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Juan Tallón en la Galería Marlborough de MadridCooltural Plans

‘El mejor del mundo’: Yo fui Antonio Hitler

Juan Tallón habla de identidad y extrañeza en una novela con un giro fantástico que no termina de convencer en su conjunto

La pregunta sobre la identidad es uno de los grandes temas de la literatura europea. En busca de su origen podríamos remontarnos hasta el propio germen de la novela moderna, a El Quijote, pero es en los últimos dos siglos –del Peter Schlemihl de Von Chamisso en adelante– donde la cuestión se ha hecho esencial. Hoy es un puntal de la autoficción en novelas que indagan en la identidad de género o la identidad post-colonial. No es por ahí por donde transita El mejor del mundo, sino por la veta del género fantástico, por Pirandello y Kafka, por Borges y Auster.

Anagrama (2024). 288 Páginas

El mejor del mundo

Juan Tallón

Juan Tallón nos presenta a un tal Antonio Hitler (el apellido en sí ya es un pretexto, además de un sarcasmo, para instalar en el lector la extrañeza), un tipo iracundo, que odia a su padre y, a cuya muerte, hereda su negocio de pompas fúnebres. Lo conocemos en la cúspide, en una feria del sector funerario en Ciudad de México. Es un hombre satisfecho. Durante medio libro asistimos a sus peripecias en la enorme capital, capítulos que se combinan con viajes a su pasado, su infancia, su juventud y su adultez en Ourense.

Por un lado, nos vamos familiarizando en páginas realistas con este hombre, al que se nos presenta un poco como un cliché del fenotipo ambicioso sin escrúpulos y, por otro, Tallón va imponiendo a su alrededor un sentido de inquietud que estalla finalmente en una escena (muy bien resuelta) en un local clandestino. Al salir de él y regresar a Galicia, Antonio Hitler ya no será Antonio Hitler o no el Antonio Hitler que pensaba que era.

Decía Borges que «todas las cosas quieren perseverar en su ser». Más aún si eres una persona pagada de ti misma como Antonio Hitler, pero incluso aquello que antaño le era exasperante, ahora que no es él, le resultará imprescindible y entrañable por familiar. Confrontado a su nuevo yo, más prestigioso pero no mucho más moral –no haremos más spoiler–, Hitler tendrá que decidir qué dos o tres cosas eran irrenunciables en su mundo anterior.

Dice Tallón en las páginas de agradecimientos que, si uno es escritor, «no hay que perder la oportunidad de complicarse la vida». También admite que este libro, que pensó inicialmente sencillo, se le complicó por el camino. Queda fuera de duda la solvencia de Tallón e incluso la maestría de varias escenas: el suicidio de la Casa de la Moneda, la secuencia de la discoteca clandestina, incluso el cierre final. También se reafirma su prosa en los detalles: Tallón, mejor que nadie, sabe describir realidades menores –que sé yo, una resaca– para traérnoslas vívidas y multiformes.

Quizás el problema de El mejor del mundo es que parece carecer de un propósito orgánico, como si se hubiera dejado llevar por su instinto sin comprometerse del todo con una vía concreta. Por eso, una vez nos hemos familiarizado un poco a desgana con el desagradable Hitler, la segunda parte fantástica parece más una desarboladura que otra cosa: un largo tiempo de descuento en busca de la resolución.

Para que se hagan una idea, El mejor del mundo es algo así como si al Crematorio de Chirbes lo cruzas, pero a medio libro, con La metamorfosis de Kafka. O como si a un Red Bull le añades un Lorazepam. Dos cosas que tienen difícil encaje, a menos que todo vaya como la seda. Este problema no es realmente un problema, en el sentido de que la novela no naufraga, pero tampoco termina de llevar a ningún sitio en el que sintamos que estamos tocando costa.

Además de esto, el fraseo de Tallón, que tanto nos gusta, no encuentra encaje a la altura y acaba en un exceso de manierismo. Mucho símil, demasiado símil, que lápiz en mano es imposible no subrayar; pero que, realmente, a los puntos, acaba chirriando. Es como si el autor, comprometido con la austeridad del reportaje en Obra maestra, hubiera querido resarcirse en este nuevo libro: jugar a escritor.

De todos modos, insisto, no es una novela perdida. Tallón acostumbra a sorprender al personal, no es un tipo que replique el modelo y se dé por satisfecho siendo una banda tributo de sí mismo. Eso es de agradecer, sobre todo porque, como quien dice, está al principio del camino. Quedan, a buen seguro, muchas y muy gratas sorpresas.