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Madrid, el advenimiento de la República

Crónica del cambio de régimen y de la atmósfera de Madrid, sus gentes y sus políticos durante aquellos días

Pla insiste en su característica ironía derrotada y descreída, y desconfía de las utopías de los burgueses intelectuales que se han encumbrado como próceres de una república cuya masa social es muy diferente

El 14 de abril de 1931 se instauró, por segunda vez en toda la historia de España, la república. Se habían celebrado elecciones municipales, y las candidaturas republicanas —marginales en las Cortes una década antes— lograron ser las más votadas en muchas de las ciudades más importantes del país. Aunque en cómputo general no se puede decir que las ganasen, su resultado sí que puede considerarse victorioso, por el impacto logrado en el Palacio Real y la presidencia del Consejo de Ministros e incluso el Ejército. De este modo, Alfonso XIII y no pocos miembros de su séquito político se vieron faltos de apoyo. Sobre todo, tras la intentona golpista que había fracasado apenas cuatro meses antes. El régimen venía lastrado por una serie de problemas y la Corona optó por exiliarse, ante las amenazas del comité republicano que se arrogaba la nueva legitimidad del país. No se trataba tanto de que España se hubiese vuelto republicana, sino más bien indiferente; con pocos dispuestos a defender la monarquía con plena determinación, el rígido convencimiento de los políticos republicanos impuso un nuevo orden institucional.

Alianza Editorial (1986). Páginas: 152

Madrid, el advenimiento de la República

Josep Pla

Esa atmósfera de improvisación y exaltada novedad —una orgía gratuita que comienza como festiva y pacífica para proseguir por otros derroteros— aparece bien reflejada en este dietario, en vivo, de Josep Pla. El escritor catalán —encargado de cubrir en directo la efervescente actualidad en un Madrid que arriaba la bandera roja y amarilla para alzar la tricolor— va redactando los sucesos día tras día, aunque, al cabo de media semana, lo que vemos en este libro se va espaciando cada vez más, y acaba incluyendo, como adendas, anotaciones fechadas hasta mayo de 1932. Por supuesto, Pla habla de política y habla con los políticos. Algunos de ellos son importantes en el momento, como Maura, o como el henchido intelectual Ortega. Otros lo serán más con el tiempo, como Sainz Rodríguez. Casi todos, desde Azaña hasta los Gil–Robles, Herrera Oria —«una de las personalidades más considerables del país»—, Hemingway, Queipo de Llano o Largo Caballero, se observan por estas páginas. Y se entrevé la debilidad del nuevo régimen.

Señala las quemas de conventos y también la quema de kioscos de El Debate. Advierte sobre la deriva anticlerical del nuevo régimen: «Los jesuitas fueron expulsados. Un día sí y otro también, en alguna parte de la Península queman una cosa u otra. Creer que la cuestión de los jesuitas puede resolverse en este país con una expulsión policial es un error mayúsculo. A mí no me han educado los jesuitas y, por consiguiente, no tengo nada en contra de esta orden, como suele ocurrirles a las personas que se han educado con ellos. Ahora bien: creo que esta expulsión hizo un gran mal al régimen republicano, sobre todo en Francia, en Inglaterra y en Estados Unidos».

Pero también habla de la gente, de la ciudad, de las personas. Y de las rencillas entre unos y otros, como el caso de Eugenio d’Ors, el cual, «como buen catalán discrepante, es muy apreciado» en la capital de España. Aquí Pla insiste en su característico aire de ironía derrotada, descreída, inútil. Por un lado, desconfía de las utopías de los intelectuales burgueses que se han encumbrado como próceres de una república cuya masa social es muy diferente. Aparte, Madrid, en general, no le gusta a Pla. Lo deja claro, aunque admira con paroxismo el Museo del Prado, y también comenta: «Deben de haber pasado once años desde la última vez que estuve en Madrid. Todo está desconocido, transformado. Como la mayoría de las poblaciones del país, Madrid ha dado un salto considerable; hay quien dice que exagerado… Lo que ha cambiado sobre todo en Madrid es la vida. Hoy el centro de Madrid tiene todo el aspecto externo de una ciudad moderna. Mucha gente tiene un aire deportivo y actual … Las construcciones que se levantan hoy día tienen un confort mediano, aparentemente al menos. Hoy la gente no podría pasar sin cuarto de baño».

La primera edición de este libro es en lengua catalana, en Sabadell en 1936, en un formato de bolsillo, el mismo de las ediciones más recientes. Luego, justo tras la guerra (entre 1940 y 1941), Pla publicará, dentro de una obra bien extensa —en cuatro volúmenes—, Historia de la Segunda República Española. Al cabo de muchos años (en 1980), esta crónica sobre la llegada de la República se volverá a publicar en catalán en la editorial Destino, con alguna reimpresión. En lengua castellana, existen dos traducciones; una de Xavier Pericay divulgada por los periódicos El País (2003) y Público (2011); y otra de Eugenio Gallego para Alianza Editorial (1986).