Fundado en 1910

Minna Troil y el Capitán Cleveland, en una ilustración de 1879Creative Commons

Cuando Walter Scott se inspiró en los aventureros marinos que buscan redención o un retiro anónimo

Ambientada en las islas más frías y alejadas de Escocia, en esta novela hay duelos, una bruja, cañonazos desde los barcos, intervención de la justicia británica y la guarnición militar, fugas, una ballena, amores

Las islas Shetland constituyen el territorio más septentrional del Reino Unido. A una distancia similar de la que separa Madrid de Gerona se halla el círculo polar ártico. Rodeado de duros vientos y bravas mareas, este archipiélago compacto cuenta con una superficie total bastante inferior a la de la provincia de Guipúzcoa –la más pequeña de España–, y tres veces menos que las Baleares. Su isla principal se llama –el nombre lo dice todo– Main-Land. No sólo es un lugar frío –rara vez el termómetro marca más de 20 grados–, húmedo –puede haber seis meses continuados con lluvias casi diarias– alejado, donde el sol aparece sin fulgor y se oculta durante largas temporadas. También es el escenario de una de las principales novelas del escocés Walter Scott (1771-1832), autor de libros como el archiconocido Ivanhoe (1819), Rob Roy (1818) y Quentin Durward (1823). Escocia es el territorio donde se desenvuelven las peripecias de casi todos sus héroes, o bien su cuna. Con la excepción notable de Ivanhoe y otros títulos. Pero, en este caso, El pirata nos lleva a un territorio que, siendo nominalmente escocés, se aparta muchas millas náuticas de lo que solemos entender como Escocia. Son unas islas que Scott conoció en 1814, cuando lo invitó una comisión oficial encargada de inspeccionar los faros del país. Dentro de ese grupo viajaba un destacado ingeniero llamado Robert Stevenson, abuelo de quien publicaría en 1883 La isla del tesoro. La conexión no es fútil.

Espasa (Planeta, 2008). 550 páginas

El pirata

Walter Scott

Las Shetland de El pirata (1822) están habitadas por una población en que aún se notan las raíces noruegas, y cuyas mujeres suelen ser rubias y de ojos garzos. Son unas islas que podrían antojarse idóneas para Basil Mertoun –que allá desembarca con su joven hijo Mordaunt–, precisamente porque en aquel archipiélago nadie debería buscarlo. Pero se equivoca, pues alguien lo reconoce en el buque que lo ha llevado a Main-Land. Mertoun y Mordaunt disponen de dinero para alquilarse una tranquila mansión, donde apenas puedan recibir visitas. Sin embargo, tanto la juventud de Mordaunt –que frecuenta la amistad y el cariño de las hijas de Magnus Troil, que es quien les proporciona el alojamiento–, como aquel hombre que conoce la verdadera identidad de Mertoun, se encargarán de que los acontecimientos desborden lo que, durante los primeros capítulos de este libro, daba la impresión de una lectura apacible y premiosa.

La trama de esta novela se basa o se inspira, hasta cierto punto, en las narraciones que Scott escuchó, durante aquel viaje de 1814, en torno a John Gow, un pirata de comienzos del siglo XVIII cuyas fechorías recorrieron España y Portugal. Pero Mertoun, junto con otro misterioso náufrago llamado Cleveland –a quien rescata Mordaunt– y otros personajes, van a conocer un final bastante más feliz que el de Gow. En estas páginas hay duelos, hay una bruja, cañonazos desde los barcos, intervención de la justicia británica y la guarnición militar, fugas, una ballena, amores. También hay bastantes canciones, descripciones de un folclore y un temperamento étnico que incluso a Scott le resultaba exótico. Encontramos muchas explicaciones que, por momentos, dan a la novela un aire de reportaje. Sin embargo, los personajes, sus diálogos, sus peleas, sus paseos, sus bailes hacen que esta historia, aunque lejos de nuestro sol, nuestra época, nuestro carácter y costumbres, nos sea sugestiva y nos incite a anhelar la redención de sus protagonistas.

La primera edición de El pirata en España se imprimió en 1830. Tras alguna que otra publicación más, en 1922 Espasa-Calpe ofreció la que se ha convertido en la traducción más asentada en lengua española –reimpresa en Méjico y Argentina durante muchas décadas en formatos de Espasa de mejor acabado que los que había en España. Hablamos de la traducción la de Eugenio Xammar (1888-1973), que es la que Planeta (dueña actual de Espasa) sigue brindando a los lectores.