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Portada de 'Mientras no tengamos rostro' de CS Lewis

Portada de 'Mientras no tengamos rostro' de CS Lewis

Quizá la mejor obra de ficción de C.S. Lewis

La historia de Psique y Cupido interpretada desde la mirada de la hermanastra fea, afinada con los ojos de un maestro griego, y enmarcada en un tiempo que abarca desde épocas mágicas hasta nuestros días

Desde joven, C. S. Lewis conocía la antigua historia de Psique y Cupido (o Amor y Psique, como a veces se traduce al español). La versión más recurrente se haya dentro de la obra de Apuleyo (s. II d.C.), y es la que al intelectual británico le sirvió de base para replantearse la narración y emprender una nueva aproximación y desarrollo. De manera esquemática, podría decirse que este es un cuento de reyes y princesas, y del destino que espera a la princesa más bella, cuyo nombre es Psique («alma, vida», en griego). Incapaz de soportar su deslumbrante hermosura y celosa de la fascinación que causa entre los mortales, la diosa Venus (la Afrodita griega) urde contra Psique una venganza: ordena a su hijo Cupido (el Eros griego) que la haga enamorarse del hombre más vil. Sin embargo, Cupido se queda del todo prendado de Psique en cuanto la ve, y no obedece el encargo materno. Al contrario, y aprovechando la obscuridad nocturna, se deleita en amores con Psique, a la que prohíbe que le pueda ver la cara. La trama da un giro cuando las hermanas de Psique —también devoradas por la envidia— la convencen de que, en mitad de la noche, cuando duerma su amado, encienda una lámpara para descubrir sus facciones y saber de quién se trata. A partir de aquí, las peripecias continúan repletas de ingenio, fantasía y magia.

Portada de 'Mientras no tengamos rostro' de CS Lewis

EDICIONES RIALP (2023). 344 PÁGINAS

Mientras no tengamos rostro

C. S. Lewis (Traducción de Gloria Esteban)

A Lewis no le acababa de convencer la versión de Apuleyo, y anduvo dando vueltas a los personajes y la trama durante muchos años. En cuanto conoció a Joy Davidman –hasta entonces Joy Gresham, que era como se llamaba tras contraer su primer matrimonio–, la redacción del libro tomó otra dimensión y adquirió su entidad definitiva. Esta Joy es la que será la esposa de C. S. Lewis desde la primavera de 1956 –precisamente en 1956 se publica Mientras no tengamos rostro, y está dedicado a Joy–, y que fallecerá de cáncer cuatro años más tarde. A raíz de la muerte de Joy, Lewis escribió Una pena en observación. Leyendo Mientras no tengamos rostro, estos detalles se columbran algo mejor.

Para muchos lectores, y en comparación con El asno de oro de Apuleyo, el relato que ofrece Lewis dispone de una perspectiva mucho más amplia, mayor congruencia, profundidad psicológica, y despierta bastante más interés. Es una novela que gusta por su mera lectura y trama, y por su estilo narrativo, aparte del contenido y consideraciones que supone. Al igual que en el caso de Apuleyo, en Mientras no tengamos rostro localizamos todo un despliegue metafórico en torno a la religión, el amor, la condición humana, la belleza, la sabiduría… Pero Lewis incorpora una visión que engloba desde los tiempos antiguos de Apuleyo hasta los modernos. Y lo logra sin trampas, con sutileza, sabiendo dónde se pude incorporar un barniz con cierto aroma cristiano. En este sentido, su mirada es más honesta, más fiel al tono original, de lo que plantea Umberto Eco en El nombre de la rosa. Es una tarea complicada, y Lewis la resuelve con eficacia, porque respeta la atmósfera antigua añadiendo mayor resonancia y hondura, texturas y concomitancias que, desde nuestro tiempo, no nos separan demasiado del siglo de Apuleyo. Esta ficción simbólica y entretenida es tan antigua como actual y se entiende sin problema.

El evidente trasfondo filosófico y teológico se entreteje en una novela sugestiva, con sabor de cuento popular, con misterio y con mucha intriga. Al mismo tiempo, Lewis no se despista en lo accesorio, y sabe cómo engarzar la relación entre la protagonista y narradora –Orual, la hermanastra fea de Psique, por la cual parece sentir sincero afecto–, un maestro griego –el Zorro, enorme e imprescindible contrapunto a los demás personajes–, el rey y el resto de la familia, aparte del entorno de la diosa Ungit, tanto el sacerdote como el dios de la Montaña Gris. En torno a Psique (Istra es su otro nombre), Lewis nos cuenta que la auténtica belleza despierta cariño y hace hermoso todo cuanto toca, pero también genera la peor reacción en nuestros corazones. Y, a la vez, nos viene a decir que, para relacionarnos con los dioses (o Dios), hemos de despojarnos nuestra máscara y acudir desnudos con nuestro verdadero rostro.

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