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Portada Un animal salvaje

Dicker, un regreso bestial y 'Un animal salvaje'

«Los animales salvajes son como los hombres […] no podemos cambiar su índole» (p. 339). Esta frase, extraída del recién publicado libro de Joël Dicker Un animal salvaje (Alfaguara, 2024), expresa con nitidez el impenitente espíritu creador de este escritor suizo. Tras una breve desaparición del panorama literario, el autor ginebrino vuelve nuevamente a las librerías dos años después de El caso Alaska Sanders. Y regresa con unos vientos de domestic noir más recios que los presentes en obras suyas previas como El libro de los Baltimore. Se aproxima Dicker así al universo temático de Shari Lapena, autora emparentada con el literato suizo también por el uso de una prosa similar en la conformación de sus historias. Por otro lado, destaca asimismo en Un animal salvaje el uso de un bien llevado trampantojo novelesco, en la línea de La paciente silenciosa de Alex Michaelides, donde el cheating narrativo engaña convincentemente al lector, pero sin desmentir la letra y sin trampear con la veracidad de la perspectiva del narrador. Evita Dicker de este modo el tipo de estratagemas que se hallan en libros como El asesinato de Roger Ackroyd.

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ALFAGUARA. 448 PÁGINAS.

Un animal salvaje

Joël Dicker

Panteras, fieras y otros animales más salvajes protagonizan el devenir de unos acontecimientos donde los saltos temporales o flashbacks siguen caracterizando el procedimiento expositivo del autor suizo. En efecto, la fluidez de la prosa y la sencillez de la escritura exigen, como contrapartida, una dosis extra de atención al detalle en lo referido a lugares, fechas y horas, para no mezclar las distintas tramas que se dan cita en las páginas de esta obra. Londres, Ginebra e, incluso, la capital aragonesa son protagonistas de Un animal salvaje, en una acción que se despliega en el tiempo desde los primeros años del siglo XXI a finales de 2023 y que tiene como centro de gravedad el atraco a una joyería, ejecutado el 2 de julio de 2022. Policías corruptos, cónyuges infieles, dobles vidas y cazadores cazados configuran el elenco de personajes protagonistas de un escenario donde el telón de fondo es la condición humana. Ante todo, es el mimetismo atronador el que resuena desde las primeras páginas de Un animal salvaje sin dejar de remitir hasta que acaba el libro. Siguiendo en la dinámica de desgranar los componentes del deseo humano a lo largo de sus obras, Dicker describe nuevamente el universo de furia mimética que estructura la vida psíquica de sus personajes.

«Me vendría bien ser un poco más como tú» (p. 35) le dice Greg Liégean a Arpad Braun. Este a su vez, le pregunta sobre el sentido de tal deseo y obtiene esta respuesta: «¡Tener una vida con horarios flexibles, mejor sueldo y todo lo demás, vamos!» (p. 36). Ese ‘todo lo demás’ revela con claridad la existencia de un deseo mimético, donde el objeto que queremos conseguir del modelo al que imitamos es lo de menos, pues ‘todo lo demás’ está definido por el ser del mediador, no por el objeto que pretendemos alcanzar: «se fijó en cómo miraba a Arpad y deseó ser él» (p. 26). Greg odia a Arpad por ser quien es, ansía reemplazarlo en su identidad y pretende ser para Arpad lo que este último es para él: «Arpad tenía algo más. Una forma de superioridad natural. Lo envidiaba por eso» (p. 35). Las clásicas contradicciones del deseo mimético afloran igualmente en el decurso narrativo, donde también Karine, la mujer de Greg, es presa de la mímesis: «se preguntó si se podía admirar y aborrecer al mismo tiempo a alguien por idénticas razones: era la mismísima definición de la envidia» (p. 76). La tensión mimética manifiesta una carencia de identidad personal que se intenta llenar gracias a lo que se observa en un modelo amado y odiado al mismo tiempo. En esta línea, Karine desvela la profundidad de su ser, que es, en el fondo, una ausencia de ser que trata de colmar desde la supuesta plenitud de su modelo mimético: «por qué no voy a decir lo que llevo dentro? Me gustaría que nos pareciésemos más a los Braun» (p. 143). La inferioridad experimentada por el individuo deseante es irreductible: «tenía que mostrarse digna de los Braun» (p. 197), «no quiero parecer una paleta delante de los Braun» (p. 249). No se sabe qué es lo que tiene el mediador del deseo, pero el sujeto imitador quiere saciarse de su ser: «lo único que salió por su boca fue el reflejo de su admiración por los Braun: ‘¿cuál es vuestro secreto?’ » (p. 167). El secreto del mediador es que él es también un ser profundamente mimético, imitador a su vez de otros modelos y necesitado de la aprobación ajena. Así se expresa Arpad, idolatrizado modelo de Greg, sobre su propia mujer, Sophie: «todo lo que he hecho en los últimos quince años ha sido para que me admirases. ¡Un elogio tuyo siempre ha sido para mí como la gratitud de todo el planeta! […] solo había avanzado en la vida gracias a la mirada y la admiración de ella» (p. 279).

Fieras, panteras…y camaleones. El arte del camuflaje y de ocultar la identidad es otra de las características de esta novela bestial, donde el espía es simultáneamente espiado y el cazador se convierte en presa repentinamente: «unas horas antes, con pantalones de cuero en un club parisino, luego desnuda desvelando ese sorprendente tatuaje y ahora vestida como una perfecta abogada: un camaleón cuyas transformaciones la tenían admirada» (p. 90). Las metamorfosis de la omnipotente mímesis confunden las mentes de los actores de la trama, hasta tal punto que nadie es en sí mismo quien es en la mente ajena. Y, por todo ello, la violencia, como confusión mental generalizada hecha carne, no puede sino acabar arremetiendo contra todo y contra todos. En efecto, como señalaba René Girard, «la mimesis del deseo significa la desunión de quienes no pueden poseer juntos el objeto que juntos ansían» (Shakespeare: los fuegos de la envidia, Anagrama, 2016, p. 252). Y, si hay un objeto en disputa en esta obra, no es tanto la joyería que se quiere atracar, sino Sophie Braun, la esposa de Arpad, a quien incluso este último tenía envidia: «tenía un aura, un magnetismo, un resplandor de los que él carecía» (p. 116). Philippe Carral, conocido como Fiera, es uno de los principales obstáculos para que Arpad posea el ser de su mujer, que él ve como derivado de la identidad de su padre Bernard. En un momento de lucidez, Arpad acusa a su suegro-mediador de todos sus males: «¡Cállate, Bernard […] todo esto es culpa tuya! ¡Por tu arrogancia! ¡Por tu dinero de mierda! […] ¡Ojalá revientes!» (p. 281). Así pues, Sophie es el objeto del deseo sobre el que se abaten Arpad y Fiera como sujetos miméticos que no pueden compartir ese objeto que ambos ansían ávidamente: «[Arpad]: pero yo tengo que compartirte; [Sophie]: no puedo… no puedo elegir entre Fiera y tú…» (p. 280). En estas circunstancias, Dicker revela finalmente la única acción que puede evitar la destrucción mimética: el sacrificio o la renuncia al objeto deseado: «Te sacrificarás por ella-Los dos nos sacrificaremos por ella-Estamos de acuerdo» (p. 373).

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