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Cubierta de 'El niño que perdió la guerra', de Julia NavarroPlaza & Janés

‘El niño que perdió la guerra’, una denuncia nada sutil del totalitarismo

Julia Navarro condena en su última novela los crímenes de las dictaduras con independencia de su signo político

La última novela de Julia Navarro, El niño que perdió la guerra (Plaza & Janés) tiene una virtud central, y es que huye de todo relativismo a la hora de reflejar sin medias tintas la crueldad inhumana de cualquier dictadura, con independencia de su signo ideológico.

Esa decisión inicial a la hora de plantear la escritura hace que El niño que perdió la guerra sea una novela honesta, sin artificios ni engaños.

La novela de Julia Navarro es ambiciosa en su objetivo, sencilla en la forma y directa en su estilo. Evitando todo artificio, mediante una prosa que evita la grandilocuencia, Julia Navarro cuenta la historia de Pablo: un niño de una familia republicana española al que, en los últimos meses de la Guerra Civil, sus padres envían a la Rusia Soviética.

Plaza & Janés / 640 págs.

El niño que perdió la guerra

Julia Navarro

Los padres de Pablo planean reunirse con él poco después, pero su padre muere en el frente y su madre acaba encarcelada tras la victoria de Franco. El niño queda atrapado y perdido en la Rusia comunista, acogido por una familia para él desconocida y acabará atrapado en un nuevo conflicto: la Segunda Guerra Mundial.

Julia Navarro muestra en su libro el horror de la guerra y la deshumanización de las dictaduras, ya sea el franquismo o el comunismo soviético.

Dice Julia Navarro en una reciente conversación con El Debate que «los niños son los que pierden las guerras de sus padres». En ese sentido, Pablo se alza como la gran víctima y, a la vez, el elemento de redención de sus dos familias destrozadas por la guerra y el totalitarismo: su familia de sangre española y su familia adoptiva rusa.

Pronto, en su nuevo hogar, las promesas de libertad en la «patria de los trabajadores» se convirtieron en cadenas: la persecución, la purga ideológica, la deportación y el gulag hacen acto de presencia mostrando el verdadero rostro cruel y criminal del comunismo.

El niño que perdió la guerra es una novela muy actual, y es que las denuncias que la autora realiza en su argumento tienen una doble lectura y se pueden aplicar al pie de la letra a una sociedad, la actual, donde, pese a presumir de democracia, se ataca al disidente ideológico, se le cancela y se le condena al ostracismo.

Es una opresión más sutil, no hay gulags ni checas, no hay fusilamientos ni torturas, pero el objetivo es el mismo: la eliminación de los disidentes y los rivales. Y, al igual que hicieron los totalitarismos, se recurre también hoy a la estrategia de la polarización para aplicar medidas liberticidas que se justifican en la guerra cultural contra el otro, al que hay que cancelar como sea.

El niño que perdió la guerra tiene ecos de los grandes escritores rusos. Se cita a Borís Pasternak varias veces, las escritoras Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva están también muy presentes.

La novela es como un reflejo de la gran novela realista rusa. Hay pasajes que recuerdan a Tolstoi y su Guerra y Paz. En otros es inevitable pensar en Dostoievski y sus Memorias de la casa muerta.

La novela de Julia Navarro no tiene esas pretensiones, y El niño que perdió la guerra no es Doctor Zhivago, pero la escritora ha sabido manejar con maestría una historia, sencilla en su planteamiento, pero compleja en su ejecución.

Se percibe también una evolución en la composición del libro desde unas primeras páginas, quizás más dubitativas, hacia una escritura más contundente a medida que avanza.

Cae Julia Navarro al principio en la tentación de transmitir mucha información al lector lo antes posible, para que se sitúe rápidamente y poder entrar en materia cuanto antes.

Recurre para ello al diálogo como vehículo de transmisión de datos hacia el lector. Esa maniobra, sin embargo, resta naturalidad a la narración, la embrolla y la hace tosca. No obstante, esa práctica queda atrás en cuanto la novela logra arrancar, sobre todo cuando Pablo llega a Rusia, que es donde parece que la novela empieza de verdad.