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Cabecera del espacio de Ryan T. Anderson

Qué camino seguir tras la sentencia Dobbs

Publicado originalmente en 'First Things'

Han pasado dos años desde que el Tribunal Supremo norteamericano fallara en el caso Dobbs v. Jackson, anulando así el caso Roe v. Wade. Merece la pena hacer balance de dónde se encuentra ahora el movimiento pro-vida en los Estados Unidos.

En los últimos meses han nacido niños, y algunos han celebrado su cumpleaños, gracias a que Dobbs permitió a sus Estados proporcionarles protección legal contra la letal violencia del aborto. Algunos de estos pequeños ya caminan, hablan y ríen, gracias a cincuenta años de trabajo de los activistas pro-vida.

Pero cada vez que la cuestión del aborto ha sido sometida a voto en diferentes Estados desde Dobbs, el resultado de las votaciones ha sido contrario a la protección de la vida. La opinión pública ha cambiado drásticamente a favor del aborto en la última década. En respuesta a esta dinámica, el Partido Republicano ha diluido la posición de su plataforma al respecto y ha debilitado su compromiso con los no nacidos. Hicieron falta cincuenta años para revocar Roe y, por lo que vemos, puede que tardemos aún más en conseguir proteger a todos los niños no nacidos de esta nación. Tenemos que comprometernos a largo plazo.

En su último gran discurso antes de su muerte, el P. Richard John Neuhaus declaró: «Hasta que todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios no esté protegido por la ley y sea cuidado mientras viva, no descansaremos». Protegido por la ley y cuidado mientras viva sigue siendo el objetivo legal y cultural. Pero llevará tiempo. Todo nuestro orden constitucional, político y social fue corrompido por cincuenta años de Roe. Los conservadores tienen razón al señalar la función pedagógica de la ley: la ley es, como señaló Aristóteles, un maestro. El resultado pedagógico de una mala sentencia del Tribunal Supremo, que se permitió que se mantuviera durante tanto tiempo, es el oscurecimiento de nuestra conciencia nacional. Generaciones de estadounidenses han sido catequizadas en la creencia de que el aborto es un derecho, de que los bebés no nacidos no tienen derechos y de que no tenemos deberes para con los no nacidos. Aunque Dobbs ha tenido un impacto importante para reparar parte del daño infligido a nuestro orden constitucional, no borra -no podría borrar- medio siglo de corrupción política y social. E incluso aquellos de nosotros que creemos que los no nacidos son personas según la Decimocuarta Enmienda, con derecho constitucional a igual protección, hemos de ser conscientes de que el reconocimiento generalizado de este hecho no se va a producir rápidamente. Tenemos que sentar las bases del éxito a largo plazo.

Una mayoría de estadounidenses, aunque se muestra ambivalente respecto al aborto, piensa que el aborto debería estar legalmente permitido al menos durante el primer trimestre del embarazo. Como revelan los resultados de las votaciones estatales de los dos últimos años, la mayoría de los estadounidenses votarán a favor de un régimen legal radicalmente permisivo si piensan que la alternativa es la prohibición total del aborto. En este punto, los pro-vida tendemos incluso a perder una parte de lo que debería ser nuestra base natural: en Ohio, ciertas encuestas revelaron que un tercio de los votantes que dijeron ir a la iglesia al menos una vez a la semana votaron a favor del aborto ilimitado en el reciente referéndum estatal.

Durante décadas la opinión pública se había mantenido relativamente estable sobre el aborto, y la mayoría de los estadounidenses apoyaban algunos límites legales al aborto. Pero desde 2016 se ha dado un marcado giro hacia el extremismo abortista en muchos aspectos. Consideremos las recientes encuestas de Gallup: no sólo la cifra récord de «un 69 % dice que el aborto debería ser legal durante los tres primeros meses de embarazo», sino que un 34 %, cifra también récord, dice que el aborto debería ser legal en cualquier circunstancia. El 52 % dice que el aborto es moralmente aceptable, diez puntos por encima de lo que había sido la media desde 2001. Es difícil asimilar el cambio que ha experimentado la opinión pública en la última década, pero el movimiento pro-vida tiene que hacerlo.

