El nacimiento de Inglaterra: ‘Anglosajones’
Con la edición en castellano de la obra de Morris comienza a llenarse un hueco en nuestra historiografía sobre la Inglaterra de los siglos VI a XI
Sería muy fácil, además de placentero, para quien escribe, echar mano del recurso J.R.R. Tolkien para empezar a hablar de un libro sobre anglosajones. Pero ya avisamos: no se hará aquí. Y no porque el filólogo oxoniense no aparezca entre las páginas de dicho libro –p. 37– sino porque no es necesario. Los anglosajones revisten unos componentes de atracción tales que es difícil para un amante de la historia no acercarse a ellos. Si además se aprecia que los títulos que versan sobre el mundo anglosajón publicados en la lengua de Cervantes pueden contarse con los dedos de una mano –y sobran dedos–, pocos aditivos pueden añadirse para aumentar el interés sobre un libro publicado en castellano sobre los anglosajones.
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Anglosajones. La primera Inglaterra
El libro de Marc Morris, Anglosajones. La primera Inglaterra es toda una epifanía bibliográfica en el mundo hispanohablante, principalmente por lo que ya se ha señalado: apenas hay libros en castellano sobre el tema, donde destacan los de Jorge Luis Bueno Alonso (Universidad de Vigo, 2007) y Carlos Domínguez González (La Ergástula, 2015), si bien estos autores se han dirigido a un público muy específico: el académico. Pero además porque Marc Morris es un consolidado autor de alta divulgación. Como especialista en la Edad Media inglesa ha escrito libros de gran recorrido en Gran Bretaña, aunque este es el primero que se traduce en España. La narrativa de Morris es ágil y muy atractiva. Resulta difícil dejar un capítulo a medias. A lo largo de sus páginas (poco más de 350 sin contar bibliografía e índices) el lector asistirá a la caída del poder romano en Britania (semillero de mitos), la paulatina aunque constante llegada de anglos, jutos y sajones a la Isla, la formación de numerosos poderes autónomos que desembocarían, andando el tiempo, en la llamada Heptarquía anglosajona, pasando primero por la época de los grandes salones de banquetes (mead hall) en los que se contaron las historias que se convirtieron en mitos, la cristianización de los reinos, la posterior irrupción de los escandinavos en la escena sociopolítica, la Ley Danesa (Danelaw), la grandeza del reino de Wessex de Alfredo el Grande hasta la época de los Godwinson y la llegada de los normandos, con el duque Guillermo al frente, conocido después como el Conquistador.
Como muy acertadamente pone Morris de manifiesto, son cinco siglos de un dinamismo y cambio constantes, donde los anglosajones de finales del siglo VI, con sus relacionales de fidelidad al señor materializadas en la dádiva de anillos o armas, tendrán poco que ver con las narradas por las fuentes para el siglo XI, con los juramentos de índole religiosa que apuntaban ya hacia las posteriores relaciones feudo-vasalláticas. «El rey Haroldo […] probablemente se habría sentido mucho más cómodo entre los ingleses de finales de la Edad Media que entre aquellos que sepultaron a su señor en un barco más de cuatro siglos antes», afirma Morris. Hace referencia a dos hitos fundamentales de la historia anglosajona: Haroldo Godwinson, el último rey anglosajón derrotado por Guillermo de Normandía en la batalla de Hastings en 1066, y al enterramiento aristocrático hallado en el yacimiento de Sutton Hoo (Suffolk), que en 1939 revolucionó completamente el entendimiento que en la época se tenía de las llamadas Dark Ages en particular, y de la historia inglesa en general. En definitiva, como señala Morris, cuidado con hacer demasiado estanco el cajón de «anglosajones».
Sobre el término «anglosajones», que es hoy objeto de ataques cuya finalidad es más política que histórica, se pronuncia Morris sin dejar lugar a duda: «huelga decir que, dado el título del presente libro, no estoy de acuerdo con semejante propuesta». Debido a las torcidas interpretaciones de índole racial que le fueron aplicadas al término «anglosajones» en el siglo XIX, esto «ha conducido a que hoy algunos autores crean que deberíamos abandonar el uso del término». Aunque ciertamente los mismos anglosajones no se denominarían así ellos mismos, sino anglos o sajones, hay que subrayar que Alfredo el Grande solía autodenominarse «rey de los anglosajones», como señala Morris. Un motivo más que justificado para utilizar el término con toda propiedad.
Pese a todo, el libro de Morris no es ninguna hagiografía, al estilo de Beda el Venerable, del pueblo de los anglos. Según el autor del volumen, a los anglosajones «debemos comprenderlos, no idealizarlos» (aunque con obras como el Beowulf y los otros poemas épicos como La batalla de Maldon, sea tremendamente difícil no hacerlo). Para ello el investigador actual cuenta con más fuentes que hace cien años (de hecho, muchísimas más, pues recuérdese que el enterramiento aristocrático de Sutton Hoo fue descubierto en 1939), donde destaca singularmente la arqueología. Morris engarza con preciosismo, como un joyero el oro y la piedra preciosa, las fuentes literarias y arqueológicas: «nuestra concepción sobre los anglosajones ha de basarse en las fuentes históricas», sentencia Morris. Poco que añadir.
Sin duda, los amantes de la obra de J.R.R. Tolkien deben leer esta historia de «lobos de guerra y dadores de anillos» (si no han leído ya su edición original inglesa), no sólo porque el Profesor ocupara la cátedra Rawlinson y Bosworth de Anglosajón, sino, principalmente, porque su mitología se nutre directamente de ese bello pasado anglosajón. Pero no sólo. Anglosajones. La primera Inglaterra llega para ayudar a cubrir un hueco desastroso en la historiografía hispanohablante sobre la Inglaterra medieval, por lo que hará las delicias de todo amante de la historia medieval y, más aún, de todo buen amigo de la historia.