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La última función, de Luis Landero

'La última función', de Luis Landero

El espacio mágico e inviolable de una escena teatral

Tras el éxito alcanzado con Juegos de la edad tardía (1989) –novela con la que recibió en 1990 el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica–o con Lluvia fina (2022) –por la que mereció el Premio Nacional de las Letras–, Luis Landero (Alburquerque, 1948) regresa al panorama narrativo con La última función, una obra con la que rinde un sentido homenaje al mundo del teatro y sobresale como uno de los narradores más destacados de las letras hispánicas.

Tusquets (Col. Andanzas, 1057). 2024

La última función Luis Landero

Luis Landero

En esta novela, estructurada en dos actos, se funden el fracaso amoroso de Paula y el desencanto de Ernesto Gil (Tito Gil), un niño prodigio con una voz asombrosa que triunfó en los escenarios de la capital y que convertido en un abogado que no alcanzó allí el éxito, regresa a San Albín, un olvidado pueblo de la sierra madrileña, con el anhelo de cincelar su vida como una estrella; con la representación colectiva de una obra teatral ante el pueblo que alimenta sus sueños y esperanzas reivindica el arte y lucha contra la despoblación del mundo rural.

La fama pasada y las expectativas alimentadas por los vecinos han creado la brecha entre lo que Tito es y lo que aparenta o anhela ser; esta tensión interior se refleja en el escenario popular que emerge como un teatro de la vida donde los sueños se desvanecen y las esperanzas se marchitan y como un espejo donde se proyecta la memoria del esplendor pasado y la decrepitud de la España despoblada. Así lo traza la voz narradora desde el comienzo de la novela:

«Ernesto Gil Pérez (Tito para más señas o, como mucho, Tito Gil) entró en el bar restaurante Pino al anochecer de un domingo de enero, unos dos meses antes de la llegada o, más bien, de la aparición de Paula, y estas dos figuras, y los hechos que ocurrieron en ese tiempo, son la materia principal de esta historia. Todo esto y más sucedió entre el invierno y la primavera del año 1994, en San Albín, o solo Montealbín, que de las dos formas se le puede llamar a este lugar, o más bien se le llamaba, porque hace ya tiempo que está abandonado de Dios y de los hombres, como tantos otros de por aquí, de estas sierras pobres de la periferia de Madrid, lindantes ya con Guadalajara y con Segovia, y que tuvieron, aunque cueste creerlo, sus tiempos de esplendor».

Con una estructura circular se entrelazan la vida de Tito Gil y la de Paula, una mujer de cuarenta años con una vida matrimonial arruinada, a la que él convierte en la venerada Niña Rosalba. La última función es una historia de salvación, de la redención que llega a través del amor y del arte.

El escritor extremeño trasciende la esfera ficcional para adentrarse en el ámbito de la reflexión metafísica y metaliteraria en torno a la génesis del teatro; siguiendo la creencia de que el mundo se encuentra conformado por representaciones y máscaras bajo las que subsiste la identidad personal, apela a la capacidad de la obra literaria para transformar y trampear la realidad: «Cabe decir que la relación ficticia entre el caballero demonio y la doncella se fue haciendo real quizá sin que ellos mismos lo advirtieran, como si el teatro y la vida se confundieran entre sí».

Prosigue el autor de El guitarrista (2002) la estela cervantina con el recurso al binomio realidad-idealidad; como en su trayectoria narrativa anterior, la novela presenta las historias de unos seres que viven una segunda o doble vida con la pretensión de sobreponerse a la mediocridad y al tedio; el conflicto entre la literatura y la vida y la confusión entre el mundo objetivo y el imaginario, que desde el romanticismo se han planteado los escritores y artistas, según reflexiona metanarrativamente Manuel Pérez en el ensayo Entre líneas: el cuento o la vida (2000), les conduce a perseguir el afán.

Con esta novela teñida de nostalgia el escritor extremeño retrata las miserias de la condición humana, teje con maestría una narración coral que enfatiza el dialogismo narrativo y la capacidad polifónica; y, con su habitual despliegue verbal, con el dominio del humor y el manejo proverbial de la ironía, recupera la tradición cervantina. De manera semejante al papel que tuvieron los libros de caballería en la vida de don Quijote o el cine en la conformación de Faroni, el teatro desempeña un papel significativo en la existencia de Tito Gil. Con la profundidad filosófica y ontológica de su narrativa, La última función indaga sobre los límites de la realidad y el juego entre el ser y el parecer, explora los vínculos afectivos entre los seres humanos y rastrea el papel del azar y de la fatalidad en la existencia humana.

Le resultará fácil al lector de la narrativa landeriana adivinar el trasfondo biográfico de la novela y disfrutar del imaginario narrativo que pueblan unos personajes cargados de ilusiones juveniles, derrotados e infelices, que se enfrentan a la monotonía de la vida cotidiana, como don Ángel Cuervo, Francis Pinto, Regina Casal, Fonseca, Quinito, Blas, Galindo, Claudia o don Andrés Cruz, entre otros. Con La última función volverá el lector a disfrutar del placer de la literatura y del juego metanarrativo, de la transparencia de la construcción verbal y de la sencillez y profundidad de la palabra escrita.