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Niceto Alcalá-Zamora en 1931

Niceto Alcalá-Zamora en 1931

Un soñador en la tormenta de la historia

Niceto Alcalá-Zamora sigue siendo una de esas figuras que deberíamos conocer más y mejor. Sus restos volvieron a España durante la Transición sin ningún tipo de reconocimiento. Fue uno más de la larga lista de perdedores de la historia española

Permítanme comenzar con una pequeña historia personal que viene bastante al caso. Creo que, en muchas ocasiones, este tipo de anécdotas dan luz a alguno de esos aspectos fundamentales que se esconden entre los pliegues de la realidad. En 2021 publiqué un ensayo divulgativo sobre la Guerra civil española, se tituló La Guerra civil española para dummies, y uno de los comentarios más habituales entre los lectores más jóvenes fue su descubrimiento de la existencia de republicanos de derechas e, incluso, católicos. Por supuesto habían estudiado el período y estos habían aparecido, de una forma u otra, en sus libros de texto. Pero no habían sido conscientes de lo que estaban estudiando. Del protagonista de esta reseña, les había quedado poco más que el nombre y su apellido compuesto. Con toda seguridad, les habrían explicado el perfil de quien fuera presidente de la Segunda República, sin embargo, el imaginario popular pesaba demasiado. Y este concluía que no se podía ser republicano sin ser de izquierdas y anticlerical. Tanto es así que sigue siendo una interrelación casi directa en la política española.

Portada de 'Niceto Alcalá Zamora. El hombre que soñó con la República'

Almuzara (2024). 624 páginas

Niceto Alcalá-Zamora. El hombre que soñó con la República

Javier Arjona García-Borreguero

Aunque sólo sea por iluminar una biografía tan particular desde el presente, merece la pena leer este trabajo de Javier Arjona García-Borreguero, un ingeniero que decidió hacerse historiador. Niceto Alcalá-Zamora fue aquel hombre que soñó la república en un tiempo convulso y confuso. El origen de estas páginas está en una tesis doctoral sobre el pensamiento político de Niceto Alcalá-Zamora. Esto se nota en la profundidad de las lecturas y los múltiples niveles de interpretación. De esta manera, el autor nos acerca a la biografía del político cordobés, así como a su labor política y su evolución ideológica. Su perfil extravagante ha favorecido que los juicios no hayan sido del todo justos en una batalla por la memoria de los años treinta. Solamente por esta razón merece la pena perderse entre estos capítulos.

Su ideal republicano era el de una república burguesa y de orden

Alcalá-Zamora nació en el seno de una familia liberal de clase media provincial. Su formación como jurista le hizo dar el salto a la política. Su carisma y su capacidad de trabajo le llevaron a aceptar el cargo de ministro en dos ocasiones durante la monarquía alfonsina con Manuel García Prieto, líder del Partido Liberal, como presidente. Eran los momentos de crisis del sistema canovista. De hecho, la segunda ocasión se convirtió en el último gobierno liberal de la Restauración. La llegada de la dictadura de Primo de Rivera y el comportamiento del monarca le hicieron acariciar la idea republicana. Es más, Alcalá-Zamora terminó siendo un firme valedor de la república como sistema de gobierno. Pensaba que era la única forma de regresar al camino constitucional en el que tanto confiaba. Su ideal republicano era el de una república burguesa y de orden, que pudiese acometer las reformas necesarias para mejorar la situación del país y que permitiese la convivencia entre españoles.

Su evolución no fue vista con buenos ojos ni por los monárquicos ni por los republicanos. Se quedó en medio del camino y, aún hoy en día, es habitual encontrar críticas a su figura en la derecha y en la izquierda. Pronto el proyecto de Alcalá-Zamora de una república de orden se desbordó. Aquellos sueños iniciales, por momentos, se convirtieron en quimeras peligrosas. En el juego político del momento terminó ocupando las posiciones centrales. Tanto es así que en enero del 36 buscó la colaboración de Manuel Portela Valladares para fundar el Partido de Centro Democrático. Como sabemos, en contextos de polarización es el espacio donde más se sufre. Alcalá-Zamora es un buen testimonio de todas las tensiones (y contradicciones) internas y externas a las que se deben enfrentar los centristas. Como católico militante, vivió los ataques anticlericales, tanto en el congreso como en la calle, con angustia y desolación.

Estos momentos de encrucijadas políticas suelen estar dominados por personajes enérgicos y contradictorios, que muchas veces terminan chocando entre sí. Alcalá-Zamora tuvo numerosos encontronazos con sus iguales: Manuel Azaña, Alejandro Lerroux y José María Gil-Robles. La distancia con Azaña se fue haciendo gigante con el paso de los meses, especialmente después de la legislación contra órdenes y congregaciones religiosas. Este jugó sus cartas para conseguir, gracias a la colaboración de Indalecio Prieto, la destitución del político cordobés como presidente de la República en los meses del Frente Popular. Con Gil-Robles también tuvo constantes roces, ya que trabajo con tenacidad para que nunca pudiera alcanzar la presidencia del Gobierno.

Derrotado y fracasado, Alcalá-Zamora murió en Argentina en 1949. El inicio de la guerra le sorprendió en un viaje hacia el norte de Europa. No quiso aceptar ayudas del exilio republicano y el franquismo expropió su patrimonio. Nunca regresó. Su hoja de servicios está repleta de aciertos, pero también de errores. Para el lector de esta obra es evidente que Javier Arjona García-Borreguero está cerca de su biografiado. Aunque no se deja llevar por la admiración y es capaz de analizar con distancia su actividad política. Porque la coherencia, a veces, es el principal camino hacia el error. Niceto Alcalá-Zamora sigue siendo una de esas figuras que deberíamos conocer más y mejor. Sus restos volvieron a España durante la Transición sin ningún tipo de reconocimiento. Fue uno más de la larga lista de perdedores de la historia española.

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