La «gran estrategia» del Imperio romano
El profesor de Estudios Estratégicos James Lacey se adentra de manera solvente en la discutida cuestión de la estrategia romana, tomando el testigo dejado por Edward N. Luttwak en los años 70
¿Qué es la «gran estrategia»? ¿Desde cuándo existe? ¿Tuvieron una los romanos? Habrá quien se lance rauda y temerariamente a responder estas preguntas sin antes pararse unos minutos a reflexionar. A esos les decimos: ¡cuidado, la cosa no es tan fácil! Así, de hecho, lo afirma el profesor James Lacey, que ocupa la cátedra Horner de Estudios de Guerra y es profesor de Estudios Estratégicos y Economía Política en la Escuela de Guerra del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, en la introducción a su obra Roma. Estrategia de un imperio, recientemente publicado en castellano por La Esfera de los Libros.
Editorial La Esfera de los Libros. 530 páginas
Roma. Estrategia de un imperio
Para empezar, hay que mencionar a un autor y una obra que todo especialista en la antigua Roma conoce, y ha citado o utilizado en más de una ocasión, ya que marcó, a favor o en contra, las interpretaciones posteriores acerca de las acciones de guerra romanas. Nos referimos a The Grand Strategy of the Roman Empire, de Edward Luttwak, obra publicada en 1976. Lacey afirma, y tiene razón, que la mayoría de los autores ha rechazado las teorías expuestas por Luttwak en su ya clásica obra, y que los romanos «no actuaron siguiendo un plan estratégico preconcebido», y, en definitiva, que «Roma no solo careció de una gran estrategia, sino que sus élites dirigentes fueron incapaces de pensar siquiera en términos estratégicos». ¿Y qué piensa Lacey, por su parte? Pues justo lo contrario, que «los romanos eran pensadores estratégicos muy sofisticados que poseían todas las herramientas para la planificación de estrategias a largo plazo y para actuar de acuerdo con las mismas». Así pues, el debate está servido.
James Lacey sustenta su teoría no solo con los trabajos de autores consagrados en la materia como Fergus Millar, A. Cameron o Hans Van Wees, entre otros, sino en algo casi más determinante, y de lo que estos autores carecen: experiencia en el ámbito de la estrategia, lo que incluye «conocimientos prácticos de planificación y ejecución militar, estudios estratégicos e historia militar», y de manera más concreta «dos décadas como oficial en las fuerzas armadas, quince años como analista estratégico profesional y toda una vida estudiando la estrategia y la guerra». Gran interés muestra Lacey en una cuestión fundamental, y que forma parte de su especialidad de investigación (su tesis doctoral versó sobre los fundamentos económicos de la Segunda Guerra Mundial): la economía. En este libro, si bien el autor «no abre nuevos caminos en el debate de la economía en la antigua Roma», como él mismo reconoce, sí presenta las conclusiones resumidas de aquellos especialistas en la antigüedad romana que sí abrieron nuevos debates, desde Mijaíl Rostovtzeff y su obra pionera Historia social y económica del Imperio romano, publicada en 1926, hasta las teorías más actuales de Paul Erdkamp, Elio Lo Cascio o Alan Bowman.
En cuanto a la estructura del libro, el autor distingue tres partes. En la parte primera, Lacey comienza introduciendo el concepto clave: la estrategia. Da varias definiciones al respecto, destacando la que considera la más ajustada: «la estrategia es siempre y en todo lugar una cuestión de fines, modos y medios vistos a través del prisma del «riesgo». Una vez introducido esto, el autor se adentra en cuestiones como las ganancias económicas de las guerras romanas durante la República, el peligro del enemigo bárbaro o el nacimiento del ejército profesionalizado a finales del periodo republicano. La parte segunda toma ya un cariz sumamente «luttwakiano» al adentrarse Lacey en la estrategia romana a través de las guerras de los distintos emperadores de época altoimperial, desde Augusto hasta el advenimiento de la Tetrarquía. La parte tercera sigue la estela de la anterior, centrándose en las campañas romanas llevadas a cabo desde la época de Diocleciano y sus colegas para acabar en la caída de la parte occidental del Imperio.
Lo cierto es que el volumen tiene un indudable interés, pues presenta un tema del ámbito de especialidad del mundo romano desde la perspectiva de un especialista procedente de otro campo, aunque este (la estrategia) tenga tanto que ver con la historia de Roma, ofreciendo una perspectiva fresca sobre la cuestión de la «gran estrategia» romana. Si alguna pega se le puede sacar a la publicación, es la de la tendencia endémica entre muchos anglosajones (especialmente estadounidenses) a citar únicamente bibliografía en inglés, obviando algunas de las mayores contribuciones actuales en francés, alemán, italiano y español. Por lo demás, la narrativa resulta muy ágil y asequible para todo tipo de público lector, beneficiada por la buena traducción. En fin, a quien interese todo aquello que tenga que ver con el aspecto militar del Imperio romano, tiene aquí un libro que debe leer.