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La Plaza de Las Ventas de Madrid, en la Corrida de la Prensa de 2023EFE

El toreo como expresión de la vida y como arte que sólo cabe entenderse cuando la estética y el destino se baten en duelo

Libro voluminoso que funciona como manual enciclopédico en el que se detallan tanto los puntos más luminosos como los más polémicos del mundo taurino: desde el traje de luces hasta los toreros más famosos de la historia

La tauromaquia es uno de los fenómenos más complejos de explicar, si es que cabe explicarse con palabras y no mediante lo que los sentidos captan en directo. En nuestro tiempo, como en otros, existen los llamados «antitaurinos», personas que se oponen a la corrida de toros por motivos diversos y que incluso pretenden imponer su prohibición legal. En la actualidad, el argumento que más se esgrime es el de índole «animalista»; es decir, la presunción de que el animal tiene derechos, como el ser humano, y de que debe evitarse todo aquello que suponga crueldad. En épocas anteriores, las razones eran distintas; se asumía que un espectáculo sanguinolento –los caballos de la suerte de varas a veces morían o quedaban muy maltrechos, porque carecían de peto antes de que el dictador Primo de Rivera los estableciese– era degradante para el ser humano. En el siglo XVI, el Papa Pío V –autor del Catecismo más importante que ha tenido la Iglesia católica, impulsor de la Liga Santa que derrotó al Turco en Lepanto, y artífice de la puesta en práctica de lo acordado en el Concilio de Trento– estableció la excomunión automática para quienes participasen en la lidia, a resultas del carácter temerario y truculento e impío de la faena. Sin embargo, Felipe II evitó, por prudencia, la promulgación de la bula pontificia y los sucesores inmediatos en la sede petrina suavizaron la postura, y retornaron al statu quo ante, según el cual únicamente los clérigos tenían vetada la actividad taurina. En bastantes ocasiones, incluso se ha entendido que la mera presencia de un sacerdote entre el público resulta inconveniente o no se permite, como se estipulaba en las Partidas de Alfonso X.

Homo Legens (2024). 790 páginas

Toros para antitaurinos

Miguel Aranguren

Sondear los orígenes del toreo en los festejos religiosos paganos de la Antigüedad, como los que aparecen en las escenas del arte minoico, forma parte de la manera de intentar acercarse a esta mezcla de liturgia, espectáculo, tradición viva y misterio. Cossío sigue siendo el referente para comprender la historia y aspectos esenciales de la tauromaquia, lo cual permite quizá no apasionarse con la lidia –es complicado aficionarse al toro sólo mediante la lectura–, pero sí situarse en una posición mesurada. Los toros son parte de la vida, no ya una metáfora. Tal como conocemos hoy la faena, se trata de una celebración muy popular: el toreo a pie es de origen plebeyo, y con la llegada de los Borbones la nobleza se alejó de la tauromaquia. Y ese carácter popular confiere una perspectiva más completa: el matador es la bizarra y noble pericia humana ante lo indómito y bellamente brutal de la naturaleza. Vivir incluye morir; el sol nítido deja caer su luz sobre el arte inefable y sobre la tragedia que escapa a los planes de negocio y cursos de emprendimiento personal. Todavía hoy, cuando criamos a nuestros hijos envueltos en mascarillas quirúrgicas, geles hidroalcohólicos y comida sin gluten.

De casi todo lo relativo al mundo taurino trata, en gran medida, este voluminoso libro que ha escrito y dibujado con profusión Miguel Aranguren, novelista y responsable de la iniciativa Excelencia Literaria. Sirviéndose de cinco relatos sobre la vida, la muerte, el animal, el amor, la suerte –y con elegante y evocador prólogo del matador Diego Urdiales–, Aranguren presenta una obra en que la ficción acompaña lo que se detalla y muestra en diversos episodios de no ficción, de puro ejercicio casi periodístico o de investigación: desde cómo se cría al toro bravo hasta la historia de la lidia, el funcionamiento de las plazas y un elenco del centenar largo de toreros más destacados o famosos. Desde los Romero y Pepe-Hillo hasta Lagartijo y Frascuelo, Belmonte y Joselito, los Bienvenida y Manolete, el excelso José Tomás y Morante de la Puebla –«maneja la muleta con el arte propio de los elegidos», afirma Aranguren– o Talavante –«muy imaginativo, valeroso y hondo»–, aparte del denostado –por banal y estrafalario– Jesulín de Ubrique y algún otro que tampoco contó con el aplauso de Las Ventas.

El libro, a pesar de alguna deficiencia editorial –como usar el término forcado en vez de forçado– es de lectura clara, ágil y cenital, dividido en apartados que pueden consultarse de forma separada, sin necesidad de atarse a una narración unívoca. Incluso podría considerarse como un manual enciclopédico en el que se detallan tanto los puntos más luminosos como los más polémicos del mundo taurino: desde el traje de luces hasta las ferias según calendario y ciudades. La lidia evoluciona y vive porque existen empresarios, ganaderos, público y matadores. De ellos depende, como se nota en estas páginas, la decadencia o esplendor de las corridas. Ese carácter vital, no dogmático, aparece en bastantes pasajes del libro, que cuenta con numerosas notas y explicaciones, entre ellas el apéndice dedicado al léxico taurino que forma parte de nuestro lenguaje cotidiano: «estar al quite», «echar un capote», «atarse los machos», «dar la puntilla», «acoso y derribo», «primer espada»… Porque, si la vida es arte, el toreo debe ser artístico también en su forma de expresarse mediante las palabras. Algo que Aranguren comenta en su defensa de la Fiesta que publicó hace dos años en El Debate y que retoma en este libro: «En Las Ventas eché los dientes».