El poeta que fue rey de Sevilla y que cantaba al amor, el vino, las estrellas y los amaneceres
Su padre ordenó quemar El collar de la paloma, y él vivió, en medio de enormes intrigas políticas, en la época inmediatamente posterior al derrumbe del todopoderoso Califato de Córdoba
Los ochos siglos de presencia mahometana en España, de Al-Ándalus, ¿son un periodo que haya ejercido un fuerte influjo directo en nuestra identidad y cultura, o su huella apenas duró, conforme avanzaba la Reconquista? Muchas veces, esta pregunta carece de una respuesta que prescinda de los prejuicios que nos despierta la mera mención del término «Al-Ándalus». Unos aseguran que se trató de una etapa de esplendor, cuyo magnífico legado se ha hecho notar desde el primer momento; para sostener esta tesis, hay quienes no dudan en exagerar la relevancia de lo que se denomina «Escuela de Traductores de Toledo», o quienes están convencidos de que la mitad del ADN español es magrebí o árabe. Por otro lado, no pocos sostienen que de aquellas centurias medievales sólo pervive una serie de edificios en lugares como Córdoba, Sevilla o Granada.
Comares (2006). 248 Páginas
Al-Mutamid de Sevilla. Poesía completa
En cualquier caso, lo cierto es que la literatura hispano-arábiga recibió escaso o nulo motivo de inspiración en las grandes corrientes de la literatura occidental. Cierto que la poesía andalusí parece haber escuchado las baladas de los mozárabes, pero se entrevé un fuerte desconocimiento de la lírica provenzal, de los versos de Ovidio u Horacio, del epigrama helenístico y de la épica virgiliana u homérica. Y lo propio sucede al revés: resulta demasiado complejo sondear aromas morunos –aparte de las canciones mudéjares– en los clérigos bajomedievales dedicados a la composición literaria o los juglares castellanos. Podría decirse –quizá con cierto simplismo– que una gran parte de la alta literatura andalusí funcionó como un mundo apartado, en especial en su limitado eco dentro de las propias letras muslimes allende la Península Ibérica. Esta circunstancia de «literatura encapsulada» se remarca por su escuálido conocimiento hoy más allá de ámbitos eruditos. ¿En qué plan de estudios de bachillerato se incluye a Ibn-Hazm o Averroes? De modo que, a fin de cuentas, un ramillete de poetas españoles –poetas cortesanos, nobles– no existe para nuestro canon. Aunque sus poemas resulten brillantes, deliciosos y sugerentes.
Uno de los principales poetas de aquella Al-Ándalus fue al rey sevillano Mutamid (1039–1095), hombre de moderados gustos disolutos que vivió en la etapa inmediatamente posterior al derrumbe del otrora todopoderoso Califato de Córdoba. El padre de Mutamid –que se llamaba Mutadid–había ordenado quemar los libros de Ibn-Hazm, autor de El collar de la paloma. El propio Mutamid –que fue tributario de Castilla y que, para evitar el pago de parias, pidió ayuda de los almorávides y después hubo de recurrir al rey Alfonso para expulsarlos– protagonizó episodios de enorme violencia, como la crucifixión de su enemigo Ben Uqasa, o la muerte que él mismo asestó a hachazos a Ben Ammar, su preferido. Sin embargo, de Mutamid se suele recordar más su afición por la poesía, ya fuese mediante la protección que brindaba a artistas de la palabra, o bien gracias a sus propias composiciones.
En los últimos cincuenta años, las poesías de Mutamid se han editado en casi una decena de ocasiones. Algunas de estas ediciones cuentan con amplia introducción e incluso ofrecen el texto original árabe junto con la traducción, como es el caso de la que corre a cargo de María Jesús Rubiera Mata (Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1982). Las poesías de Mutamid cantan al amor y a la guerra, a la familia y a la cautividad –murió en el exilio africano–, a las estrellas y al vino, al aroma de sándalo, a «mujeres blancas y morenas», a relámpagos, ámbar y joyas, a laúdes en patios de la España meridional y a cabezas cortadas, y despedidas al alba en un alcázar repleto de «banderas tremolantes». Es una poesía extrañamente cercana y críptica, onírica y diferente.