Las cosas empeoran cuando se desglosan las cifras por partido, sexo y edad. En 2010, solo el 33 % de los que se identificaban como demócratas pensaba que el aborto debería ser legal en cualquier circunstancia. Hoy esa cifra casi se ha duplicado, ya que el 60 % de los demócratas apoya el aborto a demanda. Entre las mujeres estadounidenses el apoyo al aborto ilimitado ha crecido del 30 % al 40 %. Como mi colega Mary Hasson ha señalado en repetidas ocasiones, las mujeres son forjadoras clave de la cultura: su papel como madres, maestras, consejeras y enfermeras influye desproporcionadamente en la siguiente generación. Cuando el 40 % de las mujeres apoyan el aborto a demanda, no se trata sólo de una estadística presente, sino de un mal presagio para el futuro. Como muestra de lo que está por venir, consideremos que el 63 % de las mujeres de entre 50 y 64 años apoyan el aborto durante el primer trimestre, mientras que ese apoyo asciende hasta la friolera del 83 % en las mujeres de entre 18 y 29 años. El extremismo abortista de Kamala Harris coincide con las opiniones de su base.

Hay muchas razones para este cambio en la opinión pública. Una es el aumento de la depresión, la desconexión y la ansiedad en nuestras generaciones más jóvenes, entre las mujeres jóvenes y de izquierdas en particular. Las jóvenes tienen mucho miedo a los embarazos no deseados. Otra razón probable es la persona de Donald Trump. Pero, por encima de todo, está lo que Trump primero simbolizó y luego hizo realidad: la anulación de Roe. Antes de Dobbs, la mayoría de los estadounidenses no se jugaban nada, no les preocupaba que les negaran un aborto si llegaba el día en que lo «necesitaran». Era más fácil afirmar la dignidad del niño en el vientre materno cuando la afirmación era abstracta y no implicaba una amenaza a la «elección» de nadie. Ahora todos nosotros, incluidos los antiabortistas, tenemos que contar con ese coste potencial.

Parece que la mayoría de los estadounidenses, incluso algunos que se consideran pro-vida, apoyan cuatro excepciones: violación, incesto, riesgo para la vida de la madre y… «mi caso». O «el caso de mi hija», o «el caso de mi novia». Durante casi cincuenta años, el pueblo estadounidense ha construido su vida en torno a la fácil disponibilidad del aborto. Incluso cuando saben que el aborto detiene el latido de un corazón, no siempre les importa, o cuando les importa, no siempre están dispuestos a hacer los sacrificios personales que se derivan de ese hecho. El pasado mes de abril, Bill Maher dijo en voz alta lo que tantos piensan en silencio ante una audiencia atónita: «Creen que es un asesinato. Y en cierto modo lo es. Y sencillamente, me parece bien». Hay mucho razonamiento motivado, racionalización, en el debate sobre el aborto, porque en el fondo la gente conoce la ley escrita en sus corazones. Sólo que no están dispuestos a hacer sacrificios para vivir de acuerdo con esa ley.

Sí, el aborto tiene una dimensión económica, pero nadie recurre al aborto por el coste de los pañales o del parto. La gente cree que necesita abortar porque no quiere tener un hijo, porque no está en las mejores condiciones para criarlo... y, sin embargo, lleva a cabo un acto que puede crear un hijo. Dos datos ilustran el factor económico real. Consideremos quién es abortado y quién aborta: el 4 % de los bebés concebidos dentro del matrimonio son abortados, frente al 40% de los concebidos fuera de él. Por otro lado, el 13 % de las mujeres que abortan están casadas y el 87 % son solteras. Las relaciones sexuales fuera del matrimonio son la principal causa del aborto. El matrimonio es lo que mejor protege la vida humana no nacida. No fue sólo el impacto pedagógico de Roe sobre el aborto lo que corrompió a nuestra nación; Roe crió a múltiples generaciones en una cultura sexual que incentiva el aborto.

