Sobre lo inesperado de los afectos, 'Las horas que hemos amado'
Yolanda Villaluenga demuestra un excelente estilo, a la vez conciso y expresivo, que deja que el lector interprete y le guía al mismo tiempo
Un médico chileno agoniza en La Habana. Se llama Víctor y su vida cambió en 1973 cuando, tras la caída de Allende, se exilió en Cuba. En Chile dejó a Helena, el amor de su vida, que no quiso abandonar a la hija que tuvo en su primer matrimonio. Después el castrismo le decepcionó, como a tantos intelectuales. Siguió en contacto con Helena, pero creó un nuevo mundo a su alrededor, tanto dentro de la isla como fuera. Cuando Víctor enferma, y se sabe lo irresoluble de su situación, las personas más importantes de su vida se plantean si deben o no viajar a La Habana a despedirse de él. Este es el planteamiento de Las horas que hemos amado, el punto de partida desde el que se organiza una profunda reflexión sobre cómo se vinculan y desvinculan el amor, el curso del tiempo, la política y la propia vida, que todo lo engloba. También sobre cómo los afectos surgen hacia la gente que menos se espera y no hacia quienes deberían, en la lógica más estricta, recibirlos. Es posible, todos lo sabemos, amar, odiar y volver a amar. No hay un plan de contingencia emocional. Las emociones son siempre inesperadas y no hay IA que las soporte.
Es inevitable que en la novela aparezca la sombra de lo que podría haber sido y no fue y también su evolución: cómo lo que realmente ocurrió generó una realidad tan interesante como lo que habría pasado de no haber ocurrido nada. Los desastres tienen su propias inercias y lo que parece horrible en un principio se vuelve provechoso a largo plazo. Lógicamente menciona las consecuencias de las decisiones y cómo reordenan el mapa familiar.
Tres Hermanas. Madrid, 2024. 224 páginas
Las horas que hemos amado
También importan en estas páginas el amor femenino y el masculino, sus parecidos y diferencias, y lo relativas que son las distancias geográficas. Muestra cómo un viaje a La Habana para despedir a un hombre enfermo, al que se ha amado, de maneras muy distintas, algunas próximas al odio, pero amado al fin y al cabo, puede condicionar una vida de maneras inesperadas. Resultan relevantes los eternos dilemas entre lo que piden los sentimientos y exige la realidad, que siempre plantean las situaciones de duelo o previas al duelo que todos hemos vivido o vamos a vivir. Son realidades y zozobras que incrementan la universalidad del libro y le acercan, por tanto, a un lector que, sobre todo, quiere verse reflejado en lo que lee, transcurra en su barrio, en Cuba o en la China medieval.
Villaluenga escribe excelentes y originales reflexiones sobre la condición de víctima, sobre cómo estas deben ser reconocidas, pero nadie debe ser una víctima eterna porque lastra irremediablemente el futuro, se hable de países o personas: «No hay ningún aprendizaje en ser víctima. Es una condición de la que hay que escapar lo más rápido posible porque te deja en manos de otros como si fueras un menor de edad. Mejor estar en la acción aunque te equivoques.»
Lo político actúa en esta novela como marco de la peripecia emocional, pero también lanza un mensaje sobre la crueldad de la represión, sea la cubana, sea la chilena, sea, incluso, una mucho más desconocida: la que sufrieron los japoneses en Cuba durante la segunda guerra mundial. El personaje de Berta demuestra, además, que en el mundo actual puede ocurrir cualquier cosa. No existe una seguridad plena y el supuesto privilegio que otorga venir de occidente puede desvanecerse en cualquier momento.
Yolanda Villaluenga demuestra un excelente estilo, a la vez conciso y expresivo, que deja que el lector interprete y le guía al mismo tiempo. Destaca cómo combina presente y pasado, cómo descubrimos la compleja vida de los personajes –tanto como el de todos nosotros, algunos más marcados por circunstancias históricas, otros menos- al mismo tiempo que avanza la trama.
Un buen resumen de la obra aparece en sus propias palabras: «Nunca sabemos del todo qué piensan los demás de nosotros ni somos del todo como nos gustaría ser, vivimos en un caos que no tiene sentido o solo parece tenerlo según cómo nos lo contemos». Saber contarse a uno mismo es esencial. Siempre.