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Cicerón. Palacio de la Justicia, Roma

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Dialogamos con Cicerón acerca ‘De la amistad’

Una reflexión que no ha perdido vigencia desde Roma hasta hoy y que nos demuestra la importancia de escuchar a los clásicos para no olvidar la esencia de las relaciones que de verdad nos configuran como seres humanos

Las situaciones vitales más críticas son grandes oportunidades. Si estas les sobrevienen a los grandes pensadores y literatos, la oportunidad –muchas veces– toma forma escrita. Al final de su vida, anciano, hastiado de la política romana y desprovisto de mujer e hija (por el divorcio de la primera y la muerte de la segunda), Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.), el orador latino más célebre, vuelve su mirada y también su mente y corazón, a dos realidades humanas esenciales: vejez y amistad. De tan humanas, todo lector es adecuado interlocutor del sabio romano en esta elevada y, no por ello menos personal, reflexión de corazón a corazón.

Cubierta de Sobre la vejez

Traducción y edición de Mª Esperanza Torrego
Alianza (2013). 200 páginas

Sobre la vejez/Sobre la amistad

Marco Tulio Cicerón

El diálogo platónico será el formato escogido por Cicerón para ambos tratados, fiel a la tradición griega de la que se nutren también sus ideas y su postura estoica. Por medio de este recurso, el autor se esconde detrás de uno de los personajes, Lelio, en el caso del De amicitia, para dar rienda suelta a sus divagaciones. Con todo, aunque el diálogo arranca con tres hablantes, pronto deriva en un monólogo sin apenas intervenciones en el que Lelio, que da nombre al tratado, es la única voz del escrito. En el preámbulo, Cicerón trae a la memoria un relato que escuchó narrar a su tutor Mucio Escévola: la conversación que este había mantenido con Cayo Fanio y Lelio. Entonces corría el año 129 a.C. y acababa de fallecer Escipión el Africano, grandísimo amigo de Lelio, suegro de los otros dos participantes del diálogo. El acontecimiento es la excusa elegida como punto de arranque del diálogo Sobre la amistad.

El tratado es breve en extensión pero denso en contenido pues Lelio va desgranando las cuestiones mayores pero también los decisivos pormenores que definen la amistad. Con el regusto de la reciente muerte de su amigo, desde el inicio del tratado, Lelio insiste en el carácter inmortal de toda relación de amistad. El mejor amigo de Escipión se emociona al esperar «que sea eterno el recuerdo de nuestra amistad». No se equivocaba el protagonista de esta obrita pues, aún hoy, los lectores posmodernos se ven incapaces de negarles un lugar en la lista de parejas de amigos de todos los tiempos.

Años más tarde, otro gran amigo de sus amigos, esta vez un británico del S. XX, habla de la génesis de la amistad en términos muy parecidos a los del autor de la época romana. Para C. S. Lewis es en el «¿Cómo, tú también?» donde dos nuevos amigos se reconocen. Ya lo había mencionado Lelio al insistir en el recuerdo de todo lo compartido con el amigo, como esencia de la relación entre ambos. Ahora bien, apunta que esto será válido siempre que lo compartido se dé entre personas de bien que tienen la mirada puesta en la virtud como fin último que han de ayudarse a alcanzar.

Este compartir no se limita únicamente al ámbito de las ideas o de los gustos, sino que alcanza a las experiencias y avatares vitales. De hecho, parafraseando a Ennio, Lelio advierte que «un amigo cierto se descubre en situaciones inciertas». La prueba es clave para determinar a los amigos verdaderos, pues habrá quienes, queriendo compartir únicamente los momentos de prosperidad, nos abandonen en la desgracia. En este sentido, la lealtad ha de ser uno de los cimientos de toda relación de amigos. Esta apela a la sinceridad y exige de la amonestación y la corrección cordial, espantando así la adulación y la copia insulsa del modo de proceder del amigo.

Lejos queda, por lo tanto, la creencia de que la amistad surge de una carencia. Una tentación que hará sonreír al lector de nuestro siglo. Sin duda alguna, Cicerón tiene la habilidad de identificar riesgos en los que incluso los amigos de este tiempo siguen incurriendo. No cabe, por lo tanto, el utilitarismo ni la amistad por necesidad pues «los que fingen amistades por conveniencia, deshacen el núcleo más amable de la amistad, pues lo que satisface no es tanto el provecho logrado por mediación de un amigo como el propio amor del amigo».

Escrito hace más de veinte siglos, este tratado no deja de tener vigencia. Muchos autores han tomado el relevo del autor latino para hacerse eco o refutar los miles de matices de la relación entre amigos y de la esencia de la amistad humana. La amistad, ínsita a la esencia relacional humana, ha sido la protagonista de los debates más elevados, al igual que de las conversaciones más cotidianas. Desde Cicerón hasta hoy, y por siempre (si es que el hombre sigue teniendo amigos) esto es amistad, quien la probó lo sabe.

También la vejez la probamos… pero eso dará para otra reseña.

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