Hay algunas personas –educadas en el error por nuestras escuelas públicas y por las mentiras de los medios de comunicación sobre los hechos de la concepción y el embarazo- que realmente no saben que la entidad que hay en el útero humano es un ser humano. Pero, sorprendentemente, un tercio de los encuestados por Gallup dijeron que sus puntos de vista se describen «al menos algo bien» con estas dos afirmaciones: «La vida humana comienza en la concepción, por lo que un embrión es una persona con derechos», y «la decisión sobre si abortar o no debe pertenecer únicamente a la mujer embarazada». Mostrar los hechos que nos enseña la embriología, aunque importante, no provocará un cambio decisivo. ¿Cómo pueden apoyar el aborto incluso quienes creen que los niños no nacidos son personas con derechos? La respuesta es la revolución sexual, una revolución que los conservadores nunca han intentado combatir de forma sostenida, a pesar de muchas campañas y escaramuzas puntuales.

Mientras se consideren las relaciones sexuales fuera del matrimonio como algo inevitable, un gran número de estadounidenses considerará el aborto como un anticonceptivo de emergencia necesario. Mientras sigan disminuyendo las tasas de matrimonio y se retrase la edad de contraer matrimonio -pero persista el impulso sexual humano-, las tasas de aborto seguirán siendo altas. Nuestra principal tarea no es persuadir a la gente de la humanidad del no nacido -cualquiera que haya visto una ecografía lo sabe-, sino cambiar la forma en que la gente lleva su vida sexual. Tenemos un movimiento a favor de la vida, pero ¿podría alguien decir seriamente que tenemos un movimiento a favor del matrimonio o de la castidad? Las nuevas instituciones y las nuevas iniciativas deben dirigir su atención a este campo de batalla, el verdadero campo de batalla. Pero pocos quieren hacerlo. ¿Quién quiere ser visto como un mojigato?

¿Qué deben hacer los pro-vida? Ahora todos somos incrementalistas: a la causa pro-vida no le sirve de nada aprobar una ley que proteja al no nacido en el Congreso de un Estado que después será rechazada en las urnas, especialmente si se sustituye por el aborto a demanda durante los nueve meses y nuestros oponentes eliminan incluso medidas moderadas como las leyes de notificación a los padres y de consentimiento informado. Nuestro objetivo no debe ser simplemente lo que ahora nos parece la ley más protectora de la vida posible, sino la ley más protectora que pueda resistir los intentos de derogarla, y todo ello para ganar tiempo para configurar la opinión pública en una dirección mejor de cara a futuras votaciones. Esto significa que parte de nuestro trabajo de protección más inmediato tendrá que realizarse a través de acciones

ejecutivas y regulaciones de las agencias. Lo personal es político, y tanto las agencias estatales como las federales pueden hacer bastante para proteger a los niños no nacidos y atender a sus madres. Simplemente con deshacer todo lo que la administración Biden ha hecho para promover el aborto a nivel federal y obstruir las leyes pro-vida a nivel estatal marcaría una diferencia real.

Pero en estos esfuerzos graduales, en los que se requiere prudencia, tenemos que poner fin a las disputas internas entre los pro-vida. Los pro-vida tienen que ser capaces de discrepar sobre cuestiones prudenciales sin atacarse unos a otros, sin competir por ver quién es el más puro ni tratar de parecer más audaces que el resto para así ganar donantes. Demasiado a menudo parece que los grupos pro-vida compiten entre sí en lugar de colaborar hacia un objetivo común. Ninguna persona u organización tiene en este momento todas las respuestas. Discreparemos. En la medida de lo posible, deberíamos resolver esos desacuerdos a puerta cerrada, para poder desarrollar y desplegar estrategias comunes cuando consigamos ponernos de acuerdo. Cuando el camino a seguir no sea obvio o fácil, tendremos que sortear con caridad las cuestiones prudenciales y tácticas. Porque cuando los grupos pro-vida compiten entre ellos, no sólo es contraproducente, sino que se pueden provocar retrocesos para el movimiento en su conjunto, ya que los votantes consideran extremista la causa pro-vida en vez del partido del aborto a la carta.

