‘Termush’, nadie puede escapar del juicio final
¿Puede todo el dinero del mundo comprar la salvación frente al holocausto nuclear? En Termush un grupo de millonarios compra su supervivencia frente a la guerra nuclear, pero el destino trágico siempre se muestra implacable
Termush, del escritor danés Sven Holm, es la historia de la inevitabilidad del destino trágico y cómo, por mucho voluntarismo que se le ponga, no se puede escapar de él.
Editada en español por Impedimenta, Termush ha sido un extraordinario hallazgo. Una novela corta, pero de una intensidad asombrosa. Una historia que deja poso, que invita a la reflexión y que cuesta horrores soltar de las manos, incluso cuando se ha llegado a la última página.
Termush es una distopía de ciencia ficción en un mundo que ha sido arrasado por una guerra nuclear. Casi toda la superficie de la tierra está cubierta de polvo radiactivo. Los supervivientes agonizan cubiertos de quemaduras.
Impedimenta / 144 págs.
Termush
Un grupo de privilegiados, pertenecientes a las clases más pudientes, ha logrado encontrar refugio en un lugar limpio a orillas del Atlántico: el complejo hotelero de lujo Termush.
Sus huéspedes habían comprado sus billetes años antes de la guerra, cuando el estallido de la contienda se veía inevitable, como quien contrata un seguro.
Los promotores del refugio, organizados en una institución denominada la Dirección, han logrado convertir Termush en una fortaleza inexpugnable, con equipos de descontaminación que garantizan que el área permanece limpia, con refugios subterráneos para que los inquilinos puedan guarecerse durante las tormentas radiactivas, con equipos científicos que analizan los niveles de contaminación en el área circundante, con policías armados que defienden sus fronteras y con grupos de exploradores a la búsqueda de otras áreas limpias de radiación.
Pagamos para seguir vivos, igual que se pagaban los seguros de saludSven Holm
Sin embargo, a pesar de las fortunas invertidas para garantizar que Termush sea un oasis en medio de un mundo asolado y del dinero que han pagado los multimillonarios refugiados en sus instalaciones, el horror del genocidio nuclear llega a las puertas del refugio, las desborda y termina devorando a sus ocupantes.
Termush, publicada en 1967, al igual que otras novelas distópicas escritas a lo largo del siglo XX –como puede ser 1984 de Orwell, o Un mundo feliz de Huxley– da en el clavo en prácticamente todas sus predicciones.
Por fortuna, por el momento no hemos sufrido un conflicto nuclear, pero Termush acierta por completo al apuntar muchas de las problemáticas de los países desarrollados de hoy: la inmigración, la tentación autoritaria, los efectos del capitalismo salvaje e incluso la reacción liberticida ante una pandemia.
Termush, en ese sentido, y pese a los años que ya tiene el libro, puede leerse como una fábula del mundo de 2024.
En medio de la desolación radioactiva, Termush se alza como un Estado privilegiado, soberano e independiente, con sus fronteras y muros que las protegen.
Los supervivientes del cataclismo nuclear, enfermos por la radiación, emigran desde los puntos más lejanos para llegar a Termush.
El boca a boca ha transmitido a gran parte de la población la existencia de este lugar, limpio de radiación, con médicos, con comida y medicinas.
En medio de la pobreza extrema, del hambre, de la enfermedad, de la destrucción generalizada que afecta a las zonas arrasadas por las bombas nucleares, Termush se muestra en el imaginario de los desfavorecidos como un mundo idílico, un paraíso que deben alcanzar si quieren sobrevivir.
La llegada a Termush de superviviente, primero un goteo, luego de forma masiva, pone a la Dirección del hotel ante la disyuntiva entre la obligación humanitaria de socorrer a los enfermos y compartir con ellos su riqueza, y la responsabilidad de proteger a los inquilinos sanos.
«Esperábamos encontrarnos un mundo aniquilado. De eso nos queríamos proteger cuando nos inscribimos en Termush. Nadie había pensado en protegerse de los supervivientes y de sus pretensiones. Pagamos para seguir vivos, igual que se pagaban los seguros de salud: compramos un producto llamado ‘supervivencia’ (…). Y de pronto aparecen forasteros que pretenden formar parte de nuestro refugio. No queremos ponernos cínicos, pero Termush dejará de funcionar en el momento en que abra las puertas como si fuera un hospital», dice de forma muy gráfica el protagonista.
La llegada de los supervivientes a Termush no puede dejar de verse como una metáfora de la llegada de refugiados e inmigrantes a los países desarrollados de hoy procedentes de regiones arrasadas por las guerras y la pobreza.
En ese sentido, el dilema al que se enfrentan los miembros de la Dirección de Termush es similar al dilema de los gobiernos ante la obligación de socorrer a los inmigrantes y la obligación de defender las fronteras.
Sven Holm acierta también al pronosticar el modo en que un gobierno reacciona ante la amenaza de una pandemia.
El gobierno de Termush, la Dirección, frente a la amenaza de la expansión de la enfermedad causada por la radiación adopta actitudes autoritarias o, directamente, totalitarias hacia los inquilinos del complejo.
La vigilancia a los inquilinos es constante, la Dirección se arroga la función, que nadie le ha concedido, de controlar el flujo de la información adoptando una política de censura y manipulación, se imponen toda clase de restricción en defensa del bien común y de la salud, se desatan falsas alertas de contaminación para obligar a los inquilinos a confinarse en sus habitaciones o en los sótanos como medida de control social…
Medidas todas ellas que, en mayor o menor medida, recuerdan a muchas de las que se adoptaron en todo el mundo durante la reciente pandemia de coronavirus.
El director de Termush, poco a poco, se va revistiendo de un enorme poder, se nombra a sí mismo Presidente, y comienza a decretar medidas absurdas y liberticidas, lo que introduce una interesante reflexión sobre la tensión entre seguridad y libertad.
Los inquilinos empiezan a rebelarse, el problema de los supervivientes refugiados se convierte en un conflicto violento y, finalmente, la utopía de Termush se desvanece trágicamente y sus inquilinos acaban abandonados en un barco en el mar.