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Ada Negri

La poesía que cura la ansiedad: dos poemas de Ada Negri

Ediciones Encuentro ha publicado El agua pura de mi pobreza; una antología de la que brota «la inefable certeza/de que todo fue justo, hasta el dolor,/todo fue bien, hasta mi mal,/que para mí tú fuiste y eres todo, me hace temblar/de una alegría mayor que la muerte»

La poetisa lombarda Ada Negri (Lodi, 3 de febrero de 1870 – Milán, 11 de enero de 1945) fue una de las literatas más relevantes de la cultura italiana y europea durante la primera mitad del siglo XX.

Profesora de escuela, se convirtió en la primera mujer miembro de la Academia Italiana en 1940. En España es poco conocida, ya que apenas hay traducciones de su obra al español.

Una ternura entra dentro del lector y lo aquieta

Incluso el mal es abrazado

Tras décadas de olvido, se ha reeditado la mayor parte de sus obras, se han publicado algunas antologías importantes en Italia, y se han traducido algunas de sus principales obras al inglés o al francés. Ediciones Encuentro ha publicado El agua pura de mi pobreza, antología traducida y revisada por Carmen Giussani.

El agua pura de mi pobreza. Antología de poemas de Ada Negri. (Editorial Encuentro)

Al acercarnos a la obra de Ada Negri descubrimos un rostro de rasgos fuertes, atravesados por una ternura secreta; una ternura que entra dentro del lector y que lo aquieta, como si al leer sus poemas, se entrara dentro de la quietud de un paisaje velado por la niebla que une, misterioso, la tierra con el cielo.

Y Dios, como presencia amorosa que atraviesa todo, se vuelve compañía real que concede «la inefable certeza/de que todo fue justo, hasta el dolor,/todo fue bien, hasta mi mal,/que para mí tú fuiste y eres todo, me hace temblar/de una alegría mayor que la muerte».

Acto de amor

  • No supe decirte cuánto te amo, Dios
    ​en el que creo, Dios que eres la vida
    viviente, la vida vivida, la que se ha
    de vivir más allá; más allá de los confines
    del mundo donde no existe el tiempo.
    No supe. Mas a ti nada oculto queda
    de todo lo que calla en lo profundo. Cada acto
    de vida, en mí, fue amor.
    Y yo creí que fuese para el hombre, o la obra, o la patria
    terrena, o los nacidos de mi firme tronco,
    o las flores, las plantas y los frutos que del sol
    reciben su sustancia, la luz y el alimento,
    mas era amor tuyo, que en cada cisa
    y criatura está presente. Y ahora
    que uno a uno cayeron a mi lado
    los compañeros de camino, y más distantes
    se hacen las voces de la tierra, tu rostro
    brilla con resplandor más fuerte
    y tu voz es cántico de gloria.
    Ahora -Dios, a quien siempre amé- te amo
    sabiendo que te amo; y la inefable certeza
    de que todo fue justo, hasta el dolor,
    todo fue bien, hasta mi mal,
    que para mí tú fuiste y eres todo, me hace temblar
    de una alegría mayor que la muerte.
    Quédate conmigo, ya que la noche cae
    sobre mi casa con misericordia
    de sombras y de estrellas. Que yo te ofrezca
    en la mesa humilde mi poco pan y el agua pura
    de mi pobreza. Quédate tú sólo
    junto a mí, tu sierva, y, en el silencio
    de los seres, mi corazón te oiga solo a ti.

Sol de octubre

  • Goza. No guarda día tu memoria
    ​más bello, día sin nubes como
    ​es. Y quizá nunca haya
    ​otro tan bello para tus ojos.
    ​Y aunque fuera de tu vida el último,
    ​el último mujer, alégrate:
    ​dale gracias al destino.
    ​Es tan pura esta
    alegría hecha de luz y aire: esta
    ​serenidad, que embarga todo en torno,
    ​remedia en ti cualquier pesar:
    ​esta armonía del alma con un punto
    ​del tiempo y con ese Amor que el tiempo guía.
    ​Ya no hay grano, ni fruto tiene la tierra
    ​que ofrecer. También tú lo ofreciste
    ​todo, mujer. Brilla límpido otoño
    ​en el descanso del año, y en el descanso
    ​de tu vida. El azul firme, olvidadizo
    ​de truenos y relámpagos, extiende su gran velo
    ​que apacigua sobre las frondas rojizas
    ​del bosque; y el sol te enciende el alma
    ​como las hojas que ignoran
    ​que se acerca el fin. Y tú, que sabes, tú no temes la muerte.
    ​Ahora que tu vientre ya no alienta vidas, y los hijos que tuviste
    ​en tus felices años, ganaron ya experiencia
    ​del mundo y marchan por sus vías audaces,
    ​¿qué te importa morir? Cuando la espiga es cortada,
    ​despojada la mazorca, bermellón
    ​el vino de las tinajas y las doradas nueces
    ​llaman a la cosecha, y estalla fuera de su erizo
    la castaña, ¿qué le importa a la tierra
    ​la amenaza del invierno?

    ¡Oh, verdaderamente tuyo
    este tiempo, mujer!¡Tuya esta colmada
    riqueza!¡Oh!, entre dos vidas, la caduca
    y la eterna, para ti esta libre pausa​
    de gracia. Gózala, mientras se te concede.
    Dejas de ser cuerpo, calla la pena;
    sólo eres luz: luz transparente
    de octubre, cuyo calor nada madura,
    pues todo ​se cosechó a su tiempo: eres fulgor
    que de la fría tierra hace cosa cálida del cielo.​