No podemos renunciar a la política, pero tampoco podemos permitir que la causa pro-vida sea un mero apéndice del Partido Republicano. Todo ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. Todo ser humano merece la protección de la ley. Ese debe ser un principio básico en cualquier civilización decente y, desde luego, también de un partido que se proclame pro-vida. Los pro-vida deben insistir en que nuestros líderes políticos muestren valentía para defender la verdad, aunque no podamos promulgar inmediatamente toda la verdad como ley. Podemos ser incrementalistas, prudentes y pragmáticos sin socavar el objetivo último de la causa pro-vida.

Ahora mismo nos enfrentamos a la posibilidad de que el Partido Republicano, que históricamente ha sido pro-vida, se convierta en la alternativa «no tan abortista» al Partido Demócrata, que es radicalmente abortista. Dobbs ha puesto de manifiesto lo que muchos de nosotros en Washington sabemos desde hace tiempo: las élites políticas del llamado partido pro-vida son a menudo poco sinceras en sus compromisos pro-vida y no están dispuestas a asumir el liderazgo necesario para cambiar la opinión pública.

Aun así, hay políticos pro-vida sinceros y comprometidos que han sido esenciales para las victorias pro-vida en las cámaras estatales de todo el país. Es interesante contrastar que aunque todas las iniciativas electorales sobre el aborto desde Dobbs han supuesto una estrepitosa derrota para la causa pro-vida, a los políticos pro-vida que han defendido la causa les ha ido bien en las elecciones. De hecho, los políticos más abiertamente pro-vida –como los senadores que defendieron leyes federales y gobernadores que firmaron leyes estatales de protección para los no nacidos- han conseguido ser reelegidos. El gobernador Ron DeSantis se presentó a la reelección en 2022 tras haber firmado un proyecto de ley que protege a los niños no nacidos a partir de las quince semanas. Ganó por diecinueve puntos y firmó un proyecto de ley de latido del corazón que protege a esos niños a partir de las seis semanas de vida. En Ohio, el gobernador Mike DeWine ganó en 2022 por veinticinco puntos tras firmar una ley de latido del corazón. El gobernador de Georgia, Brian Kemp, y el gobernador de Texas, Greg Abbott, obtuvieron sendas victorias decisivas para su reelección en 2022 tras firmar leyes de latido del corazón. El senador Marco Rubio de Florida fue reelegido por dieciséis puntos en 2022 después de expresar su firme apoyo a un límite federal de quince semanas para el aborto, precisamente cuando muchos de sus colegas del Senado se apartaban de estas posiciones. Los cargos electos pro-vida, especialmente aquellos que defienden con orgullo su postura sobre el tema, no han pagado un precio en las urnas. Ni un solo gobernador o senador pro-vida ha perdido unas elecciones desde Dobbs.

Podemos extraer una lección de aquí. Cuando las iniciativas legislativas se presentan al público, los activistas abortistas y los medios de comunicación controlan los mensajes. Mienten sobre las leyes pro-vida, afirmando que las mujeres serán castigadas por abortar y que a las madres embarazadas se les negará la atención médica necesaria para salvar sus vidas. Destacados políticos pro-vida son incapaces de alzar su voz para desmentir estas mentiras o convencer a los votantes de la justicia de las propuestas pro-vida. (Algunas figuras republicanas -especialmente Donald Trump- incluso han atacado ciertas leyes pro-vida estatales). Los pro-vida son constante y ampliamente superados en presupuesto por sus rivales. Es por ello que los abortistas continuarán presentando iniciativas a referéndum en los estados cuyas cámaras aprueben leyes pro-vida.

La valentía tiene dos vicios opuestos: la temeridad y la cobardía. Algunos miembros del movimiento pro-vida han dado muestras de temeridad al insistir en no dar pasos intermedios en el camino hacia la abolición del aborto. Pero el principal problema al que se enfrentan los pro-vida es la cobardía. Demasiados de nuestros líderes políticos tratan la cobardía como si fuera prudencia. Y así muchos de ellos se están retirando de la batalla.

