El paso del tiempo en una comunidad de vecinos donde las ilusiones se chocan con la mezquindad
Al poco de salir de la cárcel y, tras librarse de una condena a muerte, Buero Vallejo compuso este drama que le valió ganar el premio Lope de Vega de teatro y una exitosa carrera
Al comenzar la Guerra Civil, Antonio Buero Vallejo aún no ha cumplido los veinte años. Desde 1937, participa en el conflicto del lado del Frente Popular y a cargo de diferentes destinos, incluidas actividades culturales. Tras la victorial del bando Nacional, entra en un campo de concentración, y, si bien lo liberaron al cabo de un mes, fue detenido a mediados de 1939 y condenado a muerte. Pasó por diversas cárceles y, tras la conmutación de pena y una serie de rebajas, obtiene la libertad condicional en 1946. Debido a las limitaciones impuestas por las autoridades, decide fijar su residencia en Carabanchel Bajo, y compone obras de teatro; presenta dos al certamen Lope de Vega, organizado por el Ayuntamiento de Madrid. Gana el premio con Historia de una escalera, que se estrena en octubre de 1949. A partir de entonces, su carrera en los escenarios es sólida, con buen reconocimiento por parte del público y de los críticos, sin dejar por ello de tener encontronazos con el régimen franquista. Recibe el Premio Nacional de Teatro en repetidas ocasiones, y en 1971 es elegido miembro de la Real Academia Española.
Austral (2010). 160 Páginas
Historia de una escalera
Aunque Historia de una escalera funcionó muy bien en los teatros, hay comentarios en la prensa de la época que indican que su recepción era algo diferente, en determinados aspectos, a como hoy podemos asimilarla. No pocos la catalogaron como comedia, y bastantes no entendieron el cambio que suponía. Hasta entonces, no resultaba habitual que una tragedia o un drama tuviera como protagonistas a una colectividad de extracción social más bien baja. Este punto convierte la obra en una referencia que, para el público actual, conlleva matices que resuenan lejos en el tiempo: una comunidad de vecinos sin ascensor, en la cual un cobrador de la compañía eléctrica va piso por piso presentando la factura y solicitando el abono en metálico. Sin embargo, el drama sigue conteniendo mucha originalidad, en especial por la variedad de niveles, alturas y rincones en que se representa la acción y que muestra una simultaneidad y unos contrastes más que sugerentes.
Como indica su título, Historia de una escalera nos expone, en tres etapas diferentes –tres actos que nos trasladan a tres situaciones temporales, separada la primera de la segunda en diez años y, la segunda de la tercera en veinte–, el decurso de una serie de familias, de casas, de ambiciones, de personajes, de caracteres, de temples humanos, de fallecimientos y de nacimientos. El individualismo se enfrenta a la solidaridad sindical que ansía ciertas mejoras, ciertas ilusiones comunitarias; los sueños de la juventud se confrontan con la necesidad del trabajo duro que no siempre reporta sus frutos; los amores que se rompen acaban acarreando dolores y odios posteriores, matrimonios infelices, celos y la frustración que se evidencia en la imposibilidad de no poder romper con la mezquina vida a que uno se siente atado. Hombres y mujeres que se encuentran y desencuentran a lo largo de una escalera, de unos descansillos, y de la repetición de ingenuidades con que una generación, sin pretenderlo, emulará a sus padres.
Desde el inicio, se observa bien cómo dentro de una comunidad –que, vista desde fuera, podemos catalogar como si fuese homogénea, uniforme– existe un duro empeño por marcar no sólo la propia personalidad, sino por situarse unos por encima de otros. El que paga la factura de la vecina ¿es un presuntuoso o es de veras alguien con buen corazón? ¿Cómo se protegen unos a otros, en especial ante el petulante y gandul guaperas de quien recelan los padres, temerosos de que engatuse a sus hijas? Los distintos tipos de trabajo son un ejemplo más de cómo, también en este ambiente, nos cuesta convivir y cómo –parafraseando a un personaje– muchas veces nuestra única ambición se reduce a querer tirar a los demás por el hueco de la escalera.