La maldición de un mundo perdido
La editorial Libros del Asteroide recupera una de las obras maestras de la literatura húngara, prohibida durante décadas por los regímenes comunistas del Este de Europa, por su discurso tradicionalista y nostálgico
«¿Qué ibas a ser tú fuera de Transilvania?», cuestiona Bálint Abády a su primo, László Gyeroffy, ya hacia el final Los días contados. «¡No un hombre, sino un número, un don nadie! Aunque seas artista, el arte tiene valor si crece en la tierra patria, si no, es sólo un papel. Y no debes despilfarrar tu fortuna porque no la has ganado tú, sino que la has heredado. ¡Tener una fortuna conlleva obligaciones! ¡Obligaciones por el bien de los demás!».
Libros del Asteroide (2009). 666 Páginas
Los días contados
Tal vez, este parlamento del protagonista de la novela de Miklós Bánffy, la primera parte de su Trilogía Transilvana, explique por qué la obra del escritor húngaro fue prohibida durante décadas por los regímenes comunistas del Este europeo. En él se condensa el pensamiento tradicionalista, nacionalista y aristocrático de un novelista de estirpe nobiliaria, que desempeñó importantes cargos en la administración húngara después del trauma nacional que supuso la Primera Guerra Mundial. Aunque fue miembro del Partido Liberal, esta sensibilidad se aprecia en el trato que da a sus personajes femeninos y a los de baja extracción social.
Precisamente, en los prolegómenos de la Gran Guerra se sitúa Los días contados, la narración de la inevitable decadencia de una aristocracia incapaz de ajustarse al ritmo de los tiempos. Mientras el Imperio se descomponía, la nobleza húngara se divertía en bailes de salón, fiestas en palacios, carreras de caballos y partidas de caza. Y, con maestría, Bánffy captura la atmósfera de este mundo condenado a la desaparición, a través de los ojos de dos jóvenes personajes, que tratan de resolver la tragedia de sus propias vidas en medio de la tragedia de su clase social.
Nos referimos a los ya mencionados Bálint Abády y László Gyeroffy. El primero, un joven cosmopolita que regresa del extranjero para ejercer el cargo de diputado parlamentario, en calidad de político independiente («La política de partidos lo ha contaminado todo», afirma). El segundo, un aspirante a músico que ansía el éxito artístico para hacerse merecedor del amor de su admirada Klára. Sin embargo, cada uno de ellos carga sobre los hombros con el peso de su propio destino trágico –el amor imposible de Adrienne, Abády; el complejo por la medianía social de su apellido, Gyeroffy–, y precisamente por ello, sus empresas parecen abocadas a un colapso análogo al de un Imperio caduco.
No por casualidad, la editorial Libros del Asteroide ha comparado la obra de Bánffy con El gatopardo, otra de las obras maestras que retrató la caída en desgracia de la aristocracia novecentista, y que también fue escrita por un heredero directo de esa nobleza en retirada. Ciertamente, existe el parentesco, si bien se aprecia en Bánffy un psicologismo más naturalista que el de Lampedusa, y que emparenta al húngaro con la tradición de la gran novela histórica rusa.
Gracias a esta habilidad de Bánffy para dibujar psicológicamente a sus personajes, el lector se ve atrapado en una meticulosa tela de araña, que liga los destinos de una interminable lista de personajes memorables. A partir de minúsculos detalles (una carta extraviada, una mirada fuera de lugar, una respuesta inapropiada), va tomando forma el entramado de amores prohibidos, familias rotas y ofensas imperdonables que permiten constatar la decadencia social y política de una Hungría acomplejada por la sombra de Viena.
Todos estos ingredientes alumbran la trágica maldición anunciada ya en el título: Los días contados son los últimos estertores de un Imperio condenado a la desaparición por la dejadez de una clase dirigente, la nobleza tradicional, que ha perdido de vista el cuidado del pueblo y se ha dejado llevar por la sensualidad de las fiestas privadas, los bailes de etiqueta y los líos de alcoba. «No es casual que la lengua húngara use la misma palabra para designar a la familia y a la servidumbre…», es la frase que lega el difunto padre de Abády a su hijo. Pero este, heredero de esa sensibilidad aristocrática de corte humanista, es ya incapaz de deshacer la maldición que pesa sobre un mundo finisecular que se dirige inevitablemente hacia la Primera Guerra Mundial.