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Portada de «Esos tus ojos» de José Julio Cabanillas

'Esos tus ojos': realidad transfigurada y oraciones compartidas

El tono sosegado de José Julio Cabanillas, la ambientación de naturaleza viva en la mayor parte del libro invitan a la reflexión reposada y prestan imágenes desde las que comenzar un rezo propio

La nueva entrega poética de este autor de la generación de los ochenta constituye un nuevo escalón en su quehacer, iniciado editorialmente con Canciones del alba (Renacimiento, 1990). Su lírica, expresión de vivencias internas marcadas por una religiosidad que no rechaza su adscripción, sino que la remarca desde el título, destapa y comparte las palabras inspiradas recibidas durante la oración. El tono sosegado, la ambientación de naturaleza viva en la mayor parte del libro invitan a la reflexión reposada y prestan imágenes desde las que comenzar un rezo propio. La presencia por alusión, por descripción, por recreación, por adoración o por invocación a Cristo y a su madre constituye el auténtico hilo en que se engarza la sucesión de poemas.

Sostenidos formalmente, por lo general, con el ritmo del endecasílabo, la levedad de los versos de sílabas impares y las distintas rimas se concilian bien con los contenidos, al tiempo que cierta variedad de melodías, amparadas en metros tradicionales, como el soneto, la silva, la copla, el romance octosilábico o el heroico, confieren al libro amena heterogeneidad.

númenor / 80 págs.

Esos tus ojos

José Julio Cabanillas

Según Lucas Buch, autor del prólogo introductorio, el libro se estructura en tres partes, a saber, el encuentro de una vida nueva, la presencia que se descubre gracias a ella, y la relación con las personas que la hicieron posible (pág. 10). En ese sentido, cabe entender un itinerario muy personal y unos poemas trazados al compás del diario transcurrir, pero, sobre todo, del meditar diario sobre la presencia de Dios en la propia vida.

El poemario se abre con la recreación de una escena evangélica, en la cual el yo poético se posiciona procurando mirarla con los ojos de un personaje, para facilitar la contemplación. El yo poético se trasmuta entonces en soldado romano para asistir y participar de los golpes y escupitajos propinados a Jesús y recibidos mansamente por quien no cierra los ojos, centrado como parece en llamar a ese personaje identificado con el autor, «José Julio», «con un montón de estrellas que se caen / como pavesas vivas por sanarme» (pág. 19).

Este, el de la recreación de una escena narrada en el Nuevo Testamento, constituye un tipo de marco o estructura de oración que se repite en «Getsemaní I»: ahí el yo poético se identifica con parte de esa muchedumbre «con su angustia cogida de la mano», «esa mano dañosa que no puede curarte, / que no puede sanarte y te hace daño» (pág. 29). En «Getsemaní II» y en «Jesús preso» se traduce el sentir del propio Jesús, partido por todos los hombres que ama y a quienes precede (págs. 31 y 36-37); en «La señal», la primera persona forma parte de lo que parece el grupo de pastores privilegiados por ser los primeros en conocer el nacimiento del Mesías, y relata desde esta perspectiva el anuncio, aunque en un giro se descubre, invisible, al resto de la humanidad (págs. 63-64).

Otra forma o marco para orar que comparece es la tradicional de la adoración, expresada o trasladada a palabras, en el soneto «Los pasos», «…desde las rubias pajas a la cruz / […] Beso los blancos pies que todavía, / tan niños, no te sirven para andar. / Beso el polvo en tus pies por Samaría» (pág. 47), o en «Venite adoremus» (pág. 65). Las plegarias o la oración de petición asoman una y otra vez en medio de otras fórmulas, y se hacen notar particularmente en los poemas dedicados a la Virgen María (págs. 66-68). Igualmente, el reconocimiento humilde de las propias culpas y la contrición por el dolor causado (pág. 34), acompañado del deseo de cambiar de vida (pág. 35), de no separarse ya nunca del Ser que llena la existencia (pág. 52). Entre estas oraciones, las descripciones de la trayectoria de la relación con Dios destacan por ciertas imágenes novedosas, ya en los sonetos «Mal sueño» y «Un balón» (págs. 40 y 58), ya en un romance heroico «Ahora y en la hora» (pág. 41). Con estas distintas formas alterna la meditación en que se reflexiona sobre la presencia de Dios en la propia vida.

En algunos casos, también se hace oír la intención divina, como en el hermoso poema «En la casa del padre», en que sobresale la reificación como recurso llamativo: «A cada instante sufres averías / por más que te reparo» (pág. 69). La suavidad de los heptasílabos ablanda el tono, que de ningún modo suena a censura acre, sino a compasión.

Ahora bien: comunicar públicamente estas oraciones no impide mantener también la reserva misteriosa de algunos poemas, calzados de símbolos personales a la manera de la tradición machadiana, como «Dama de noche» o «Espantapájaros» (págs. 70, 72). Siempre queda un espacio de intimidad entre Dios y cada hombre.