otra moderada, que dividieron el ideal ilustrado a lo largo y ancho de Occidente. Los primeros fueron los más revolucionarios y se situaron cerca de las clases populares, mientras los moderados, que cohabitaron con la nobleza y la corte, tuvieron la pretensión de efectuar mejoras en el sistema. Es más, estuvieron apoyados por los poderes más importantes de la época, que buscaban reformar sin destruir el pasado. Y esta es la tradición que encaja a la perfección con estas voces hispánicas que se rescata en estas páginas. Después de su lectura sigue en el aire la pregunta que ocupa a muchos especialistas: ¿podemos hablar de una Ilustración católica o es más adecuado pensar en católicos que fueron ilustrados? La cuestión tiene su importancia, pero aún no se ha agotado.
Lo que sí sabemos es que el debate cultural y político dieciochesco fue entre católicos. O, dicho de otra manera, tan católicos fueron los ilustrados que buscaron la transformación de la monarquía como los reaccionarios que se pusieron en su contra abanderando una lectura tradicionalista del pasado. La fe no fue algo accesorio en estas discusiones y proyectos. Peláez Albendea descubre sus cartas al final del texto. Su preocupación se asienta un interés creyente. En esto también coincide con las preocupaciones del propio Ulrich L. Lehner. Estas biografías del siglo ilustrado no son un mero pasatiempo historiográfico, sino que deben ayudar a los católicos actuales a repensar las formas de establecer un diálogo fecundo entre fe y cultura. No es tarea pequeña para los tiempos que nos ha tocado vivir.