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Holbein «Sir Thomas More»

La mesura como búsqueda honesta de la verdad y como humildad para aceptar las propias limitaciones

Semblanza de siete intelectuales, desde Bernanos o Arendt hasta Orwell o Camus, cuyo pensamiento y actitudes estaban tan repletos de matices, que les valieron críticas en su momento, a un lado y a otro de cada trinchera

En nuestros días se palpa con textura evidente la manera tan diáfana como se plantean muchos discursos, en especial en política. Aunque no hayamos inventado la polarización y la demagogia, la sofística y la simplificación, no se nos da nada mal. Tampoco lo tenemos fácil para eludir la etiqueta del rigor, porque, con la pretensión de «alejarnos de los extremos», nos elevamos a una torre de marfil, cuando no nos aproximamos a uno de esos extremos. Un extremo muy concreto. Hoy resulta insólito –muchas veces lo es– el Tomás Moro que nos representa Robert Bolt en Un hombre para la eternidad –la mejor adaptación cinematográfica de esta obra de teatro cuenta con guion del propio Bolt y la dirigió Fred Zinnemann en 1966. Moro es un hombre con sólidas convicciones, pero no es un exaltado; muere por su fe, pero su pensamiento está repleto de recovecos y de una ortodoxia muy trabajada. Sin embargo, hoy habrá quienes lo tachen de fanático, por no haber sido «flexible» y no saber «adaptarse». ¿Moro, lo mismo que Juan Bautista, no sería hoy considerado como un integrista de la moral matrimonial, un hombre chapado a la antigua sin capacidad de aggiornarse? No es este un asunto fácil: ¿la única opción válida entre el blanco y el negro es un presunto gris impoluto que practica la equidistancia aritmética? En parte, este es el motivo o el contexto que explica la publicación de El coraje del matiz, el primer título editado en España del francés Jean Birnbaum (1974).

Encuentro (2024). 136 Páginas

El coraje del matiz

Jean Birnbaum

Birnbaum expone, mediante la semblanza de siete intelectuales del siglo XX (Albert Camus, Georges Bernanos, Hannah Arendt, Raymond Aron, George Orwell, Germaine Tillion, Roland Barthes), modelos de la actitud que él reivindica, hastiado del maniqueísmo de nuestros días, y también de su propia experiencia. Ha escrito dos libros sobre islam, yihadismo y Francia; dos libros que no acaban de ubicarlo nítidamente en ninguna de las grandes corrientes o, al menos, son ensayos cuyo análisis sobre religión mahometana y violencia no satisface a muchos, en distintos bandos. Lo han llegado a acusar de «hacerle el juego a la extrema derecha», como en su momento se reprochó a Orwell «hacerle el juego al fascismo». Al comienzo de El coraje del matiz dice: «las redes sociales se han convertido en una arena donde el debate ha sido reemplazado por el combate: cada uno, temiendo encontrarse con un contradictor, prefiere acosar a cien enemigos. Incluso más allá de Twitter o de Facebook, el campo intelectual y mediático se confunde con un campo de batalla donde se permiten todos los golpes. En todas partes, los predicadores feroces prefieren atizar los odios a iluminar las mentes». Se lamenta de que los debates estén definidos por el «a favor de quién estás».

En su recorrido por esta serie de biografías –cinco de ellas, de autores franceses– Birnbaum muestra una serie de ejemplos, dentro de los cuales localizamos algunas aportaciones llamativas. Así, al final del capítulo dedicado a Camus leemos: «a veces, la ética de la mesura es una ética del silencio». Al hablar de Bernanos, señala que el fanatismo es una forma de impotencia y que el libro es una herramienta de pensamiento. Un texto desarrollado a lo largo de las páginas de un libro tiene vocación de matiz, de añadir a cada momento un detalle que perfile o pula más la tesis general. Lo cual hace extensivo a los comentarios sobre libros: «cualquier crítica con un poco de fundamento es inmediatamente sospechosa de agresividad, o incluso de resentimiento. […] En los medios donde la norma es decir educadamente cosas buenas de todo, el simple hecho de mencionar un libro para expresar reservas sobre él se considera un acto de malevolencia: si se dicen cosas malas de un libro, es que se quiere hacer daño a su autor».

Tomándole, pues, la palabra, cabría comentar que, en ocasiones, su texto resulta demasiado vehemente y que, en algunos pasajes, trata de manera un tanto edulcorada a los intelectuales que protagonizan sendos capítulos –lo que incluye aquellos que fungen de transición entre unos y otros. Asimismo, su insistencia en la Guerra Civil española –con brochazos como «los crímenes del general Franco y de sus cómplices de sotana»–, en el régimen de Vichy y en el trauma de la independencia de Argelia pueden menoscabar el tono general de sutileza y matiz. En todo caso, brinda así oportunidad al lector de aplicar la tesis principal de este libro. El matiz se aplica no por postura acomodaticia, sino al revés; como dice Birnbaum, a partir de la búsqueda honesta de la verdad y de la humildad para aceptar las propias limitaciones.

Quizá las páginas más logradas de este breve ensayo sean las dedicadas al sentido del humor de Hannah Arendt. Sobre Adolf Eichmann dijo Arendt: «He leído su interrogatorio policial, o sea, 3.600 páginas, con mucha atención, y no sabría decir cuántas veces me reí, ¡me reí a carcajadas!». Birnbaum comenta: «Esa risa ha sido difícil de aceptar para algunas gargantas […] [con un estilo sardónico] presenta a Eichmann no como un monstruo sanguinario, sino como un payaso grotesco […] Arendt, como Bernanos, no confunde inteligencia con educación, ni audacia con cultura. Conoce a bastantes intelectuales como para saber que muchos de ellos, incluidos los más prestigiosos, son tan mediocres como dóciles […] Para ella, la ‘idiotez’ designa una cierta relación con uno mismo, una forma de aferrarse a los propios prejuicios, hasta el punto de volverse sordo a los puntos de vista de los demás». Repitiendo la cita que Birnbaum hace de Orwell, «hablar de libertad solo tiene sentido a condición de decirle a la gente lo que no tiene ganas de oír».