Es fácil de comprender por qué lo hacen. Ven que las encuestas muestran que la opinión pública no está donde debería estar. Pero los líderes políticos tienen un papel esencial en la formación de la opinión pública. Los pro-vida están, en su mayoría, excluidos o silenciados en todos los sectores de élite de la sociedad: medios de comunicación, Hollywood, mundo académico, negocios, atletismo, etc. El único ámbito en el que es posible ser abiertamente pro-vida y no quedar excluido es la política. Y esa libertad para hablar en la arena política puede ayudar a dar forma al futuro de nuestro país. Necesitamos líderes políticos que hablen del aborto con inteligencia, compasión, audacia y persuasión, y que no lo abandonen a la primera señal de lucha seria.

Recordemos cómo Trump, en su debate de 2016 con Hillary Clinton, expresó sin rodeos la maldad moral del aborto por nacimiento parcial: «En el noveno mes puedes coger al bebé y arrancarlo directamente del útero, justo antes de que nazca». No hay ninguna razón por la que no se pueda decir la misma verdad sobre los abortos químicos. Por desgracia, quienes tienen la oportunidad de alterar el panorama político moldeando el debate público y cambiando la opinión pública están, por el contrario, cediendo a intereses políticos momentáneos.

Lo personal es político, como ya he dicho anteriormente. En una hipotética segunda administración Trump, no hay ninguna razón por la que quienes sean nombrados para dirigir la FDA (la agencia de Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos) no puedan, como mínimo, restablecer las normas de seguridad para el aborto químico que se consideraron necesarias antes de que la administración Biden las eliminara en 2021. De hecho, una administración Trump podría deshacer todas las medidas pro-aborto de la administración Biden-Harris. Como han documentado mis colegas del Ethics and Public Policy Center, esta administración ha convertido el Título X en un mandato de asesorar sobre el aborto, ha convertido el dinero de los contribuyentes en fondos para el aborto, ha convertido las salas de urgencias y los hospitales en clínicas abortistas, ha convertido el Servicio Postal de los Estados Unidos en un servicio de entrega de medicamentos abortivos y ha convertido las protecciones para las trabajadoras embarazadas en un mandato abortista. Deshacer todas estas medidas es importante por sí mismo. Mientras tanto, si los líderes nacionales refuerzan estas acciones administrativas con una retórica pro-vida eficaz, pueden mover la ventana de Overton y moldear la opinión pública en dirección pro-vida.

A nivel estatal, además de las protecciones habituales por edad gestacional, como las leyes de latido cardiaco o de dolor fetal -y especialmente allí donde estas medidas aún no son posibles-, los legisladores podrían exigir que en las escuelas públicas se enseñen datos científicamente precisos sobre embriología humana y biología en los distintos cursos y a niveles adecuados para cada edad. A principios de este año, Tennessee aprobó una ley que obliga a los alumnos a ver un vídeo de tres minutos sobre el desarrollo fetal. Live Action ha creado vídeos que pueden proyectarse en las escuelas para minimizar el problema de los profesores ideologizados que se resisten al plan de estudios exigido por el Estado. Jugar a largo plazo en favor de la vida exigirá combatir las diversas mentiras sobre los «amasijos de células» y el supuesto «misterio» de cuándo comienza la vida humana.

Los políticos no mostrarán valentía en el tema del aborto simplemente por la bondad de sus corazones. En 2016, Trump asumió ciertos compromisos pro-vida y promesas de nombramientos judiciales y habló con valentía sobre el aborto tardío porque necesitaba ganarse a los votantes socialmente conservadores. Ahora piensa, no sin motivo, que no necesita ganárselos de nuevo. Da por sentados a los conservadores sociales porque sospecha que, gracias en parte a la alternativa imposible del Partido Demócrata, los pro-vida están dispuestos a apoyarle aunque abandone públicamente nuestra causa. Y aunque la ideología de género y la libertad religiosa son importantes, no debemos permitir que buenas propuestas en esas cuestiones nos hagan olvidar la cuestión de la vida. Los pro-vida deben negarse a ser ligues baratos, y averiguar cómo conseguirlo. Debemos organizarnos políticamente y ayudar a los políticos a encontrar caminos hacia el éxito, no pedirles que participen en misiones políticas suicidas. Una vez más, el incrementalismo es clave.

