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Edición: Paula Andrade

Las víctimas olvidadas de Stalin y el desprecio a la vida en el Ejército Rojo

El autor deja claro que su relato no es objetivo ni un estudio académico, sino su experiencia personal como soldado y la de muchos que con él estuvieron

De la mano del historiador Carlos Caballero nos llegan las memorias de un soldado soviético, desde sus primeras armas en Stalingrado hasta la conquista de Berlín. Son los recuerdos de guerra de un soldado culto del Ejército Rojo en el periodo de 1941-1945, que se jubiló como especialista en arte europeo.

SND Editores (2024). 250 páginas

Víctimas olvidadas de Stalin

Nikolai Nikulin

En su introducción, el profesor Caballero desvela, como es sabido, algunos de los falsos mitos de la revolución bolchevique, que no fue el glorioso asalto al poder zarista que pinta la propaganda comunista sino un golpe de Estado de un grupo armado, capitaneado por Lenin, financiado por los militares prusianos, contra una república democrática y parlamentaria traída y gobernada en Rusia por el Partido Socialista Revolucionario. Y no una revolución contra los zares como mantiene la falsa leyenda. A partir de la toma del poder por los bolcheviques, toda la producción soviética desde la mal llamada revolución de octubre no se enfocó para alcanzar mayores cuotas de bienestar entre la población, sino de forma obsesiva para producir ingentes cantidades de material militar, cañones, tanques, aviones.

Los combates durante la Segunda Guerra Mundial en el frente del Este por parte de los soviéticos no fueron sino el encadenamiento de grandes ofensivas mal organizadas, escalonadas y sucesivas. La ingente cantidad de muertos y heridos que tuvo la Unión Soviética es muy superior, pero mucho, a la que tuvieron sus aliados e incluso su enemigo alemán, lo que demuestra a través de las cifras indiscutibles el absoluto desprecio por las vidas de sus ciudadanos de la dirigencia soviética, dado que todas sus tácticas se basaban en crueles ataques frontales masivos colosales e ingentes. Los incompetentes mandos soviéticos no tenían ninguna duda en sacrificar masivamente a sus hombres en lo que ellos denominaron la gran guerra patriótica. Otra cuestión que desvela el estudio previo del profesor Caballero, quien también se ocupa de las notas aclaratorias para el lector dentro del texto, es que Stalin no era excepcionalmente cruel sino solo era un continuador rectilíneo y consecuente de la brutal obra de Lenin: persecución y represión mediante la creación y extensión de una poderosa red de policía política prolongada en los campos de concentración.

Los comandantes y los comisarios se arrogaban el derecho de matar a quienes ellos consideraban cobardes

El autor, Nikolai Nikulin, deja claro que su relato no es objetivo ni un estudio académico, sino su experiencia personal como soldado y la de muchos que con él estuvieron. Nikulin recuerda que en los ataques sangrientos, los comisarios políticos actuaron invocando el nombre de Stalin y así trataron de metérselo en la cabeza a las tropas que enviaban al matadero con frecuencia. Pero desvela que no había comisarios en la línea del fuego ni durante el ataque. Todo eso es mentira. Como mucho, organizaban tropas de barrera que se dedicaban a ejecutar a los que se retiraban. Los comandantes y los comisarios se arrogaban el derecho de matar a quienes ellos consideraban cobardes, desertores y alarmistas sin juicio ni tribunal alguno. El autor recuerda que los alemanes eran unos «cabrones», claro, pero se pregunta ¿por qué el Ejército Rojo tenía que imitarlos? rebajándose y humillándose para descender al peor de los niveles.

También toca Nikulin el lacerante abuso de las mujeres que estaban encuadradas en el Ejército Rojo, los abusos eran frecuentes especialmente a manos de los mandos rojos y de los comisarios políticos pero fue mucho peor si cabe cuando las tropas soviéticas entran en Alemania y se dedican con saña y abiertamente a las violaciones, incluyendo niñas y ancianas, y al saqueo y la destrucción. El autor señala que entonces todo el mundo tenía el derecho de enviar un paquete de 12 kg a casa una vez al mes, según les permitió el mando. ¿Qué había dentro de esos envíos autorizados? Esos paquetes, evidentemente, estaban compuestos de todo lo que iban robando por Alemania y pasaba a formar parte del patrimonio de la Unión Soviética.

Y la peor parte, como en muchas guerras, se la llevaron las mujeres de las zonas ocupadas, que fueron ferozmente violadas día tras día por hordas de tropas soviéticas durante mucho tiempo.

Finalmente, el autor valora que el soldado ruso estaba indefenso ante un mando comunista que casi siempre es injusto y está borracho y le obliga a cometer atropellos, violencia y asesinatos, sin pensárselo dos veces.

En otras palabras. Las personas pierden el rostro humano y se convierten en animales salvajes en guerra.

Una obra necesaria para comprender los millones de muertos que tuvo la Unión Soviética en la II Guerra Mundial, más por desprecio a las vidas humanas de su pueblo que por imperativos bélicos.