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Platón y Aristóteles representados en los frescos de la Escuela de Atenas

Quién era y qué pensaba uno de los filósofos más esenciales de toda la historia

Indagación, mediante las fuentes disponibles, de la personalidad y vida de Platón, de sus doctrinas, de su época, de su mentalidad cultural y de la formación de sus diálogos, así como sus inmersiones en la política

De una manera escueta, podría decirse que, para nosotros, la historia de la filosofía tiene un evidente antes y un diáfano después a partir de Platón. De la mayoría de autores previos a Platón apenas han quedado textos escritos: su legado doctrinal se ha transmitido en libros posteriores y de manera diseminada, parcial, fragmentaria, a veces confusa o demasiado resumida. Nos referimos, grosso modo, a los llamados presocráticos. Las obras de los presocráticos no han soportado bien, en varios momentos de la tradición textual, el peso de Platón y Aristóteles. A ello se suma que Sócrates –a quien consideramos maestro de Platón– no trasladó al papiro sus enseñanzas, de manera que su herencia nos ha llegado a través de sus discípulos. Se da otra circunstancia: la filosofía previa a Sócrates se centra en el origen del universo, mientras que, a partir del que hubo de beber la cicuta, el pensamiento se ha enfocado más en el cometido del hombre en el universo. La emergencia de los sofistas, de los estoicos y de los filósofos de corte más «alternativo» –sobre todo, los cínicos– se ha antojado, a lo largo de la historia, como un fenómeno excelso, pero inferior a las dos grandes figuras de la filosofía: Platón y Aristóteles. En muchas épocas, el ascendiente del primero ha resultado casi definitivo. Las diversas oleadas de platonismo han conllevado un fervor íntimo que solo puede contrapesarse con el racionalismo del Estagirita. La influencia de Platón a lo largo de los siglos es incontestable.

Editorial Rosamerón. 384 páginas

Platón de Atenas

Robin Waterfield

Pero, ¿quién fue Platón? ¿Cómo se fue desplegando su pensamiento? ¿Cuál era su personalidad, sus rasgos? Sobre esta cuestión, hilada con sus propios diálogos, indaga el helenista británico Robin Waterfield, formado en Cambridge y que ha traducido para la editorial Penguin –y también para la editorial de Oxford y la de Cambridge– más de una docena de diálogos de Platón, además de obras de Eurípides, Aristóteles, Plutarco, Epicteto, Marco Aurelio, Heródoto, Polibio o Jenofonte. El planteamiento general de este libro es una biografía que, al mismo tiempo, va explicando sus doctrinas y va adentrando al lector en el sentido de sus diálogos. Waterfield intenta ubicarnos en la época de Platón, en la Atenas que ve el final de la guerra del Peloponeso y la muerte de Pericles. Aunque su perspectiva a veces nos puede resultar demasiado anglosajona –por momentos, nos recuerda a los libros de Robin Lane Fox–, en Waterfield se observa un esfuerzo por entender el carácter de aquel tiempo y la mentalidad en que se crio Platón –y sus inmersiones en política, su intento de poner en práctica sus teorías–, a la vez que mostrar una cierta mirada al presente que permita al lector, mediante algún anacronismo muy medido, hacerse cargo. Por lo tanto, el libro procura sumergirnos en aquel ambiente, y para ello no duda en replantearse algunas consideraciones e incluso negar determinados aspectos hasta la fecha asumidos como auténticos.

Waterfield prefiere acudir, básicamente, a los autores antiguos, de manera que su tarea consiste en leer e interpretar –se advierten con franqueza sus hipótesis, sus suposiciones, su subjetividad– a Tucídides, Plutarco, Gorgias, Cicerón, Jenofonte, Filodemo, Aristóteles, Diógenes Laercio y, como decimos, las cartas y diálogos del propio Platón. Las notas –situadas al final del volumen– indican con precisión el origen de cada cita, lo que permite al lector corroborar el testimonio y reconsiderar su contexto y sentido. El resultado es una biografía que admite sus limitaciones, pero que enseña mucho los naipes que se han jugado, y que apunta a saber qué pensaba Platón y quién era la persona que hay detrás de unas obras cuyo mero estilo resuena fascinante, y cuyas intuiciones y observaciones siguen despertando interés. Platón nunca dejará de ser actual, aunque solo sea por esa imagen idealizada del amor que, de forma algo simplista, le achacamos y deseamos creer que es cierta.

Por otra parte, la edición cuenta con el cuidado que ya es habitual en Rosamerón, varias ilustraciones muy amenas y atinadas, algunos mapas, índice de nombres y otros recursos bastante útiles. Por otro lado, llamará la atención el empleo que, para la cronología, hace el autor de la denominación «a.e.c.» y «e.c.» («antes de la era común» y «era común», respectivamente) en vez de las más reconocibles y asentadas «a.C.» y «d.C.» («antes de Cristo» y «después de Cristo»). De igual manera –aunque esto sea achacable a la traducción, que en ocasiones flojea–, al helenista español le chocará un poco que la colección de poemas –más de 4.000 epigramas– que conocemos como Antología Palatina se acoja aquí a la referencia de Antología Griega –sin ser, desde luego, referencia incorrecta, sí resulta inusual en el ámbito español.