Otras minorías políticas han ejercido una enorme influencia política porque están organizadas. Los conservadores sociales necesitan todo tipo de organizaciones para participar directamente en la vida política, apoyando proyectos de ley y políticos a favor de la vida, la libertad religiosa y la sexualidad humana, y oponiéndose a los que las perjudican. Pero en su mayor parte, los conservadores sociales han operado en los ámbitos de las ideas (grupos de reflexión y revistas), el derecho (bufetes de abogados de interés público y nombramientos judiciales) y en el ámbito religioso. Hablamos de política, pero en realidad no hacemos política. Hay un Club para el Crecimiento, pero no hay un Club para la Virtud. La Asociación Nacional del Rifle puede movilizar a sus miembros para que voten a favor de proteger los derechos de portar armas, pero no existe nada comparable para las políticas en favor de la familia. Cuando se trata de la vida, la sexualidad humana y la libertad religiosa, pedimos a los políticos que hagan lo correcto simplemente porque es lo correcto. No hacemos que tenga un coste para ellos hacer lo incorrecto o no hacer nada en absoluto. La Susan B. Anthony List y el American Principles Project lo han intentado heroicamente, pero no pueden hacerlo solos.

Los pro-vida deben participar más, no menos, en política. Pero también necesitamos ampliar nuestro mensaje, tanto dentro del ámbito político como más allá. Justo cuando se decidía el caso Dobbs, Alexandra DeSanctis y yo publicamos un libro titulado Tearing Us Apart: Cómo el aborto daña a todo y no resuelve nada. Parte de nuestro objetivo era documentar todas las formas en que el aborto ha perjudicado a nuestra sociedad. El primer capítulo trata de cómo el aborto perjudica -mata- al feto. Los siete capítulos siguientes se centran en otras siete áreas de daño, con la intención de dar argumentos a los pro-vida para convencer a sus vecinos. Debemos ayudar a nuestros vecinos a que vean que el aborto no es bueno para nadie; no sólo mata al no nacido, sino que perjudica a las mujeres, a las familias, a la medicina, a la política, a la economía y a nuestra cultura en su conjunto.

Como parte de este trabajo, los pro-vida deben articular un mensaje para las mujeres y para las familias. El aborto a demanda gana en las urnas en parte porque los votantes temen que la alternativa pro-vida sea peor. No confían en que el Partido Republicano maneje bien este asunto o se preocupe de verdad por las mujeres. La tan repetida frase de George Carlin de que los pro-vida sólo se preocupan por el bebé en el vientre materno y abandonan al niño y a la madre después del parto, ha sido desmentida por las políticas públicas concretas en muchos estados republicanos, pero muchos siguen creyendo esa mentira. Como documentan mis colegas del EPPC, en los dos años transcurridos desde Dobbs, «todos los estados que tienen leyes en vigor que protegen la vida en el útero han aprobado leyes que amplían las ayudas a las embarazadas y a las nuevas madres y a sus bebés; algunas por valor de decenas de millones de dólares anuales». Y continúan: «Todos los estados, salvo uno, han optado por ampliar la cobertura de Medicaid para las mujeres en el posparto hasta un año después del parto. La mayoría de los estados han tomado medidas para ampliar las opciones de guardería o para aumentar el acceso a los servicios sanitarios de las mujeres. Y varios estados han ampliado la accesibilidad a los programas de red de seguridad o proporcionan ayuda directa a las embarazadas y a las nuevas madres».

