Hace 80 años nos estaban advirtiendo sobre la mutación antropológica que parece haber comenzado ya
El sentimentalismo es la puerta de acceso a la manipulación de la condición humana, pues socava la virtud: «nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros»
En 1943, en mitad de la II Guerra Mundial, la editorial de la universidad de Oxford publicó la primera edición de este breve ensayo de C. S. Lewis, que se divide en tres partes. La parte introductoria se titula «Hombres sin pecho», aunque en español suele optarse por traducirlo como «Hombres sin corazón». El segundo capítulo se llama «El camino», y en ella Lewis hace referencia al concepto del tao según la filosofía tradicional china. Su interés estriba en que el autor pretende conformar una visión de lo que cabría denominarse «naturaleza», «condición esencial» o «ley natural», de una manera que pueda compartirse por parte de diferentes civilizaciones y escuelas de pensamiento. Por eso, el libro se acompaña de un apéndice con breves citas a obras de diferentes procedencias –desde la Biblia hasta la doctrina hindú, la literatura antigua latina o griega, o la sabiduría moral de Extremo Oriente. En este punto, conviene añadir que el tao es el modo de ser propio; se trata no tanto de construirlo, como de descubrirlo y serle fiel. Aunque intraducible, equivale a nuestras nociones de camino, talante, carácter, destino, moral natural. Tal como se señala en la edición de Fernando Puell de El arte de la guerra, de Sun–zi, el tao (o dao) «se puede interpretar como un principio de transformación indefinida, en el que está inmerso todo el cosmos y los seres que lo componen; es, por tanto, senda y objetivo; es el camino que debe seguir el individuo y la humanidad para alcanzar la anhelada armonía; es estilo ético, norma de conducta, ejercicio de la propia libertad, no exento de fatalismo o predestinación». Precisamente la pérdida de sentido del tao, de la ley natural, de lo que es la condición humana, es lo que conduce a la tercera sección del libro, epónima de todo el ensayo.
Encuentro (2016). 100 páginas
La abolición del hombre
Según Lewis, adviene un nuevo modelo educativo –al cual nosotros ya estamos plenamente acostumbrados– que se centra en los aspectos emotivos. Pero no, como dice Lewis, en educar correctamente las emociones y ordenar los afectos, como ya planteaba Aristóteles –a fin de que el corazón y la cabeza coincidan en la búsqueda y celebración de lo bello, lo justo, lo bueno. El exceso de sensiblería conduce a una postura egocéntrica, y relativista, de suerte que todo lo que haya en torno a nosotros lo juzgaremos según nuestros sentimientos. La actualidad no puede ser mayor: hoy, por ejemplo, somos varón o mujer no según lo que diga la biología, sino según lo que dicte nuestra «autopercepción». El problema, para Lewis, procede de la quiebra de lo que es específicamente humano: el pecho. Es decir, esa parte nuestra que conecta la cabeza y el vientre. Porque no somos mero espíritu, ni mero instinto. Como dirían los antiguos, no somos ni dios ni bestia. El resultado de crear hombres «sin pecho» es la ausencia de hombres virtuosos: «nos reímos del honor y nos extrañamos de ver traidores entre nosotros», asegura Lewis.
Una vez que el ser humano se aleja del tao, sobreviene el dominio técnico del hombre. Primero sobre la naturaleza en sentido lato; luego, sobre lo que queda de la naturaleza, que es el propio ser humano. O, mejor dicho; por medio de la técnica, una minoría controla a la mayoría de los seres humanos, les priva de su tao. Y se halla en disposición de alterar su misma naturaleza, su esencia, crear un hombre nuevo, plasmar una nueva definición de lo humano o lo post–humano. Es, a fin de cuentas, el anhelo transhumanista de los Harari y compañía; superar al ser humano y suplantarlo por otra entidad creada por el humano actual. Según Lewis, el proyecto viene a ser el mismo que el de los legisladores nazis. Las dos grandes técnicas para alcanzar este objetivo, como pronostica Lewis, son la educación y la manipulación genética. Los valores tradicionales se desechan, y la ciencia –alejada de la sabiduría– se identifica con la magia de las épocas arcaicas. La virtud se trastoca, de tal modo que la prudencia y la moderación pasan a ser escollos, elementos reaccionarios contra el mercado. El ser humano ha quedado reducido a mera materia prima.