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Una invitación a ser hoy lo que siempre han sido los caballeros: aristocracia del corazón y de los actos

«La nobleza de espíritu corrige los excesos del igualitarismo por superación y la ausencia de deberes, por asunción libérrima de todos aquellos a los que la nobleza obligue», plantea García–Máiquez

En estos tiempos en que la democracia anda en crisis, nos replanteamos cuáles son sus defectos y cuáles sus virtudes. Pero parece que nos preguntamos poco cuáles son sus fundamentos, o qué entiende cada cual por democracia. Hay quienes asumen que la democracia, tomada como pleno modelo antropológico y una suerte de religión laica, sólo puede devenir en relativismo, achatamiento moral y, a la postre, tiranía. Porque se interpreta democracia como igualitarismo; por tanto, toda excelencia resulta sospechosa e incluso debería ser penalizada. Quizá eso explique que la caballerosidad sea hoy tildada como envoltura estética del simple y mondo machismo. Sin embargo, en este contexto se alza con modales florentinos —sin acercarse, eso sí, a lo rococó, huyendo de lo afectado— Enrique García–Máiquez y diserta sobre la caballerosidad, la hidalguía, la nobleza de espíritu. Algo que, estando al alcance de todos —«Existe una llamada universal a la hidalguía», sostiene García–Máiquez—, y en este sentido, sería algo democrático, de hecho, resulta arduo y muy costoso. Porque el caballero, el hidalgo, el aristócrata moral se enfrenta, antes que nada, al dragón que cada uno llevamos dentro y que nos acompañará hasta el final de nuestros días. El dragón sólo morirá de verdad, cuando nos convirtamos en ceniza y humo.

CEU Ediciones. 2024. 356 páginas

Ejecutoria, una hidalguía del espíritu

Enrique García-Máiquez

Este libro no es únicamente un ensayo sobre la hidalguía; es, como daría a entender el título, un acta de reconocimiento de la nobleza espiritual a la que aspiramos, o podemos aspirar todos. Surge de una indagación y una fascinación o prurito creciente en el autor que, con enorme ahínco, con el tesón de una gesta literaria, consiguió concluirlo cuando expiraba el plazo para presentar el texto al I Premio de Ensayo Sapientia Cordis de CEU Ediciones. Y el esfuerzo se vio compensado: ganó el certamen. Ahora el ensayo se imprime para cumplir con su democrática obligación de invitarnos a todos a esa proeza que consiste en ser, de manera gratuita, nuestra mejor versión. «Quiero sacar de ti tu mejor tú», escribió Pedro Salinas; «Elevarse a sí mismo sobre sí», decía la monja María Jesús de Ágreda, y de este modo la cita García-Máiquez en Ejecutoria. Esa «mejor versión» no es la del imperativo categórico de Kant, sino la generosa de don Quijote —el autor acude aquí a Robert Redeker.

El noble va más allá del mero deber cívico. Trasciende. Por eso el gran modelo de caballería es el medieval, transido de mirada al otro mundo con los pies bien puestos en este mundo. Esta circunstancia revela el tono de asombro, admiración y entusiasmo —en griego, enthusiasmós es el arrebato, inspiración o posesión divinos— de García–Máiquez, que no paroxismo ni excitación inconsciente. Ascetismo, no misticismo ni descreimiento moderno. Lo cual esclarece la enorme relevancia que tiene la literatura, y que tienen los modelos, los arquetipos, los héroes.

Esta idea hilvana gran parte del libro, es como el cordel que cose sus páginas sin que el lector se percate. García-Máiquez comienza aludiendo a Bernardo de Claraval y su Alabanza de la nueva caballería (1136), y a las pocas líneas nos dice: «vocearé, encaramándome a hombros de nuestros mayores, otra llamada universal a la hidalguía del espíritu». En este momento, el autor, sin barroquismo alguno, nos guiña: otro Bernardo, el de Chartres, coetáneo de Claraval, nos dejó aquello de «somos como enanos a los hombros de gigantes», si nos fiamos del testimonio de su discípulo Juan de Salisbury. Eso es Ejecutoria: un recorrido por la literatura donde no hay atisbo de pedantería erudita y exhibicionista, sino una invitación a ser mejores lectores y a aspirar a subir un peldaño, a tratar a nuestra esposa como la reina que es, sin que importe nada que sea cajera del Mercadona o «country manager» en una Big Four.

La nómina de lecturas y de intelectuales citados —desde Nietzsche o Marco Aurelio hasta Dante, Álvaro d’Ors o François–Xavier Bellamy— tiene mucho de reconocimiento y de agradecimiento. El hidalgo no es un self–made man, sino alguien que se sabe deudor del pasado, del presente y del futuro, alguien que está para servir, no para servirse de los privilegios o prerrogativas a que tendría derecho según mérito, virtud y temple. Eso explica que García-Máiquez no se instale en la idealización onanista de los siglos pretéritos, sino que nos interpreta la actitud caballeresca de nuestros días: «La nobleza de espíritu corrige los excesos del igualitarismo por superación y la ausencia de deberes, por asunción libérrima de todos aquellos a los que la nobleza obligue. También rechaza la corrupción política, el bullying, y su taimado hermano gemelo, el victimismo, la mediocridad pública, la adicción al escándalo, la alergia a la jerarquía, la irrisión de la virilidad, el desdén por la paternidad, la zafiedad sentimental, el trabajo mal hecho, las fake news…».