Esta es una tarea muy importante. Las mujeres embarazadas y sus bebés merecen apoyo por una cuestión de justicia, y estas medidas pueden ser buenas, pero tengo que hacer dos advertencias. En primer lugar, los diversos proyectos de leyes pro-maternidad y pro-familia pueden ser buenos, pero no deben convertirse en el principal punto de la agenda política ni servir de sustituto para suplantar nuestros deberes para con el niño en el vientre materno. En segundo lugar, la frase «pueden ser buenas» es crucial. Si en el diseño de los programas no se presta la debida atención a la potencial desincentivación del matrimonio, corremos el riesgo de que a largo plazo sigan disminuyendo las tasas de matrimonio y aumentando las de aborto.

Muchas de nuestras iniciativas de más éxito se han centrado durante mucho tiempo en el ámbito jurídico. Mientras la sentencia Roe estuvo en vigor, nos concentramos en anularla, ganando en las urnas para nombrar a mejores jueces y planteando después los casos adecuados. Debemos reproducir el éxito de Dobbs en otros sectores de la sociedad.

Ahora necesitamos organizaciones formadoras de cultura y de opinión. ¿Qué puede suponer esto? Podríamos encargar a un pequeño grupo que estudiara cómo han triunfado otros grupos en sus respectivos ámbitos y diseñara un plan de reformas significativas en nuevas áreas. Lo que la Federalist Society hizo para reformar el poder judicial, y lo que Alliance Defending Freedom ha hecho para crear una generación de abogados de primer nivel socialmente conservadores a través de su Blackstone Legal Fellowship, tenemos que crearlo para otras instituciones que dan forma a la cultura. Es una tarea de enormes proporciones. Pero si las verdaderas causas del aborto son las prácticas sexuales a las que los estadounidenses se han habituado durante generaciones, entonces la América post-Roe necesita instituciones que combatan la revolución sexual con la misma intensidad y sofisticación con que el movimiento legal conservador trabajó para revocar Roe.

Incluso a nivel intelectual -donde el conservadurismo social es quizás más fuerte- seguimos estando lamentablemente infradotados de recursos. Los izquierdistas han construido una enorme infraestructura que apoya a los estudiantes de posgrado, académicos e investigadores de izquierdas que están dispuestos no sólo a dar clases, sino también a testificar, conceder entrevistas, escribir informes y comprometerse políticamente para promover sus valores sociales. No existe un apoyo comparable para los académicos socialmente conservadores de derechas.

No existe una infraestructura financiera, ni un camino claro hacia conseguir un puesto de profesor titular para un estudiante de posgrado que quiera investigar a favor de la causa pro-vida, apoyar el matrimonio o criticar los desastrosos orígenes y efectos de la revolución sexual. La derecha ha fomentado programas, becas, posdoctorados y ayudas a la investigación para generar saber y experiencia en economía, jurisprudencia y política exterior. Unos pocos programas conservadores se ocupan de las humanidades. Pero para el conservador social políticamente serio, las oportunidades de ascenso son escasas. Los próximos Robert George, Hadley Arkes, Brad Wilcox, Mark Regnerus o Leon Kass no surgirán espontáneamente. Hay que buscarlos y apoyarlos.

Este proyecto puede encajar en una causa más amplia que la mera pro-vida. Más o menos todo lo que tiene que ver con el desarrollo humano y el gobierno limitado -pobreza, educación, empleo, sanidad, delincuencia- funciona mejor con una sólida cultura del matrimonio y la familia. La raíz de prácticamente todos nuestros problemas sociales es el colapso del matrimonio y la familia tras la revolución sexual. Sin embargo, apenas se han realizado esfuerzos sostenidos, organizados y estratégicos para responder a este colapso. Debemos reflexionar: ¿Cómo podemos llegar a la gente corriente que no sabe lo que significa la palabra «antropología» y ayudarles a rechazar las mentiras de la revolución sexual? ¿Cómo podemos ayudar a la gente a vivir la virtud de la castidad? ¿Cómo podemos ayudarles a casarse y a que permanezcan casados?

