‘Los ejércitos del conquistador. Epopeyas fantásticas’
Esta colección de historias de espada y brujería demuestra no sólo la excelente salud del género, sino las inmensas posibilidades que el cómic brinda para dar forma a los mundos de fantasía
Si Edgar Alan Poe se hubiese dedicado al cómic de espada y brujería, le hubiese salido Los ejércitos del conquistador. Epopeyas fantásticas, de Jean-Pierre Dionnet, Jean-Claude Gal, Picaret y Bill Mantlo (Cartem Cómics, 2024). Juntos han alumbrado estas historias de aterradora belleza. Creo que hubiesen gustado también a Baudelaire y a Matthew G. Lewis.
Cartem Cómics (2024). 192 Páginas
Los ejércitos del conquistador. Epopeyas fantásticas
Aquí no falta ninguna de las convenciones del género fantástico, al que tanto le debe nuestra cultura popular desde El señor de los anillos –¡larga vida a Tolkien!– hasta Juego de tronos y el mundo de Dungeons & Dragons. Hay asedios a ciudades inexpugnables, religiosos que mandan ejércitos como Turpin, el compañero de Roldán, y criaturas monstruosas alumbradas por la oscuridad del cómic en blanco y negro. En estas planchas los hechizos funcionan y los guerreros llevan armaduras labradas y bruñidas como en las novelas de Elric de Melniboné. La mejor tradición de las historias del Príncipe Valiente –me pongo en pie para recordar a Harold Foster– muestra aquí su rostro más tenebroso e inquietante. La cabellera de un dios muerto que tritura a quien atrapa. El suplicio de la amputación de unos dedos que crecen sólo para ser cortados de nuevo. Una ciudad que enloquece a los hombres que la ocupan. Un puerto eterno «cuyo nombre nadie conoce». Las ciudades, los desiertos y los páramos evocan el mundo de Conan y el ciclo de los Reinos Olvidados.
Algunos de los personajes, cuyo paso por la historia puede ser breve pero decisiva –ahí están el Arquitecto y el Arzobispo–, tienen una profundidad admirable: la soberbia, la codicia y la venganza aparecen como móviles de relatos que no podemos dejar de leer como no podríamos dejar de escuchar el Beowulf o los poemas de la Edda Mayor. Un comienzo fabuloso, «En aquel tiempo, los ejércitos del conquistador partieron para invadir el mundo», nos devuelve al tiempo de los mitos, es decir, al tiempo anterior al tiempo mismo y, de este modo, nos rescata de lo cotidiano para llevarnos a un lugar en que todo es posible.
El lenguaje del cómic despliega en estos relatos algunos de sus recursos más vistosos y enriquecedores. Como indica Claude Ecken en el posfacio, «los encuadres recuerdan a las elaboradas composiciones de Pellos para Futurópolis o el Spirit de Will Eisner». El arte de estas planchas bebe no sólo de la historieta, sino también del cine. Ecken recuerda Cabiria (1914), de Giovanni Pastrone, pero a mí se me venía a la memoria la Babilonia de Intolerancia (1916), de Griffith. Las dos historias de Arn muestran ciudades atormentadas, calles tortuosas y laberintos enloquecedores que hubiesen hecho las delicias de Borges y de Murnau.
Hay algo de truculento en este mundo que nos remite al pulp. Una condena a muerte dilatada en el tiempo: a un hombre atado al suelo le introducen un insecto que anidará en su cuerpo y cuyas crías lo devorarán al cabo de unos meses. Otro muere asfixiado mientras se le salen los ojos de las órbitas. Un soldado abandonado se alimenta de bichos. No lo oímos, pero podríamos sentir el crujido del caparazón entre los dientes. Estas historias llevan al lector a sitios a los que no quiere ir, del mismo modo que el Maelstrom atraía a los navíos.
Los ejércitos del conquistador. Epopeyas fantásticas nos invita a adentrarnos en lo desconocido, en un universo de misterios, aventuras y terrores. Atrévanse a leerlo.
No les dejará impasibles.