Entrevista
Don Winslow: «Me arrepiento de haber escrito algún episodio muy violento que ocurrió de verdad»
El exitoso autor americano repasa su trayectoria personal y profesional, sus aciertos y sus errores, meses antes de que llegue la novela con la que cierra su ciclo como autor de ficción para dedicarse al activismo político
A Don Winslow (Nueva York, 1953) cuarenta minutos le dan para mucho. Se emociona, ríe y comparte pequeños Toblerone que andan sobre la mesa. Estar cara a cara con uno de los mejores narradores de novela negra del mundo impone. Pero cuando conoces su mundo, su vida al fin y al cabo, vuelves a sus páginas con otros ojos. Hace poco anunció que la obra que cierra la trilogía de Danny Ryan, prevista para primavera, será la última de su carrera. Antes de que llegue ese momento –para el que todavía tiene tiempo de rectificar–, ha recogido el premio José Luis Sampedro en el Festival Getafe Negro.
–¿Qué tal por Madrid? ¿Le gusta España?
–Claro que me gusta España. Ha sido un lugar muy importante para mí. Antes de que yo vendiese muchos libros en Estados Unidos, vendía más en España. Me habéis apoyado económica y emocionalmente desde hace mucho tiempo.
–¿Es verdad eso de que cuando cierre la trilogía de Danny Ryan dejará de escribir novelas?
–Es verdad. De hecho, la trilogía ya está escrita. Ha sido el trabajo de una vida entera en muchos sentidos.
–¿Se ha cansado ya?
–No es tanto que me haya cansado de escribir. Esta trilogía la empecé cuando tenía 28 años. Me fui de casa a los 17 y viajé por el mundo durante mucho tiempo. Recientemente, regresé y empecé a pasar parte del año donde crecí, donde muchos de estos libros están ambientados. Así que era una vuelta en sentido doble, como el cierre de un círculo. Siento que en Estados Unidos estamos atravesando un momento existencial a nivel de nuestra democracia. Sea el que sea mi talento o mi energía, va a estar mejor empleado en la lucha en contra de lo que yo veo como el neofascismo.
La única responsabilidad que tiene un autor es la de escribir bien
–¿La literatura va más allá de la estética y se puede utilizar también como ariete político?
–Nunca diría que un escritor tiene la responsabilidad de hacer eso. La única responsabilidad es la de escribir bien. Dicho esto, creo que escribir sobre drogas, emigración o encarcelamientos te convierte en alguien político. Lo que he intentado hacer en estos libros es que esos temas sean más humanos. Ir más allá de los titulares. Y lo digo sin ningún tipo de ofensa para los periodistas, yo que comienzo el día leyendo cinco periódicos diferentes. Los novelistas tienen el permiso de hacer cosas que los periodistas no pueden hacer a la hora de imaginar las vidas interiores, los sentimientos, los pensamientos del pasado.
–Hablando de actualidad y titulares. Con el asunto del fentanilo, parece que la lucha contra las drogas no es tal. Se combate a quienes las utilizan como negocio, pero quizá la crisis sanitaria queda en segundo plano.
–Si se define como lucha, se ha perdido la lucha. Hemos estado luchando durante 50 años y las cosas están peor que nunca. Lo que necesitamos desesperadamente es fijarnos en los efectos sobre la salud de las personas. Hablaría de tres puntos. Uno es la educación. Cuando haces que algo sea ilegal, lo conduces hacia la oscuridad. El segundo es la reducción de daños. Si adoptamos una actitud moralista y juiciosa, dejamos de lado salvar vidas. El tercero es el tratamiento. Las drogas no son un problema militar o criminal, sino de salud pública. Estados Unidos tiene el nivel de población encarcelada más alto de la historia en todo el mundo. ¿Qué bien hace eso? En lugar de meter a la gente en esta puerta giratoria incesante, tenemos que mandarles a que obtengan tratamiento. ¿Funcionará la primera vez? Probablemente, no. A la segunda o la tercera, a lo mejor sí. Y luego, diremos: «Bueno, es que es demasiado caro». Sólo que no lo es. La cárcel y la policía cuestan más.
