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Portada de «Emperador de Roma» de Mary BeardCrítica

'Emperador de Roma': el Imperio como legado de Roma al mundo

La especialista y catedrática de Cambridge Mary Beard aborda de manera profunda y accesible la figura del emperador romano y algunos de los personajes más célebres que ocuparon el cargo

Decir «Mary Beard» es decir mucho: es toda una declaración de intenciones. Esta catedrática emérita de clásicas de la Universidad de Cambridge ha conseguido un lugar destacado a golpe de libro de calidad en el museo (en el sentido etimológico del término) de los divulgadores del mundo romano. En SPQR: Una historia de la antigua Roma (Crítica, 2015), Beard ya demostraba al gran público lector hispanohablante que puede haber libros serios al tiempo que entretenidos sin necesidad de complejos aparatos críticos, solo accesibles al especialista, y que, por ende, tampoco es necesario recurrir a los típicos ensayos de periodistas, economistas o juristas que se aburren en su trabajo, se han jubilado o, simplemente, son «entusiasmados» de la Roma antigua: ¡no! Cuando una persona necesita ser operada de la vista o del corazón, no recurre a un «entusiasmado/amante» de la cirugía, tipo «Doctor Nick Riviera», sino que recurre a un cirujano oftalmológico o a un cirujano cardiovascular. En Historia pasa lo mismo. Aunque uno no quiera una obra elevada y sesuda, muy específica y técnica, ha de recurrir a aquellos especialistas dedicados, después de una larga experiencia en su campo, a acercar su especialidad al gran público. Mary Beard es esa «cirujana» de la historia de la Roma antigua, y son sus libros, junto a los de otros, los que merece la pena leer para completar el tándem docere et delectare. Habrá quien diga «esa es una opinión elitista»: no. La calidad no es elitista. La calidad, es calidad.

En Emperador de Roma (Crítica, 2023) Mary Beard trae, de nuevo, un libro que merece ser leído ávidamente, y un más que digno sucesor del ya citado SPQR. Y tras saborear sus páginas, podemos decir con total convencimiento que quien empiece su lectura no podrá dejarla hasta acabar. Pero ¿de qué nos habla Beard en Emperador de Roma? «Trata tanto de los «emperadores» como categoría –o del «emperador»–, como de cada uno de los gobernantes de carne y hueso», señala Beard concisamente. Es decir, que Beard no evita, por supuesto, tratar las «beatíficas» figuras de Augusto y Trajano, así como sus antagónicos Calígula, Nerón y Domiciano, sino también –en nuestra opinión, lo más interesante– la figura propiamente dicha del emperador, su creación y desarrollo, sus funciones, sus atribuciones, su legado a la posteridad; en definitiva, una disección completa del principal cargo político de la historia occidental. «Hoy día –señala Beard– hablamos de emperadores romanos remontándonos a la palabra latina imperator o «comandante», un antiguo título romano que se concedía a los vencedores militares y que también se otorgó, de forma automática, a Augusto y a sus sucesores (tanto si habían sido realmente victoriosos como si no)».

crítica / 592 págs.

Emperador de Roma

Mary Beard

Por otra parte es muy de agradecer que Beard rompa las costumbres historiográficas de exposición cronológica del tema, al menos hasta cierto punto. Otros títulos, que no por ello carecen de interés, sí adolecen en ocasiones de ser listas de vidas de emperadores al más puro estilo de Suetonio. Las obras académicas específicas centradas en la imagen imperial, su significado y significación, adolecen, sin embargo, de quedar fuera del circuito de «lecturas accesibles» al común.

He aquí la grandísima valía de Mary Beard y de esta obra: una afinadísima labor de equilibrio entre uno y otro mundo, que no tienen por qué ser irreconciliables. Así, la autora se adentra en ideas tan interesantes como que «destacan tres requisitos que ha de cumplir un emperador […]: ha de conquistar, ha de ser un benefactor y ha de patrocinar nuevas construcciones o restaurar las que se hayan deteriorado», como Beard extrae del análisis de textos como las Res Gestae de Augusto (a la que ella rebautiza con ironía Lo que hice) o el famoso Panegírico de Trajano, de Plinio el Joven, para afirmar, con una lógica muy afinada, que esto formaría parte de una política que podríamos denominar a día de hoy «Hagamos que Roma vuelva a ser grande».

Dicho lo cual, la autora divide el volumen en diez capítulos, que dan comienzo, en palabras de Beard, «con los arquitectos del gobierno de un solo hombre en Roma (Julio César, asesinado en el 44 a. e. c, y su sobrino nieto Augusto, que se convirtió en el primer emperador) y examina un periodo de poco menos de trescientos años, desde mediados del siglo I a. e. c. hasta mediados del siglo III e. c., que abarca el mandato de treinta emperadores». Estos capítulos son precedidos por un prólogo donde el distópico emperador Heliogábalo tiene un papel protagonista, y donde se desgranan las líneas maestras del libro, como por ejemplo los poderosos estereotipos del emperador «libertino peligroso» y del «burócrata diligente y trabajador», en palabras de Beard.

Esta decena de capítulos es sucedida por un epílogo que concluye con un balance final brillante acerca de la autocracia romana y su transformación en época cristiana, donde la autora ofrece afirmaciones tan contrarias a su paisano Edward Gibbon como la de que «el cristianismo no disminuyó el poder del emperador romano (cristiano), sino que lo reforzó. Pero lo hizo con unas coordenadas religiosas completamente nuevas». Sería una suerte que aquellos que siguen defendiendo la gibboniana postura de que el cristianismo socavó la obediencia al emperador prestaran atención a este punto. Así como la reflexión final, que no queremos dejar fuera: «Durante los últimos años, mientras escribía Emperador de Roma –escribe Beard– he pensado mucho acerca de esta visión de la autocracia básicamente como una falsedad, una impostura, un espejo distorsionador». En definitiva, un volumen indispensable para quien desee sumergirse, con calidad, en la historia del Imperio romano.