Historia de la higiene y la limpieza desde la Antigüedad hasta la llegada de la época moderna
El paso de las termas romanas a los baños públicos medievales, la generalización del uso del jabón o la privacidad en las letrinas monacales son varios de los puntos que nos asearán la visión que teníamos del Medievo
Se suele relacionar el periodo de mil años llamado Edad Media –comprendido entre el siglo V (o el VIII, en el caso de España) y el siglo XV– con aspectos negativos: tosquedad e incultura, fanatismo, pérdida u olvido del legado clásico, suciedad… Y, como contrapunto a esta época, se elogia la Antigüedad y se ensalzan una serie de virtudes que se le suponen: magnificencia, avanzados conocimientos técnicos, finura del pensamiento, esplendor y eficiencia administrativa. Se trata de una perspectiva que ha tenido su momento de mayor convencimiento entre la Ilustración y finales del siglo XX, si bien todavía ambos «relatos históricos» cuentan con importante acogida, no sólo en la cultura popular, sino en ambientes académicos e institucionales. En el caso de El olor de la Edad Media, nos encontramos ante un volumen muy extenso (más de mil páginas, con casi todas las notas al final) cuyos autores es esfuerzan no sólo en trasladar el fruto de sus investigaciones, sino, de manera particular, aportar contexto que permita contradecir los respectivos clichés históricos antes citados. Por eso, su descripción de la Roma y Grecia antiguas muestra todas las gradaciones, sin caer en el encomio habitual. Y su descripción del mundo medieval pretende, de entrada, dejar claros los puntos de unión con los siglos precedentes, así como explicar varios de los muchos aspectos que supusieron una mutación –en bastantes órdenes– que se prolongó desde el siglo III, con su «anarquía militar», hasta los siglos VIII y IX.
Ático de los Libros (2023), 1096 págs
El olor de la Edad Media. Salud e higiene en la Europa medieval
Por eso, los autores dedican muchas páginas a detallar el funcionamiento de los baños públicos y letrinas en el mundo romano, y cómo ese modelo dio paso a otro tipo de soluciones durante la Edad Media en Occidente. No se trata, según los autores, de «decadencia», sino de los inevitables cambios que distinguen a una sociedad con un fuerte peso del elemento urbano y a otra más bien caracterizada por el entorno rural. Pero lo que, tal como se relata en este libro, no se modificó fue la querencia de los europeos por mantenerse limpios y lavarse de manera asidua. De esta forma, si en el mundo romano hubo más canalizaciones de grandes dimensiones y a cargo de auténticos profesionales, en el mundo medieval se optó por estructuras más artesanales, de tamaño modesto y máxima optimización. De igual manera, el ingente gasto romano en caldear sus termas tiene en el otro fiel de la balanza el empleo generalizado del jabón en el medievo. Los ejemplos se van jalonando en El olor de la Edad Media, con algunos pasajes muy llamativos, como el encomio que supone el epígrafe dedicado a los monasterios, donde la limpieza estaba reglada y donde las letrinas ya ofrecían privacidad a sus usuarios.
Leemos en este libro: «Quien dice hoy que en la Edad Media la gente era sucia y que sería mejor vivir en Roma no soportaría diez minutos en una letrina pública romana, pero sería más fácil encontrarle una letrina monástica medieval en la que evacuar a gusto. No solo por el ambiente, sino por la privacidad. En época romana, defecar en una letrina comunitaria era una experiencia comunitaria, la privacidad no estaba ni se la esperaba. Y la mayoría de las letrinas domésticas no eran privadas, al estar en la cocina o en zonas de paso». Junto con los hábitos higiénicos o de salud que pueden localizarse en los textos de cada época, y en sus restos arqueológicos, el libro se acerca a otras facetas de aquellos tiempos, como la aparición de los hospitales, en el cristianismo de la Antigüedad tardía, y cuya función consistía en la acogida a los necesitados: desde enfermos o pobres hasta mujeres que podían dar allí a luz y descansar durante unos días.
Asimismo, cabe destacarse el empeño de los autores por diferenciar entre limpieza, salud y olores. Y, aún más, por establecer la relación cultural que existe con los olores, y que cambia a lo largo de los siglos. El olor de determinadas substancias, como condimentos o elementos cotidianos –animales, campo, industria–, se percibe de manera muy distinta según lugares y épocas. A lo cual, como dicen los autores, se añade otra circunstancia: nuestro olor corporal depende factores ambientales diversos, de nuestra dieta e incluso de nuestra microbiota. Y, en este punto, nos toparemos con una curiosa sorpresa: la flora bacteriana que se hallaba en el cuerpo del hombre medieval era diferente de la nuestra, de modo que los matices aromáticos de aquel hombre no coincidían con los nuestros, necesariamente. De igual manera que el olor cambia hoy de una casa a otra.