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Guillermo Pérez Villalta, «Guillermo en la playa de Camorro»

Guillermo Pérez Villalta, «Guillermo en la playa de Camorro»Baluard Museu d'Art Contemporani

‘Vengo de ese miedo’: crónica del maltrato familiar en la infancia

La publicación de esta novela en la colección «Maxi» de Tusquets es una buena ocasión para aproximarse a este relato descarnado, que ahonda en los efectos de una infancia traumática y en el poder sanador de la escritura

Sea casualidad o causalidad, retomo hoy dos temas que he abordado en otras reseñas que he publicado en este diario: la escritura como arma salvífica y la figura del padre. Y lo hago con Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste, novela que vio la luz por primera vez en Tusquets en 2022, y que yo he leído en la versión en bolsillo de su colección Maxi (enero de 2024).

Portada de Vengo de ese miedo

Tusquets. Maxi (2024). 300 Páginas

Vengo de ese miedo

Miguel Ángel Oeste

La novela, premiada con el Premio Finestres de Narrativa 2022, recoge el doloroso testimonio del personaje narrador –inspirado, al parecer, en algunos aspectos de la biografía del propio Miguel Ángel–, que se cría junto a su hermano en un entorno familiar desestructurado, por usar un eufemismo, en el que el maltrato físico y psicológico del padre y la falta de instintos maternales de la madre, siempre gregaria a los deseos decadentes del padre, acabaron por generar en el hijo desazón, angustia, problemas emocionales sin resolver y, como sugiere el propio título, miedo, mucho miedo.

Vengo de ese miedo es un libro descarnado, escrito a modo de álbum fotográfico literario, en el que el personaje narrador va desgranando –sin seguir una cronología ordenada– episodios traumáticos de su infancia, apoyado, ahora que es adulto, en la memoria personal y en conversaciones con algunos familiares o conocidos del progenitor, esa figura nefasta con aires de grandeza, violento y amoral, que abusaba del alcohol, el sexo y las drogas.

Tiene esta obra mucho de metaliterario, pues mientras su autor la escribía iba detallando el proceso de su propia gestación, donde no faltan explicaciones de por qué se animó a embarcarse en esta suerte de duelo que le llevó, por diversas causas, varios años de lucha contra la procrastinación y contra sus propios demonios. Un libro que, percibimos, fue creado con la intención sanadora de la que hablaba antes. Una suerte de terapia para intentar minimizar los ecos de ese miedo insistente anclado en lo más profundo desde los tiempos de la infancia.

La novela es el retrato traumático de un hijo que nunca se sintió como tal, pero al mismo tiempo funciona como estampa sociológica de la España efervescente que salía del franquismo para introducirse, de manera muchas veces arbitraria y excesiva, en las mieles peligrosas de un turismo libertino que comenzaba a despuntar, sin ir más lejos, en la Málaga de los años 70 y 80, donde está ambientada la narración. Y es en ese ambiente festivo e incontrolado en el que rondan los padres del narrador, más proclives a abrazar una vida disoluta e irresponsable que a sus propios hijos.

Es este un libro sobre la familia, la escritura, el miedo, el daño imperecedero de formarse en un entorno hostil y alienante, dominado en este caso por un padre pendenciero, alcohólico y drogadicto que emponzoña todo cuanto toca. Y por una madre hermosa en su juventud que, tras hacer sus pinitos como modelo, no quiso o no supo evitar el modo de vida autodestructivo que le ofrecía su atrabiliario marido.

Tampoco el personaje narrador, aun siendo la víctima, está libre de pecados. Él mismo se presenta como alguien lleno de rabia y de rencor que no solo es incapaz de perdonar, sino que le gustaría matar a su padre, tal como confiesa en la primera frase de la novela.

Sombrío y tormentoso, alejado de maniqueísmos y oportunismos, Vengo de ese miedo nos enseña que no hay peor martirio que aquel que nace en el propio hogar, pues para luchar contra ese miedo se hace necesario luchar también contra las personas que te dieron la vida, con todo el desgaste emocional que ello conlleva.

En esta novela la literatura se reivindica una vez más como una herramienta purificadora con la que tratar de sanar el dolor –y en este caso también el miedo– que llevamos dentro.

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