‘Las propiedades de la sed’: anhelo compartido de libertad
Marianne Wiggins nos acerca a un episodio oscuro y poco conocido de la historia de Estados Unidos: el internamiento de japoneses en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial
Si algo ha caracterizado a Estados Unidos desde su creación como país allá por 1776 es un profundo e intenso sentimiento de pertenencia y orgullo nacional. Y esto es algo que no se da exclusivamente de puertas adentro. Desde que se convirtió en líder mundial a inicios del siglo XX, gracias a su indiscutible dominio de la globalización cultural, Estados Unidos se ha ocupado de difundir, principalmente a través del cine, los momentos más brillantes de su pasado.
Libros del Asteroide (2024). 607 páginas
Las propiedades de la sed
Sin embargo, como todo país, la nación norteamericana tiene en su historia episodios menos conocidos que no son precisamente ejemplares. Quizá uno de los más sorprendentes y poco edificantes tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial, cuando por orden gubernamental se recluyó en campos de concentración a todos los ciudadanos de origen japonés que vivían en la costa oeste.
Este episodio sirve de trasfondo histórico a Las propiedades de la sed, una novela escrita por Marianne Wiggins y que tiene una trágica intrahistoria. En 2016, cuando estaba a punto de concluir el relato, Wiggins, finalista entre otros del premio Pulitzer y del National Book Award, sufrió un ictus que estuvo a punto de costarle la vida, y que entre otras cosas le ha ocasionado la pérdida irreparable de su memoria a corto plazo. Su hija Lara, que narra esta historia en el epílogo, se convirtió en su cuidadora, y junto al editor de su madre logró terminar la obra y publicarla.
Desde el punto de vista literario, la novela destaca por una profunda sensibilidad y por una finura en los detalles y las descripciones que acompaña todo el relato. La lectura es amena y a ratos incluso ciertamente adictiva, gracias a un estilo creativo y ágil si bien en ocasiones puede resultar excesivamente rompedor, debido al uso voluntario de faltas de puntuación e incluso de ortografía (ausencia de comas, inicios de párrafos en minúscula) que pueden distraer al lector, si bien le dan al relato un toque original y característico que la hace única.
En cuanto al trasfondo histórico, la novela de Wiggins logra adentrar al lector en el caótico y desolador ambiente que se respiraba en Estados Unidos tras el fatídico ataque de Pearl Harbor llevado a cabo por los japoneses en diciembre de 1942. A través de sus páginas, el relato nos sumerge en un país noqueado y horrorizado tras haber perdido a más de mil de los suyos en ese día aciago, y que se encontraba sediento de respuestas y de venganza a partes iguales.
La acción se sitúa en el valle de Owens, en la costa oeste, un lugar especialmente inhóspito, rodeado de las montañas de la Sierra Nevada californiana y caracterizado por la aridez y la ausencia de vegetación. La novela narra la historia de la familia Rhodes, especialmente de Sunny, una joven y talentosa cocinera, y su relación con Schiff, un joven estadounidense de origen judío. Este oficial es el encargado de construir y dirigir Manzanar, el más conocido de los campos de concentración (o «centros de reubicación», como se los llamó entonces) en los que el gobierno estadounidense encerró a los 120.000 descendientes de japoneses que vivían en la costa oeste del país.
El origen de esta decisión se encuentra en las semanas posteriores al ataque de Pearl Harbor. La administración dirigida por Franklin Roosevelt, ante el temor de que pudieran constituir una quinta columna que ayudara a Japón en caso de que un posible ataque en suelo americano, emitió la Orden 9066, que forzaba a todos los descendientes de japoneses que vivían en la costa oeste, incluyendo a los que tenían la nacionalidad estadounidense, a presentarse ante las autoridades gubernamentales para ser posteriormente reubicadas.
De esta manera, familias enteras, niños y ancianos incluidos, se vieron forzados a abandonar todas sus posesiones y sus negocios, que en el mejor de los casos pudieron ser malvendidos o alquilados a ciudadanos estadounidenses o al propio Estado. Gran parte de los cuales no fueron restituidos cuando terminó la guerra. En la novela se refleja de manera vívida el sufrimiento de estas familias, que se vieron recluidas durante cuatro años en unos campos en los que a duras penas disponían de lo necesario para mantenerse con vida, rodeados de alambre de espino y de torres de vigilancia, al más puro estilo de los gulags o los campos nazis.
De manera paralela, la novela aborda la historia de Rocky, padre de Sunny y patriarca de la familia Rhodes, que se opone frontalmente a la construcción del campo de Manzanar y que tiene un histórico conflicto con el Departamento de Agua de Los Ángeles, que ha ido drenando los lagos y acuíferos de sus tierras para derivar el agua a la ciudad angelina.
Y es precisamente ahí donde reside el significado del título de esta magnífica novela. Pues, en definitiva, la sed es la verdadera protagonista oculta de este relato. Una sed que no solo fue material, sino que también hace referencia al anhelo de libertad compartido por esos más de cien mil seres humanos cuya única culpa fue haber nacido de padres japoneses.
Nos encontramos ante una historia, por ende, que merece ser leída, a ratos disfrutada, a ratos sufrida, y sobre todo recordada.