He estado 23 años escribiendo estos libros y he conocido a mucha gente. La mayoría están muertos
–Ha escrito algunas de las grandes novelas sobre el narcotráfico. ¿Qué le atrae de la violencia?
–Nada. He visto demasiada violencia. Hay muchas veces que creo que he tomado las decisiones equivocadas. Cuando escribes sobre algo como el cártel de droga mexicano, lidias con un nivel de violencia y de sadismo que no te podrías ni imaginar en tus peores pesadillas. Como escritor, me tuve que enfrentar a una elección, y no estoy seguro de haber acertado. ¿Maquillas la violencia? ¿O la escribes de manera realista y gráfica? Elegí la segunda opción porque quería que los lectores americanos y europeos comprendieran lo que está pasando con una reacción vívida y visceral. Estoy a favor de la legalización de las drogas, pero si lees estos libros entenderás que esa droga recreacional que se utiliza en una fiesta es muy probable que tenga sangre de mujeres y niños por todas partes.
A medida que iba escribiendo estos libros, me empecé a preguntar dos cosas. ¿Estaba atravesando esa fina línea de lo que yo llamaría la pornografía de la violencia? Creo que por momentos lo hice. El otro tema fue el psicológico. La gente se inmuniza a la violencia. Durante muchos años, fui detective y cubrí homicidios. Te vuelves inmune a lo que ves para poder hacer tu trabajo. Como escritor, me ocurrió algo parecido. Me estaba volviendo insensible. Y pensé que también le pasaría al lector. Empecé a escribir menos situaciones violentas, y más sobre la reacción a ellas. Que la gente entrara en la escena más tarde. Escribía sobre el luto, la pena o la culpabilidad.
No hay un solo incidente de violencia en mis libros que no haya ocurrido de verdad. Pero hay un par de ellos que me arrepiento de haberlos escrito. Recuerdo el día que lo hice. Recuerdo no dormir la noche de antes, sabiendo que al día siguiente tenía que enfrentarme a esa escena.
Si alguien debería construir un muro, es México
–¿La trilogía ‘El cártel’ salda de alguna forma la deuda que Estados Unidos tenía con México en el campo del narcotráfico?
–Para nada, ni de cerca. No es el problema mexicano de la droga. Es el problema americano de la droga. Sin que nadie se ofenda, también es el problema de droga europeo. Somos los consumidores y sin compradores no hay vendedores. Si nosotros no compráramos estas drogas, los cárteles volverían a vender vaqueros azules, que es lo que empezaron haciendo. Lo digo en serio. Si alguien debería construir un muro, es México. Para mantenernos alejados a nosotros, porque cada año mandamos 60.000 millones de dólares en metálico que financian la violencia y las armas.
–Después de escribir ‘El poder del perro’, su mujer decía que se convirtió en una persona más triste.
–He estado 23 años escribiendo estos libros y he conocido a mucha gente. La mayoría están muertos.
–Es duro escuchar eso.
–No quiero compararme de ninguna manera con los periodistas mexicanos. Fueron asesinados 200 de ellos cubriendo esa historia. Yo no soy ese héroe. Pero claro que ha tenido un efecto. Había momentos en los que pasaba días y semanas viendo vídeos de atrocidades. Intentando entender quiénes eran esas personas para darles nombres o vidas. A uno le hubiera gustado pensar que podías levantarte de la mesa al final del día y dejar eso ahí. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Le prometí a mi mujer que no volvería a ese mundo tras escribir el segundo libro de la trilogía. Me había convertido en alguien más triste de lo que era 25 años atrás.
–También hay un fondo religioso en sus novelas, quizá por su origen irlandés. ¿Qué importancia tiene Dios en su obra?
–Danny Ryan [el protagonista de la última trilogía] está enfadado con un dios en el que dice no creer. Hay personajes que tienen ese trasfondo católico y afecta a lo que hacen. Sobre todo le pasa a Art Keller [protagonista de la trilogía El cartel].
