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Luis de la Fuente en un momento de la ponencia en la Universidad CEU San Pablo

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El Debate de las Ideas

La gestión universitaria: cuidar el estudio y la investigación

La universidad no es el lugar donde amenizamos el saber mediante experiencias y metodologías dinamizadoras, lúdicas y participativas (eso, más bien, es un parque temático); y tampoco es el lugar donde estudiando los libros se aprueba, pero con las prácticas se aprende (eso es, más bien, una autoescuela)

La universidad es una comunidad compuesta básicamente por estudiantes y profesores que se enhebra a través del estudio y la investigación; enseñar o aprender los diferencia en el seno de la comunidad que forman. Lo que alumnos y profesores tienen en común es la autoexigencia de estudiar. Y de lo que unos y otros estudien e investiguen dependerá lo que ocurra en la docencia y en las aulas que, por sí solas, no pueden dar lugar a una genuina experiencia universitaria.

La universidad no es el lugar donde amenizamos el saber mediante experiencias y metodologías dinamizadoras, lúdicas y participativas (eso, más bien, es un parque temático); y tampoco es el lugar donde estudiando los libros se aprueba, pero con las prácticas se aprende (eso es, más bien, una autoescuela). Lo único malo de una lección magistral es que no sea magistral. Nosotros hacemos atractivo el saber y su estudio mediante la ilusión por aprender y enseñar nuestras ciencias y saberes; entusiasmo sostenido a través de los años y convertido en una invitación amistosa y exigente para nuestros estudiantes, que han de experimentar la conquista de sí mismos y de su futuro lograda mediante el esfuerzo y la satisfacción de aprender.

Así nos cuidamos de hacer interesante el saber a los interesados. Los equipos de gobierno de la universidad, de las facultades y de los campus, los directivos y el personal de los servicios, tenemos como tarea principal que los estudiantes y los profesores puedan estudiar, es decir, que tengan los espacios, las infraestructuras, la tecnología y, sobre todo, el tiempo necesario para estudiar y compartir entre ellos lo que aprenden. Esa es nuestra misión: hacer posible y sostener este lugar donde estudiantes, estudiosos e investigadores convierten el saber y su aprendizaje en comunidad. Si esto se hace bien, lo demás se nos dará por añadidura, también los resultados de toda clase, y más bien antes que después, aunque haya que procurarlos con esfuerzo.

Por eso, es crucial que el tiempo disponible para el estudio y la investigación surja de la eficiencia y profesionalidad de nuestra organización y servicios, de la desburocratización de nuestros procesos, de la asunción de las tareas administrativas por verdaderos profesionales de la gestión, de la visión gerencial, del sentido académico en el gobierno de la universidad y las facultades, y, sobre todo, de la autoexigencia de profesores e investigadores, verdaderos responsables del sentido de todo este esfuerzo colectivo: poner la dedicación y el entusiasmo necesario para incorporar a los estudiantes a la pasión por conocer, y, derivada pero imprescindiblemente, para que lleguen a aprender lo necesario para tener algo que ofrecer a los demás, en su servicio y beneficio.

Poner todo lo anterior al alcance de los estudiantes para posibilitar su acceso al desempeño de profesiones que les abran un camino en la vida, es no solo una obligación, sino la demanda que los trae hasta nosotros. Es imprescindible, pues, mejorar eso que ahora llamamos empleabilidad. Pero dejaría de ser universidad la que se concibiera solo así, como una organización o empresa de provisión de servicios en un mercado de demandas formativas.

La conservación comprensiva de cuanto se sabe y la constante actualización del saber científico en busca de la verdad a nuestro alcance, son fines tan esenciales de la universidad como todos los anteriores. De hecho, es por nuestra capacidad para guardar cuanto hemos aprendido en el pasado y su actualización permanente en el presente, por lo que los jóvenes vienen a la universidad en busca de su futuro. No es difícil ver, pues, que la universidad como institución tiene la misión de generar tiempo, tiempo de estudio en el que el pasado y el presente se sintetizan como futuro.

La universidad que descuida el estudio y la investigación o que los cuida y promueve solo como un requisito legal para su funcionamiento, ha convertido uno de sus fines esenciales en la coartada para transformar un medio en un fin: ganar dinero. Por eso, el imprescindible punto de vista económico al que se debe su viabilidad y funcionamiento, no puede sobreponerse al sentido académico en el gobierno de la institución. El ánimo de lucro o el afán de resultados, aunque legítimo y necesario, no puede ser el corazón de la universidad.

En sentido institucional, profesorado y servicios no son –al menos, no principalmente– costes que restar a los beneficios, sino parte de los beneficios sociales que genera la institución, toda ella al servicio de sus estudiantes y su crecimiento intelectual y personal. Es por hacer eso bien, y no al revés, por lo que aspiramos a merecer los beneficios que permitan seguir haciéndolo, y a recibir también económicamente el reconocimiento público de que lo hacemos bien.

De hecho, en la universidad es legítimo el ánimo de lucro que asume y hace posible la creación de ciencia y cultura y la promoción del estudio y la investigación como una finalidad intrínseca de la institución en tanto que universitaria. Además, esa generación de ciencia y cultura es doblemente imprescindible si se quieren componer síntesis novedosas entre las ciencias, los saberes humanísticos y la fe de la Iglesia, a la que también así serviremos como una verdadera universidad.

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