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Portada de «La banalidad del bien» de Jorge FreirePáginas de Espuma

'La banalidad del bien': el vicio de una sociedad que se cree buena por ser sostenible y publicarlo en la red

«Cuando el bien no se sustancia en la vida buena, no queda sino buenismo», asegura Jorge Freire en un ensayo que invitar al lector a hacerse personalmente responsable de su vida y educar la propia afectividad

Cada vez la publicidad o la comunicación de las empresas —perdón, ahora se hacen llamar «organizaciones»— incide más en una suerte de salvación laica del alma: nos venden el bien como un producto de consumo. Si somos sus clientes, seremos todo lo santo que hoy se estila: diversos, sostenibles, concienciados. Con sólo contratar sus servicios —una versión profana de aquellas ventas de bulas e indulgencias— entraremos dentro del número de los elegidos, como si viviéramos en un sucedáneo de la predestinación calvinista. Por supuesto, el sentimiento epidérmico y el aplauso a causas lejanas, y cuyo olor no percibimos, funcionan como sacramentos que confirman nuestra bondad. Al mismo tiempo, y como advierte Jorge Freire, la derivación de la herejía luterana que es lo «woke» nos impide acceder al perdón, si no formamos parte del colectivo adecuado. El bien, pues, se ha convertido en algo que no depende de nuestras acciones libres, ni nuestro esfuerzo, determinación o virtud. En gran medida, La banalidad del bien nos habla de estas cuestiones. Pues «lo banal no puede ser bueno».

Si Freire parafrasea a Arendt, no es por caer en uno de los errores que critica en estas páginas —el efectismo exhibicionista, que mucho tiene que ver con el «zasca» como táctica sofística que nos ahorra la argumentación cabal—, sino porque, en su opinión, «cuando el bien no se sustancia en la vida buena, no queda sino buenismo»; y —aun diría más, como aquel personaje tintinesco— «la banalidad del bien es el refuerzo del mal».

Según Freire, la caricatura que proclama nuestro tiempo nos hace pensar que practicamos el bien, cuando en realidad nos estamos convirtiendo en consumidores de bienes. De ahí que su libro arranque con una clara y torera distinción entre el señorío y el señorito. Y por eso continúa apuntando las incongruencias de quienes, en nombre de la filantropía y la salvación del planeta, nos endosan pesadas cargas mientras ellos continúan en un entorno de privilegios. Es un «altruismo utilitarista, cómodo, trendy» y autoindulgente. Su crítica a los excesos del capitalismo moralista, y la precariedad de muchos jóvenes, no le impide invitar al lector a hacerse personalmente responsable de su vida, apartar de sí toda tentación victimista y —quizá más importante— educar su propio corazón, para desarrollar una afectividad y una capacidad sentimental acordes con lo mejor de lo humano, como también señala David Cerdá.

Páginas de Espuma / 168 págs.

La banalidad del bien

Jorge Freire

Dentro de los variados temas que aborda el libro pueden citarse la «abolición del conflicto» operada por el falseamiento del bien, y una supuesta asepsia que, a la vez, se cultiva junto con el «hiperactivismo». Porque aquí también se diserta, y bastante, sobre las redes sociales, Internet, los móviles, y esa actitud pavloviana que afecta a todos —«según las estadísticas, cada día nos pasamos tres horas mirando el teléfono y lo revisamos unas dos mil veces», anota Freire—, aunque atenaza de manera más cruda a los jóvenes y su salud mental, otra realidad precaria. Porque una de las causas —¿o consecuencia?— del destierro del humanismo, y de la suplantación del bien por el buenismo de rebaño, es la «tecnodicea», el culto a la máquina —no ya la tecnología, sino que ahora al héroe, al hombre que descuella lo llamamos así: «máquina».

El elenco de pasajes notables que incluye este libro es abundante: desde su elogio a las abuelas —una auctoritas que reivindica— hasta la implacable denuncia que se lee contra la FIFA y el señor Infantino, a resultas de la organización del Mundial de Fútbol en Qatar. De la familia de Greta Thunberg dice que debieran dejarse de tanta performance y gastar más en persianas. En cualquier caso, un rasgo que ha de destacarse es el estilo de Freire: es palpable que en este libro ha ascendido otro escalón en un formato de escritura, en una elección de vocablos y en unos juegos de palabras, que lo distinguen de los demás intelectuales españoles de nuestra generación. La densidad de muchas de sus frases esconde un esfuerzo de precisión, de amor léxico, pero también un guiño a todos sus referentes: desde Mortadelo y Filemón hasta Higinio Marín o Javier Gomá.