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Cubierta del libro 'Cada uno por su lado y Dios contra todos', de Werner HerzogBlackie Books

‘Cada uno por su lado y Dios contra todos’, la cólera de Werner Herzog

Werner Herzog vuelve a tomar la pluma para narrar, en esta ocasión, sus memorias, en las que desgrana su itinerario vital y su trayectoria cinematográfica

Lope de Aguirre descendió el río Marañón para localizar el mítico El Dorado y, ante el fracaso de la empresa, se proclama Rey de los territorios españoles en América, declaró la guerra al emperador Carlos V y terminó solo en una barca llena de cadáveres e infestada de diminutos monos.

Fitzcarraldo subió un barco a vapor de 320 toneladas a un monte para transportarlo del río Amazonas a uno de sus afluentes y poner en marcha una plantación de caucho en la selva. El objetivo: financiar la construcción de un teatro de la ópera en medio de la Amazonía peruana.

El ecologista Timothy Treadwell vivió durante varios veranos con osos grizzli en Alaska. Su vínculo con los úrsidos se volvió una obsesión. Logró que los animales confiaran en él y le permitieran acercarse y tocarlos. Después de 14 años de experiencia, un oso lo atacó a él y a su novia, mutiló sus cuerpos y los devoró parcialmente.

Los protagonistas de las películas del cineasta alemán Werner Herzog tienen como rasgos en común el ser individuos obsesionados con proyectos y causas aparentemente absurdas e imposibles, el tener una voluntad de acero y un fatal destino trágico.

Esos mismos rasgos son los que han caracterizado la vida de Herzog, una vida que ha quedado plasmada en su obra cinematográfica que se presenta de ese modo radicalmente personal fruto de su propia experiencia, traumas y esperanzas.

Herzog, además de un genio del cine, se ha reivindicado también como un hábil escritor. Sus dotes para la narrativa se aprecian sobresalientes en sus diarios del rodaje de Fitzcarraldo, Conquista de lo inútil, y en la novela El crepúsculo del mundo.

Ahora publica su libro de memorias Cada uno por su lado y Dios contra todos (Blackie Books), una opera magna donde recoge, con un estilo ameno y directo, toda su trayectoria vital.

blackie books / 346 págs.

Cada uno por su lado y Dios contra todos

Werner Herzog

Comienza explayándose con su infancia, marcada por los bombardeos aliados sobre Berlín en la Segunda Guerra Mundial. Una infancia cuyo eco se repetirá en los años sucesivos.

Durante la guerra se refugió con su familia en un pueblo de las montañas de Baviera, Sachrang, donde se crio en una pobreza casi absoluta. Allí tuvo su primera experiencia con el cine: una película proyectada en una sábana que no le impresionó en absoluto.

Tras la guerra regresó a Berlín. Su familia se alojó en una pensión en la que también se alojaba Klaus Kinski. De esa manera, ya siendo niño, fue vecino del que en el futuro sería su alter ego y protagonista de algunas de sus mejores películas, como Aguirre, la cólera de Dios, Fitzcarraldo, Nosferatu, vampiro de la noche o Cobra Verde.

La división de Alemania y la construcción del Muro de Berlín le causó una honda impresión y decide contribuir a la concordia y reconciliación entre alemanes recorriendo a pie todo el perímetro fronterizo del país. Obviamente, no logra culminar un proyecto que perfectamente podría ser el argumento de alguna de sus películas.

Es interesante todo el capítulo dedicado a su proceso frustrado de conversión al catolicismo desde un ateísmo radical.

Herzog reconoce que posee una particular sensibilidad hacia lo trascendente y lo religioso: «En muchas de mis películas se percibe un eco lejano de Dios, de algo trascendente». Herzog llega a completar el catecumenado, se bautiza y vive en la Iglesia durante un tiempo.

Su proceso de conversión, sin embargo, se frustró, lo cual no impide que esa búsqueda de la verdad fuera una constante a lo largo de su vida. En sus películas expone una interesante búsqueda de Dios de varias maneras.

El problema de Herzog con la religión católica vino por su incapacidad para comprender las contradicciones de una institución divina constituida por hombres, con sus errores y pecados, y el sentido de la misión salvífica de la Iglesia.

Contradicciones que expone en una de sus principales películas, la gran Aguirre, la cólera de Dios, donde plasma la hipocresía de algunos clérigos que actúan abiertamente en contra de lo que proclama el Evangelio.

Con todo, Herzog reconoce un profundo respeto hacia el catolicismo y la figura del papado. En ese sentido, son varias las referencias en el libro a Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Tras la visualización de la película proyectada en la sábana siendo niño, su segundo paso en el mundo del cine vino mucho después. De forma un tanto aleatoria decidió estudiar cine. La Universidad no le resultó estimulante. El estímulo, la chispa que puso en marcha la maquinaria vino con un delito, cuando robó una cámara en la Universidad con la que gravó sus primeros cortometrajes.

Volviendo a la naturaleza de sus personajes y los paralelismos con su propia vida, esa querencia por los antihéroes decididos a emprender proyectos absurdos, pero a la postre personajes admirables, se ve también en sus referencias vitales.

Por ejemplo, Herzog se reconoce admirador de Quinto Fabio Máximo, el general que salvó a Roma de la furia cartaginesa de Aníbal con una estrategia que consistía, básicamente, en calculadas retiradas hasta forzar a un enemigo exhausto a enfrentarse a las legiones romanas a campo abierto, en el terreno más desfavorable para los cartagineses.

Pese a ser el verdadero salvador de Roma, debido a esa estrategia Quinto Fabio Máximo pasó a la historia como un cobarde que únicamente se retiraba para evitar la batalla.

Herzog, como sus personajes, es el prototipo de «hombre del renacimiento», pero trasladado a los siglos XX y XXI.

No es únicamente un cineasta, ya que cultiva otras muchas artes: la literatura, la escenografía, la música, el teatro.

Herzog, además de destacarse como cineasta y escritor, es también un reconocido director de ópera, sin tener grandes conocimientos de solfeo, como él mismo reconoce.

Su amor por la ópera se ve en películas como Fitzcarraldo, donde el aria Bella figlia dell’amore, del Rigoletto de Verdi, desempeña una función central en una escena inolvidable.

Como director de ópera también se percibe su obsesión por proyectos irrealizables abocados a un terrible fracaso.

Llegó a plantear una representación en cuyo tercer acto, y tras situar al público y a los músicos a una distancia prudencial, dinamitaba todo el edificio para que la ópera finalizara entre las ruinas humeantes. Como tantos de sus otros proyectos imposibles, nunca se llegó a realizar.

En otro de los episodios surrealistas que protagonizó llegó a rescatar al oscarizado actor Joaquin Phoenix en su vehículo siniestrado tras volcar en la carretera delante de él.

Herzog no sabía que el vehículo era del actor hasta que acudió a socorrerlo. Phoenix estaba cabeza abajo, sujeto a su asiento por el cinturón de seguridad, entre los airbags desinflados y tratando de encenderse un pitillo mientras la gasolina goteaba a su alrededor.

Cada uno por su lado y Dios contra todos es un libro pensado para los muy cafeteros de Werner Herzog, que encontrarán en el libro un complemento perfecto, e indispensable, para la filmografía del autor.

Sin embargo, quien no esté familiarizado con el cineasta y su obra encontrará en estas memorias la narración trepidante, con un fino sentido del humor, de una vida épica que, al terminar la lectura, el lector estará deseando vivirla.