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Cubierta de Un día en la vida de Abed SalamaAnagrama

‘Un día en la vida de Abed Salama’: crónica del sufrimiento palestino

Un accidente de tráfico sucedido a las afueras de Jerusalén le sirve a Nathan Thrall para ahondar en el sufrimiento diario del pueblo palestino

Decir que el conflicto entre Israel y Palestina está más de actualidad que nunca se ha convertido, por desgracia, en un lugar común, que puede aplicarse prácticamente a cualquier momento histórico desde hace casi ochenta años. El enfrentamiento, que es el más longevo de los conflictos bélicos existentes hoy día, se inició hace más de un siglo, y, teniendo en cuenta los acontecimientos más recientes, las perspectivas de futuro no son muy halagüeñas. Lo más probable es que quede conflicto para rato.

Traducción de Antonio Ungar
Anagrama (2024). 607 páginas

Un día en la vida de Abed Salama

Nathan Thrall

De ahí que siempre sea buena noticia la aparición de una novela, una serie o una película que nos permita adentrarnos en este poliédrico y endiablado conflicto, que ni siquiera los que llevamos años estudiándolo terminamos de comprender en todas sus dimensiones. Como decía un experto en este asunto, «si crees que entiendes el conflicto, es que te lo han explicado mal».

Una de las aportaciones literarias más recientes es Un día en la vida de Abed Salama, escrita por Nathan Thrall, un periodista estadounidense que lleva años cubriendo el conflicto para algunos de los principales medios internacionales. En esta obra, a caballo entre la novela y la crónica periodística, Thrall se sirve de un suceso real –un accidente de tráfico acontecido en 2012 en el que murieron varios niños palestinos que viajaban en un autobús escolar– para describir la dura vida de los palestinos que viven al otro lado del muro que divide la Jerusalén israelí de la zona cisjordana.

Radicado desde hace tiempo en Jerusalén, Thrall demuestra un profundo y detallado conocimiento de la problemática situación geográfica y política que se vive en la ciudad, una urbe que Israel reclama como capital e indivisible del país pero a la que los palestinos, debido a su importancia religiosa e histórica, se niegan a renunciar.

Uno de los mayores aciertos de la novela es la vívida descripción que Thrall hace de la sociedad palestina. Sirviéndose de la biografía de Abed Salama, un palestino de media edad cuyo hijo está involucrado en el fatal accidente, el autor muestra de manera caleidoscópica el modo de vida de los palestinos de las periferias de Jerusalén. Desde sus condiciones de vida hasta su modo de relacionarse entre ellos, pasando por las jerarquías sociales y por el modo de entender el amor y el matrimonio, todas estas facetas son descritas con una sensibilidad y una cercanía que permiten al lector adentrarse en esta comunidad y comprender mucho mejor su realidad.

Ahora bien, el verdadero protagonista de la novela no es Abed Salama ni ningún otro de los numerosos personajes que van desfilando por la novela –de manera, dicho sea de paso, algo desordenada y confusa, lo que obliga al lector a consultar el glosario de nombres con excesiva frecuencia–. En realidad, el protagonista en la sombra es el trato discriminatorio e inhumano que el Estado israelí depara al pueblo palestino.

En concreto, el accidente que hace de eje a toda la obra sirve al autor para mostrar de manera vívida el sinfín de dificultades y problemas que los ciudadanos que viven en la parte oriental de Jerusalén deben enfrentar diariamente. En un tono de denuncia que acompaña a toda el relato, Thrall no duda en señalar que las muertes de los niños que viajaban en el autobús escolar se debieron en gran medida a los innumerables controles del ejército israelí que dificultan a diario el tráfico en la zona y, en última instancia, a la inacción y desidia por parte de las autoridades de dicho país.

Sin duda, a poco que se conozca la región, debe reconocerse que el retrato de las condiciones de vida y del día a día de los palestinos de esa región se ajusta en gran medida a la realidad. Ahora bien, lo que Thrall no plasma es el punto de vista israelí, sobre todo en lo que respecta al motivo que llevó a la construcción del muro en 2002, que no es otro que la oleada de atentados suicidas perpetrados por terroristas palestinos en Israel, y que se cobraron centenares de víctimas inocentes.

Como es natural, señalar esto no implica justificar ni la construcción del muro ni el trato vejatorio que las autoridades israelíes deparan hacia la comunidad palestina, pero sí permite tener una comprensión más completa de la situación. Sin embargo, Thrall no comenta nada al respecto, y dicha omisión, que constituye la gran laguna de esta novela, impide al lector tener una visión más amplia de la historia.

Con todo y con eso, se trata de una obra recomendable que aporta una comprensión más profunda y detallada de la vida de los palestinos y, en general, del sufrimiento que las gentes de esta región llevan padeciendo desde hace décadas.