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Busto del Cardenal Newman, en Trinity College (Oxford)

‘Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria’

En este clásico ensayo, el cardenal Newman aporta claves sobre la verdadera misión de la Universidad, que resultan más pertinentes que nunca

En un mundo en el que todo envejece tan rápido, cuesta creer que un texto escrito en 1852 sobre la esencia de la Universidad pueda seguir vigente, más aún teniendo en cuenta lo que ha cambiado esta institución desde entonces. Sin embargo, este es precisamente el caso de los Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, escritos por el célebre cardenal John Henry Newman cuando le fue encargada la tarea de fundar una Universidad católica en Irlanda.

EUNSA (2011). 240 Páginas

Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria

John Henry Newman

Aprovechando el necesario proceso de reflexión que conllevaba la aceptación de dicho encargo, Newman plasmó en ocho discursos sus reflexiones sobre distintas cuestiones referidas a la esencia y a la misión de la Universidad. Sin ánimo de ser exhaustivos, pasaremos a reseñar algunas de las ideas que pueden resultar más pertinentes de cara a la situación actual de dicha institución.

Ya en el mismo prólogo que antecede a los propios discursos, el cardenal Newman aclara que el objetivo de la Universidad consiste en difundir y extender el saber y que, por tanto, la función docente nunca debería estar sometida a la investigadora. Si el fin de una Universidad fuera la investigación científica y filosófica», dice el autor, «no veo por qué habría de tener estudiantes». Un razonamiento aparentemente obvio, pero que ha sido olvidado por los legisladores y regentes universitarios, que han impuesto un sistema de promoción del profesorado en el que se prima la investigación sobre la docencia, logrando con ello un inevitable empobrecimiento de la enseñanza universitaria.

Ahora bien, si tuviéramos que destacar un diálogo por su interés y utilidad en los tiempos actuales, este sería sin duda el quinto, titulado «el saber como fin en sí mismo». En él, Newman hace una apasionada defensa de la educación liberal, llamada así precisamente porque no se atiene a criterios utilitaristas, sino que busca el cultivo del conocimiento per se. «La mente humana está hecha de tal modo que cualquier clase de saber, si es auténtico, constituye su propio premio», señala Newman. El conocimiento, por tanto, se nos muestra como un fin en sí mismo y, por tanto, por sí mismo debe ser buscado y cultivado.

Con ello, Newman se aleja del utilitarismo que ya entonces empezaba a asomar sus garras por los diferentes campus universitarios europeos, y que, hoy día, ha colonizado la mentalidad colectiva. Según este paradigma, las únicas carreras que deberían ofrecerse en la Universidad son las que gozan de utilidad práctica, lo que en la actualidad se traduce en aquellas que se precian de asegurar un futuro laboral inmediato a los alumnos, sea este del tipo que sea. En nombre de esa manida «empleabilidad», los partidarios de esta visión defienden que deberían desterrarse de las facultades los saberes que no tengan utilidad práctica, una corriente que se ha extendido al ámbito escolar, donde las materias humanísticas han sido sistemáticamente arrinconadas, cuando no directamente suprimidas.

En contra de este utilitarismo, Newman nos recuerda en este memorable discurso que los estudiantes son precisamente los más beneficiados de recibir una formación completa y variada en diferentes campos y saberes, sea cual sea su supuesto valor práctico. Es más, el cardenal propone un plan de estudios en el que los alumnos deban cursar asignaturas de campos de conocimiento diversos, abriéndose a las diferentes caras de la realidad. De esta manera, el estudiante «se beneficia de una tradición intelectual», «aprehende las grandes líneas del saber, los principios en los que descansa», y con ello «se forma un hábito de la mente que dura toda la vida».

Y es que no debe olvidarse, continúa Newman en el sexto discurso, que la verdadera misión de la Universidad para con sus estudiantes no es que estos se limiten a recibir y acumular conocimientos e ideas, sino que aprendan a razonar correctamente para acercarse al conocimiento de la verdad. Para lograr ese objetivo, Newman nos proporciona una receta a los profesores que no ha perdido vigencia: «proponer el nivel mental adecuado, educar de acuerdo con él, y hacer que todos los alumnos avancen hacia él según su propia capacidad».

Los discursos de Newman, por tanto, se muestran como una referencia conveniente y de gran interés para todos los que trabajamos en la Universidad. Entre otras cosas, porque nos recuerda que esta institución, a pesar de todas sus imperfecciones, es por naturaleza una de las más nobles de la sociedad, pues su última misión no es otra que contribuir al crecimiento intelectual y humano de los jóvenes y, con ello, a la mejora de la sociedad.