No existiría Marlowe sin Don Quijote
–Me llamó la atención aquello de que Don Quijote influyó en usted como autor de novela negra. Y que la novela negra actual no se podría imaginar sin El Quijote. ¿Por qué?
–¿Cuánto tiempo tienes para que responda?
–Toda la vida, que espero que sea larga.
–Hay que fijarse en la ficción negra contemporánea, desde los años 30 y 40, o en los personajes de detectives privados como Philip Marlowe [de Raymond Chandler]. No existiría Marlowe sin Don Quijote. Consciente o inconscientemente, es el personaje de un hombre un tanto enajenado, pero con motivaciones nobles. Ataca molinos de viento que podrían ser gigantes. Pero en lugar de un casco oxidado tiene el sombrero de fedora. En lugar de la espada, tiene la pistola. Y en lugar del viejo caballo, tiene un coche malo. Es el mismo tío. Cervantes también escribió historias cortas que eran policiacas.
Cuando los escritores de novelas policiacas americanas buscamos en nuestras raíces, no lo hacemos lo suficientemente hondo. Nos fijamos en Chandler o Conan Doyle, pero tenemos que fijarnos en Cervantes y Shakespeare, los primeros occidentales que escribieron sobre locos, ladrones, criminales… Si te fijas en las historias de Sherlock Holmes, hay un personaje esencial que es Watson. Holmes necesitaba alguien con quien hablar. Si no hay Sancho Panza, no hay doctor Watson. Además, en el Quijote hay mucho humor, a veces vulgar, cosa que también encuentras en las novelas negras.
–¿Cuáles son sus molinos que se convierten en gigantes?
–Las drogas. Nunca quise escribir sobre ese tipo de cosas, pero crecí cerca de esa mierda. Los niños de mi instituto se chutaban. En Nueva York vivía en un barrio que se conocía como el Parque de las Agujas, con adictos por todas partes tirados por las calles. Pero luego, el 19 de septiembre de 1998, me vino como una compulsión, a raíz de una historia sobre diecinueve personas que habían sido asesinadas por un cártel americano. A lo mejor esa es la culpabilidad católica a la que te referías antes: intentar explicarlo. Si no hacía algo más que escribir ficción, iba a ser otra persona más involucrada en las drogas, que se beneficia y saca dinero de ellas. ¿Qué diferencia había? Empecé a publicar anuncios en periódicos abogando por el final de la guerra de las drogas y ese tipo de cosas. En ese sentido, sí que tienes la sensación de estar luchando contra molinos.
Tener un hijo ha sido lo más divertido que he hecho jamás
–Decía que escribía con la puerta abierta porque antes iba lo de ser padre que lo de ser escritor. ¿Está satisfecho con su papel como padre?
–Absolutamente. Tener un hijo ha sido lo más divertido que he hecho jamás. Fue una alegría, no un sacrificio. El mundo no iba a sufrir si Don Winslow escribía un libro menos porque estaba jugando con su hijo. Pero yo sí, y mi hijo también. Si mi hijo quería jugar a la pelota, jugábamos. Al trabajo siempre se puede volver porque siempre está ahí.
–Hablando de niños, usted se escondía debajo de una mesa cuando los amigos de su padre, los veteranos de la Marina, iban a beber a su casa. Dice que eran los mejores narradores que han existido. ¿Ha estado a su altura?
–No. Ellos eran geniales, pero eran historias orales, que es algo diferente.
–Ahora harían buenos podcast.
–Es una gran idea. Hubieran sido fantásticos.
–Si cumple la amenaza de dejar de escribir, ¿cómo le gustaría que le recordaran los lectores españoles?
–La parte fácil de la pregunta es sí. Voy a cumplir la amenaza. Por lo demás, me gustaría que cualquiera de mis lectores me recordara como un buen contador de historias. Eso es todo lo que he querido ser.