Las memorias de Fernando Suárez
Aparecen las nutridas memorias del político leones que recorren su extensísima experiencia pública
Las memorias de Fernando Suárez González, que bajo el título Testigo presencial nos cuentan la trayectoria del último ministro de Trabajo de Franco en 894 exorbitantes páginas. Es un libro prolijo que, de forma minuciosa casi excesiva, nos relata del año 1933 al 2024. Son los años de vida de Suárez en los que cuenta el acontecer de España desde puestos de autoridad del autor, procedente del Sindicato Español Universitario (SEU), ya sea en una cátedra, en la dirección de un colegio mayor o en un ministerio que abarca la trayectoria de este político leonés. Con una desmesura de detalle que va, más o menos, desde la guerra civil española, de la que dice el autor que «no solo fue una victoria militar sino la victoria de una concepción cultural determinada verdaderamente nacional» hasta la actualidad, casi.
Real Catorce Editores (2023), 894 páginas
Testigo Presencial
Conserva el autor documentos inverosímiles que luce en estas memorias. Suárez, demostrando que ha sido o fue un hombre metódico, muestra auténticas reliquias como la convocatoria en papel del SEU de Oviedo, en su grupo de Teatro Español Universitario al que perteneció Alfonso Guerra en Sevilla, en el ciclo de letras de noviembre de 1953, un pasquín convocando a la representación de una obra de Federico García Lorca por parte del Sindicato Español Universitario, fundado por José Antonio Primo de Rivera. O menciona Suárez, en la obra que nos ocupa, más adelante, para justificar la legalización de la huelga, la publicación de la minoritaria pero rigurosa revista Sindicalismo del falangista Ceferino Maestú conocida por una minoría inasequible al desaliento, ignoramos por qué.
Uno de los puntos de mayor interés de la obra es el conocimiento de la gente que va encontrándose en el camino: un camino largo y habitado. Menciona nuestro autor la modernidad y lozanía del discurso de los tácitos, procedentes de la Asociación Católica de Propagandistas, entre los que cita a Marcelino Oreja, a José Luis Álvarez y a Juan Antonio Ortega Ambrona. Personalidades que defendían que no era hora de promover una asociación más sino una fuerza política democristiana, dado que en el movimiento Nacional, escribe, eran muy abundantes los democristianos, incluido el propio Oreja, que fue Consejero nacional.
En otro orden de cosas, el libro recoge las vicisitudes de la emigración española que, a pesar de lo que dicen los indocumentados monclovitas, fueron decenas de miles con contrato de trabajo que dejaron muy alto el pabellón español. Y, por supuesto, defiende que no eran ilegales que habían violado frontera alguna ni beneficiaros de subvenciones inmerecidas. Recuerda cuando en 1974 el Gobierno de Bélgica legalizó a más de 6000 inmigrantes clandestinos. Solo 60 eran españoles. El dato mata el relato.
Durante su etapa como procurador, en uno de los muchos debates denunció que la Universidad de Navarra estaba recibiendo subvenciones estatales que no figuraban oficialmente en los libros donde se recogían otras menores. Eso le costó al procurador un buen rifirrafe con otros procuradores y mostró su talante beligerante fuera cual fuese la talla de su rival.
Cita a Franco con el discurso de presentación de la Ley Orgánica del Estado. Había invocado la reforma del Fuero del Trabajo, dado que en estos años de paz habían ido surgiendo nuevas iniciativas a desarrollar plenamente acordes con la versión que de la doctrina social de la Iglesia habían dado los más recientes documentos papales y conciliares. La comparación del texto de 1938 con el de 1967, escribe, permitía concluir que se había superado la Organización Nacional Sindicalista del Estado.
Entre la miríada de temas que toca en el libro, menciona el proyecto de Constitución de Guinea Ecuatorial que fue votado negativamente en el territorio de Fernando Poo por el miedo, justificado por la historia posterior, de los bubis a la hegemonía de los fang. Pero al final, cinco decretos formalizaron la independencia guineana sin prever la sucesión y dos sangrientas jefaturas del nuevo Estado.
Como protagonista de esta parte de la Historia de España, también relata Fernando Suárez cuando se aprobó en las Cortes Españolas la sucesión a Franco en una persona real de estirpe borbónica, por 491 votos a favor, 19 en contra y 9 abstenciones. Indica el autor que alguno de los procuradores que votaron en contra eran de los más conocidos monárquicos de la Cámara, disconformes, explica, con la exclusión de Juan de Borbón para sustituirle por su hijo Juan Carlos. Aclara que la mayoría de los demás estaban vinculados al carlismo y el resto eran sindicalistas o adversarios declarados de la monarquía.
Los capítulos más interesantes de esta obra, a mi juicio, son los dedicados a su trabajo como procurador, a sus responsabilidades como ministro, además de sus tareas en la fundación de una fuerza política que se sumirá en lo que más adelante será el Partido Popular. En estos capítulos se muestra crítico, rompiendo una lanza por el dimisionario Marcelino Oreja, con la figura de Manuel Fraga, a la que acusa de autoritarismo y con la de Aznar, de quien dice que elige para los puestos de responsabilidad a los que están de acuerdo con él y no a los idóneos. El autor echa de menos de forma explícita una dirección colegiada y un debate sobre hasta qué punto y en qué cosas el partido referente del centro derecha español es conservador, en cuál liberal y hasta dónde demócrata cristiano. Sus disidencias llegaron hasta la prensa de la época y negó, como dijo Fraga, que él, Fernando Suárez, hubiera estado en la línea sucesoria al liderazgo del partido.
Algún contemporáneo de Fernando Suárez ha criticado las memorias diciendo que es más importante lo que no dice que lo que cuenta, si fuera así y estuviera recogido en las apretadas líneas de letra algo pequeña para la presbicia, la obra superaría el millar de páginas y algunas paciencias.