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Nuria Espert, junto al autor, en los premios Juan Mayorga

Nuria Espert, junto al autor, en los premios Juan MayorgaP. Margarit

‘Himmelweg’ y ‘El jardín quemado’

Se trata de dos magníficas piezas de teatro histórico que iluminan el pasado desafiando al espectador y llevándolo a donde quizás no desee ir

La editorial Cátedra ha publicado, en su colección Letras Hispánicas, las que quizás sean las dos mejores obras de Juan Mayorga (Madrid, 1965): «Himmelweg» (2011) y «El jardín quemado» (2001). Miembro fundador de la Real Academia de Artes Escénicas de España, director del teatro La Abadía y del Corral de Comedias de Alcalá de Henares, titular de la Cátedra de Artes Escénicas de la Universidad Carlos III y ocupante del sillón «M» de la Real Academia Española, la trayectoria de Mayorga es deslumbrante. Como espacio en que se dan cita la reunión y la imaginación, su teatro combina la historia, la memoria y la filosofía, profundamente influido por el pensamiento de Walter Benjamin (1892-1940), el gran filósofo judío que se suicidó, durante su huida de Francia, en el Hotel Francia de Portbou, el 25 de septiembre de 1940, ante el temor de ser devuelto al país vecino y entregado a las autoridades de ocupación alemanas.

Portada de Himmelweg

Cátedra (Letras Hispánicas) (2024). 200 páginas

Himmelweg. El jardín quemado

Juan Mayorga. Emilio Peral (ed.)

Las dos obras están atravesadas por el horror del siglo XX y por la idea del pasado como lugar de acción que afecta irremediablemente al presente. Es muy interesante la reflexión de Emilio Peral Vega en la introducción a las dos obras: en el pensamiento de Benjamin, y por extensión en el de Mayorga que aquí se lleva a escena, la historia no sólo ha de contemplarse como «algo que sucedió», sino sobre todo como «algo que podría haber sucedido» y que, por lo tanto, está abierto. Desde esta perspectiva, pues, hemos de contemplar estos dos dramas que, no sólo recuerdan el pasado, sino que se proyectan sobre el presente llevándonos, como hace la mejor literatura, a lugares a los que tal vez no deseamos ir.

El 23 de junio de 1944 una comisión del Comité Internacional de la Cruz Roja encabezado por el médico Maurice Rossel (1917-2008) visita el gueto de Theresienstadt, a unos 80 kilómetros de Praga. Se trataba del lugar al que los nazis deportaron a la mayor parte de los judíos prominentes del Protectorado de Bohemia y Moravia, así como a otros de Alemania y Europa Occidental. En general, nos dice Shoah. Enciclopedia del Holocausto (Nativ Ediciones, 2004) en la voz correspondiente, eran «personas pudientes, famosas o destacadas en alguna especialidad y ancianos». Las condiciones de vida en el gueto eran espantosas y las enfermedades causaron estragos. La visita del Comité Internacional de la Cruz Roja sirvió a las SS como acción propagandística que mostraría la vida de los judíos bajo la ocupación alemana. El gueto se arregló. Se deportó al campo de exterminio de Auschwitz a parte de sus habitantes porque había mucha gente. Se construyó un café, un banco, un colegio, guarderías y jardines. Hasta se grabó una película propagandística. La comisión lo creyó todo.

Este episodio real sirve a Mayorga como inspiración de Himmelweg, que significa «el camino del cielo», nombre que en la obra se da a la enfermería del gueto. La obra comienza con el Delegado, trasunto de Rossel, que pretende justificarse a sí mismo: «Yo había venido a Alemania como delegado de la Cruz Roja. Siempre me ha importado la gente, por eso elegí trabajar en la Cruz Roja». Este hombre, que afirma que le importa la gente, ha visitado un gueto, y elaborado un informe engañado por las SS y por su propia incapacidad de preguntar e indagar. Bueno, ¿incapacidad o voluntad deliberada? Mayorga nos hiere con la reconstrucción de su visita vista desde distintas perspectivas. El Comandante diseña una escenografía que Gershom Gottfried, el «alcalde» del gueto, ha de ensayar junto a los demás judíos. Mayorga advierte de que este horror se da «en el corazón de Europa», bajo la dirección de un Comandante que lee a «Calderón, Corneille y Shakespeare». Los judíos ven pasar al Delegado con una extraña mirada. Están viendo pasar a un hombre vivo. Así se tituló, por cierto, la película que Claude Lanzmann (1925-2018) produjo a partir de una entrevista con Rossel en 1979 y que editó en España la editorial Arena Libros (Alguien vivo pasa. Auschwitz, 1943. Theresienstadt, 1944, 2005).

El jardín quemado, por su parte, nos sitúa en una isla en cuyo hospital el doctor Garay trata de proteger a doce internos. La joven doctora Benet investiga el misterioso destino del poeta Blas Ferrater, que llegó al lugar durante «la guerra». Los pacientes pasean por un «jardín» cubierto de cenizas. Mediante el complejo y bellísimo mecanismo del «retablo» –Mayorga bebe con fruición de las fuentes del Barroco– vamos descubriendo el espanto de aquel conflicto, que no puede ser sino la Guerra Civil Española (1936-1939). El doctor Garay es un personaje de una profundidad dramática insondable. Ha llegado la democracia, la libertad, pero el galeno advierte a la doctora Benet: «Los muchachos viven en un equilibrio precario, pero precioso, que por nada del mundo voy a arriesgar». Poco a poco, Mayorga va desvelando un misterio doloroso y antiguo.

Decía Juan Mayorga en «El dramaturgo como historiador», uno de los ensayos publicados en su recopilación titulada Elipses (Ediciones La uÑa RoTa, 2016), que «ningún medio realiza la puesta en presente del pasado con la intensidad con que lo hace el teatro, en que personas de otro tiempo son encarnadas –reencarnadas– por personas de éste». Estas dos obras que ha publicado Cátedra son buenos ejemplos de ello.

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