‘El tiempo de los lirios’: la vía franciscana de Vicente Valero
El escritor ibicenco hace una preciosa semblanza de San Francisco y su tiempo a partir de una visita a Umbría repleta de arte
Decía Albert Camus, a cuenta de una visita a la Toscana que «la lección ilustrada por sus hombres, la prodiga también Italia con sus paisajes». Es un debate interesante el del hombre y su tierra. ¿Hasta qué punto condiciona o moldea el paisaje a sus grandes personajes? ¿O de qué manera Don Quijote, por ejemplo, ha forjado La Mancha? Para Vicente Valero (Ibiza, 1963), «no parece posible escribir un libro sobre la Umbría que a su vez no lo sea sobre san Francisco de Asís». No queda del todo claro si Valero fue a Umbría a escribir un libro sobre San Francisco o si después de haber ido a Umbría con la intención de escribir sobre la tierra acabó enfrascado en su ciudadano más ilustre. Da un poco igual. Lo que sí es evidente es que este es un libro de paisajes: de la tierra, del alma y de los tiempos.
Periférica (2024). 224 páginas
El tiempo de los lirios
El tiempo de los lirios (Periférica) se organiza a modo de crónica de viajes, con un calendario de dos semanas y un circuito por este apéndice más desconocido del Grand Tour: Asís, Perugia, Todi, Espoleto, Montefalco... Vecina de la inevitable Toscana, Umbría, siendo turística –como toda Italia–, es un destino más tangencial. «Su producto más acabado», dice Valero, «es la espiritualidad medieval». Y es a ella a la que realmente presta atención el autor, más que al mero paisaje. San Francisco de Asís articula todo el libro: por un lado, su vida y su relación con los lugares; por otro, la memoria de los viajeros (Montaigne, Hermann Hesse, etc…) que fueron hasta Umbría en busca del santo; y finalmente, el impacto de los franciscanos en la sociedad y el arte de su momento y, a partir de él, de todo momento.
Pienso que este libro excelente es ante todo un ensayito sobre la forja de una sensibilidad concreta. Esa sensibilidad franciscana, nacida por impulso de un santo excéntrico en un tiempo apasionante dentro de la larga y fecunda Edad Media, se expresaría en vesania, ingenuidad, simpleza (en el mejor sentido de la palabra), rebeldía y heroísmo. Es una actitud que podemos ver desorganizada en tiempos y personajes distantes. Valero no solo la busca en los siglos posteriores a Francisco, y la encuentra en Simone Weil o en Pasolini, por ejemplo, sino mucho antes de Francisco, en Diógenes y en los padres del desierto, entre otros.
«Lo cierto es que la verdadera importancia histórica de san Francisco y de su mensaje consiste esencialmente en su capacidad, impensable para nadie en sus inicios, de transformar la sociedad, la religión y hasta el arte de su tiempo», explica el autor, y añade que a partir de su tiempo «nació una nueva sentimentalidad, y con ella nuevas formas de expresión y de relaciones urbanas. En definitiva, asomarse al siglo XIII significa contemplar un paisaje reformado en mayor o menor medida por los ideales franciscano».
Me gusta mucho la manera discreta en que Valero presenta el conjunto. En ningún momento irrumpe en él, más allá de consideraciones indulgentes y acotaciones culinarias. Con una prosa nítida, hace hablar al paisaje y al tiempo. Su misma erudición es transparente, al servicio del proyecto, que es narrar esa nueva sentimentalidad franciscana a través de los códigos, más o menos ocultos, que han quedado insertos en pintura y arquitectura, en calles y templos, y en la memoria de los hombres que se identificaron con un hombrecito tan ridículo como épico.
A través de todo ello, Valero reivindica también el legado generador de una Edad Media que ya no es posible ver bajo el cliché de la oscuridad y el vacío intelectual. El autor recuerda lo que dijo Josep Pla en Asís: «La Edad Media tendrá cada vez más admiradores. Cada día se tendrá más por una época deliciosa o idílica». Quizás es exagerado hablar de tiempos idílicos, pero no lo es en absoluto en el caso de deliciosos. Francisco es el mayor ejemplo: su locura es deliciosa y solo es posible en un tiempo tan fascinante como el siglo XIII, en una sociedad que creía a pies juntillas en los viejos milagros mientras en sus ciudades apuntaba ya el moderno capitalismo.
La verdad es que sale uno entusiasmado de El tiempo de los lirios, y ni siquiera hace falta que busque las palabras fuera de este libro porque también aquí están contenidas: «Salimos por fin, saciados y alegres, con los ojos llenos de pinturas y cuentos medievales». Pues eso.