'Poco tiempo en cualquier lugar': cartas de una vida entregada a la escritura
Una valiosa ventana al universo, tan bellamente retratado en su narrativa y tan misterioso en sus relaciones personales, de Katherine Mansfield, una escritora llena de fuerza, tenacidad y libertad
Titular un libro es uno de los momentos más decisivos de su creación. Nombrar no es solamente otorgar una diferencia, una identidad, debe además contener la esencia de todo un mundo dentro de una o unas pocas palabras. Parte de la esencia de Katherine Mansfield (1888-1923) fue la volatilidad; cierto despego del suelo, de los demás y de ella misma, y tanto en sus cartas como en sus cuentos o en su diario ese espíritu algo esquivo, inquieto, insatisfecho, se cuela como una verdad callada. Poco tiempo en cualquier lugar (Páginas de Espuma, 2024) es un perfecto nombre para la errática, intensa, difícil, corta y singularísima vida que Mansfield vivió, y para conocer cómo la vivió y cómo la compartió a través de su analítico y vivo imaginario.
Páginas de Espuma (2024). 264 páginas
Poco tiempo en cualquier lugar. Cartas 1903-1022
Se enamoró de Inglaterra cuando de adolescente la mandaron a estudiar allí, desde su Nueva Zelanda natal, y desde entonces peleó por regresar a esa otra isla que prometía un futuro mucho más emocionante y similar a sus inquietudes. Lo consiguió, y no regresó más. Se entregó a la vida literaria de Londres, creó sólidas amistades, a ratos daba saltos al círculo de Bloomsbury, que la acogía y criticaba a partes iguales. Se distanció de su madre, su hermano murió en Francia, durante la hoy llamada Primera Guerra Mundial. Tuvo una vida sexual y amorosa ecléctica y apasionada (fugaces matrimonios, affaires y abortos incluidos) y una salud muy frágil que la obligó a viajar en busca de una cura, un milagro, para que sus pulmones se sintieran tranquilos y sus manos pudieran continuar creando. Frente a las ingratitudes de la vida era cabezota, latía dentro de sí una vocación tan fuerte que quiso vencer a todos los demonios con ella. «He estado escribiendo mucho aquí –escribe a una de sus hermanas–, pero no puedo hacer todo cuanto sé que está en mí. Sabes que, dada mi situación, nunca lograré hacer de mi vida todo lo que tengo en mente. Si no estuviera convencida de que tengo una verdadera llamada del deber que me debo a mí misma, abandonaría el proyecto».
Esa llamada, la escritura, el lenguaje, es un personaje más de este epistolario editado con mimo, en el que narra a su familia, amigos (Ida Baker, Dorothy Brett, Samuel S. Koteliansky) o cuando están separados también a su marido, el editor J. M. Murry, reflexiones, entre otros temas y vivencias, acerca de las obras que va gestando, sus intentos de publicación, la recepción que causaban. Su conquista de los lectores fue lenta y fehaciente, y muchas de esas obras, como En una pensión alemana, Fiesta en el jardín, Preludio o Casa de muñecas, son relatos basados en su propia vida y en una crítica mirada a la sociedad que la rodeaba. Del tono general de las cartas, así como de testimonios de sus corresponsales y amigos que la trataron, como Virginia Woolf, se trasluce un empeño en Mansfield por mostrarse optimista, amigable, jovial incluso. Utilizar la palabra empeño no conlleva el juicio de que no fuera naturalmente alegre, pues por dichos testimonios conocerla era precisamente llevarse la impresión de estar ante una mujer ingeniosa, divertida. Pero todo ello lo decoraba con una media sonrisa y debajo habitaba algo contenido, vigilante, felino, que algunos de sus allegados sí lograron ver, como la propia Virginia, con quien tuvo una amistad algo tirante, conducida por una reciprocidad de admiración y celos. «Nos parece estar contemplando una mente a solas consigo misma», compartió Woolf en el prólogo a los diarios de Mansfield. «¿Desde qué perspectiva contempla la vida, ahí sentada, con su terrible sensibilidad?».
La Katherine más interesante y auténtica, la que bailaba entre su faceta extrovertida y la introspectiva, entre la angelical y la humana; la compleja y completa
Esa es la Katherine más interesante y auténtica, la que bailaba entre su faceta extrovertida y la introspectiva, entre la angelical que quiso vender Murry tras su muerte y la humana; la compleja y completa. Rechazó la vida doméstica, forcejeó con la muerte y vivió cambiando constantemente de lugar, no solamente en un sentido físico, buscando aquello que le prometió la intuición y no acababa nunca de llegar. Fue una mujer observadora, expansiva frente a los paisajes y la inspiración, convulsa ante el amor y profundamente entregada a su oficio, a pesar de que la tuberculosis fue derrotándola y hubo de permanecer en cama tediosas temporadas. La lectura de estas cartas deja entrever su desasosiego con mucha cautela y discreción, pues en ellas predomina la vitalidad, y por ello resulta aún más interesante tratar de descifrarla. Como si ella misma fuera quien, tras una máscara, quisiera esconder parte de su ser (por el miedo que tal vez le producía) ante cualquier mirada. Y, para que eso funcionase, la primera ciega de corazón debía ser ella.
Katherine Mansfield ha permanecido siempre en un segundo lugar, una segunda fila, pero poseía de sobra talento, fiereza y una entrega admirable a las palabras. Poder conocerla un poco más a través de esta antología de cartas, que además incluye un pequeño mapa de lugares y de nombres, es un privilegio. «Tengo de ti lo que deseo –le escribe a Murry en 1920–, una relación que es única pero no lo que el mundo entiende por matrimonio. Esto significa que ni dependo de ti en ningún aspecto ni me puedes quebrantar. Nadie puede. No sé cómo sucede, pero vivo retirada de mi vida personal (es duro decirlo). Soy escritora ante todo».