Podemos empezar por los propios cristianos. El 70 % de las mujeres que abortan se identifican como cristianas. Más de un tercio afirma asistir a la iglesia al menos una vez al mes. De entre éstas, algo más de la mitad dijeron que sus iglesias no tuvieron ninguna influencia en su decisión de abortar. Aparte del «Domingo del Respeto a la Vida», ¿cuándo oímos hablar de la vida desde el púlpito, o de la castidad? Consideremos las estadísticas sobre sexo prematrimonial. El porcentaje de estadounidenses que eran vírgenes en su noche de bodas es de un solo dígito, y entre los cristianos las cifras no son mucho mejores. Según el análisis de mi colega Patrick Brown de los últimos datos

de la Encuesta Nacional de Crecimiento Familiar, el 10 % de los católicos menores de cuarenta y cinco años que se han casado alguna vez, y el 7 % de los protestantes, dicen que su primera pareja sexual fue su cónyuge tras haberse casado. Las cosas mejoran sólo ligeramente cuando tenemos en cuenta no sólo la afiliación, sino la práctica religiosa: entre los cristianos que se han casado alguna vez y van a la iglesia semanalmente, menos de una quinta parte afirma haber esperado al matrimonio. Incluso entre los creyentes casados que llenan los bancos cada semana, la gran mayoría no vive la visión cristiana del sexo y el matrimonio. Mientras tanto, el 36 % de los protestantes evangélicos, el 54 % de los protestantes tradicionales y el 62 % de los católicos dicen que el sexo casual y consentido entre adultos es moralmente aceptable, según una encuesta de Pew de 2020. Antes de intentar persuadir al mundo secular de una ética sexual cristiana, deberíamos intentar persuadir a los cristianos. Ha habido esfuerzos importantes y positivos en este sentido: proyectos como Communio, Ruah Woods y TOBET. Pero hay que hacer más, mucho más, para formar a las personas en la virtud de la castidad y prepararlas para el matrimonio.

Parte de este trabajo será intelectual, y los conservadores tienden a empezar por ahí: las ideas tienen consecuencias. Pero las ideas no son lo único que tiene consecuencias. También las tienen las prácticas sociales, los hábitos, las virtudes y los vicios, las películas y los programas de televisión que vemos, la música que escuchamos y los eventos que patrocinan la pastoral juvenil y los grupos de jóvenes. Nuestro incrementalismo cultural puede ser de amplio espectro: nuevos programas de televisión y películas que no sean cursis, políticas para proteger a los niños de los daños de las redes sociales y la pornografía online… La tarea es enorme. Pero no le hemos dedicado suficiente tiempo, recursos ni esfuerzos.

Todo esto requerirá financiación. El movimiento pro-vida, y cualquier movimiento futuro en favor del matrimonio y la castidad, se construye sobre las espaldas de generosos donantes que hacen un sacrificio para donar en beneficio de otras personas. Ninguna de las iniciativas que describo aquí tiene un beneficio inmediato, tangible y personal para el benefactor. Por eso es más difícil recaudar fondos para ellas. En cambio, no es sorprendente que los empresarios que se benefician de la reducción de impuestos o del libre comercio estén dispuestos a hacer donaciones a los grupos a favor de la libre empresa. Quienes creen en la causa pro-vida deberían pensar detenidamente en cómo priorizar sus donaciones para apoyar a los pocos grupos que defienden la plenitud de la verdad sobre la naturaleza humana.

El aborto será sometido a referéndum al menos en ocho estados este noviembre. Tras una racha de siete derrotas, los donantes pro-vida deberían elegir los dos estados con más posibilidades (quizás Florida y Arizona, o Nebraska y Missouri) y detener la hemorragia. Los activistas políticos pro-vida deberían impedir que los políticos electos imiten la plataforma y el enfoque de la campaña de Trump sobre el aborto. El momento exige valentía política, no cobardía práctica. Los responsables políticos deben diseñar políticas eficaces en favor del matrimonio. Los emprendedores culturales deben aplicar la profesionalidad del movimiento legal conservador en todas nuestras instituciones formadoras de cultura. Y lo que es más importante, la Iglesia debe lanzar iniciativas que transformen vidas, porque sin un renacimiento religioso, ninguno de los cambios que necesitamos será posible.