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La vegetariana

‘La vegetariana’: el drama de la opresión contado por una Premio Nobel

Brutal, desgarradora, angustiosa y sin atisbo esperanza. Y a la vez adictiva, original, impredecible y sobrecogedora. Así son las complejas dos caras de la moneda de La vegetariana, la obra que más se ha popularizado de la, hasta ahora bastante poco conocida premio Nobel de Literatura, Hang Kang.

Desasosiego. Esa es, posiblemente, la palabra que mejor define lo que le ocurre al lector cuando se adentra en las páginas de una novela que está a caballo entre el realismo mágico y el existencialismo, pero que se encuentra en algún punto desconocido por nosotros hasta ahora. Desasosiego porque nos cuesta comprender la vida de su protagonista, nunca narrada por ella misma, sino a través de una coral de voces que aportan tres perspectivas muy diversas de una extraña realidad.

Traductor: Sunme Yoon
Random House (2007, 2024). 168 páginas

La vegetariana

Han Kang

El trasunto de la historia –no desvelamos nada con esta información porque está en el título de la obra– es que una joven mujer surcoreana acaba de volverse vegetariana por unos motivos difíciles de comprender relacionados con unos extraños sueños. En los primeros compases descubrimos la herida de la salud mental. La realidad que se esconde detrás de un comportamiento que se vuelve compulsivo refleja una huida hacia delante de la opresión de las normas, de un modelo educativo autoritario, estricto y carente de apego, de unas relaciones familiares impersonales e hipócritas y de un concepto de matrimonio utilitarista y despiadado.

Porque en este ejercicio literario que con enorme destreza ejecuta Hang Kang y traduce Sunme Yoon para Random House, hay mucho más que la historia de Yeonghye, una mujer aparentemente normal, incluso anodina, elegida por su marido precisamente porque nunca pensó que fuera una persona especial. Es una crítica amarga a algunas formas de ser propias de la cultura coreana que en occidente resultan desconocidas o, como mucho, a duras penas vislumbradas desde que algunas plataformas de streaming han popularizado un puñado de películas y series de factura asiática.

Lo que se siente al leer esta novela, desnuda, implacable, imposible de dejar a un lado, aunque no esté narrando unos acontecimientos sino unas vivencias que se alargan en el tiempo, es lo mismo que hemos visto tantas veces reflejado en titulares sobre la sociedad coreana: a fuerza de perfeccionismo y una compleja mezcla entre tradición y progreso, la salud mental de uno de los países más desarrollados del planeta pende de un hilo. Como la de nuestra protagonista. Como la de los personajes de alrededor, que se creen más cuerdos que ella.

Lo importante en la vida de Yeonghye no es, naturalmente, que sea vegetariana. Lo que marca el ritmo de las trepidantes páginas y engancha las historias de unos personajes con otros, es que ella rompe con el destino establecido, con lo que se esperaba de una persona de sus características. Pero ni el mundo que le rodea ni ella misma están preparados para hacer frente a un giro de guion imprevisto y penalizado.

Hay, en los demás personajes, otras muchas transgresiones a los estándares establecidos. Pero la hipocresía de una sociedad que sólo funciona de cara a la galería las permite sin demasiado sonrojo. Sin embargo, nuestra vegetariana recibe la crítica despiadada de los que se supone son su soporte vital, es utilizada por quien ve en su locura una oportunidad para sacar rédito personal y sólo parece ser querida en la medida en la que provoca potentes y poco caritativos sentimientos de culpa a su alrededor. Todo para nada, porque ella ha roto ya para siempre sus ataduras y no va a recuperar el discurso cuerdo que se espera de ella.

Un libro que lleva a la desesperanza. Y sin embargo, esconde un regalo: al cerrar sus páginas regresamos a un mundo que, por fortuna, todavía no es así.

En este mundo woke en el que se ha premiado a Hang Kang con su peculiar literatura, ya han surgido las primeras voces que leen en sus páginas una crítica contra el hetereopatriarcado opresor y el capitalismo delirante, otra más. Quizá. No hemos podido preguntar a la autora si este era su cometido. Pero caben más lecturas de una obra tan confusa como atractiva, con algunos fragmentos de encuentros sexuales claramente subidos de tono, con otros marcadamente violentos, con muchos, la mayoría, tremendamente desesperantes.

Cabe la lectura de la soledad, cabe la de la incomprensión, cabe la de todos los problemas que causa la falta de comunicación, cabe la de la falta de empatía, la del egoísmo, cabe la lectura de la familia que no se sustenta en valores compartidos, cabe la lectura del desamor, la de la angustia existencial, la del fracaso personal, la del aislamiento. Es, en fin, un libro que lleva a la desesperanza. Y sin embargo, esconde un regalo para el lector: al cerrar sus páginas regresamos a un mundo que, por fortuna, todavía no es así.