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Un joven escucha las palabras sabias de un anciano

Un joven escucha las palabras sabias de un ancianoKarl Ernst Forberg

Perdiendo el miedo a la vejez de la mano de Cicerón

El orador latino desmiente miedos y tópicos eternamente universales acerca de esta última etapa vital hasta el punto de despertar en nosotros el anhelo de una ancianidad en consonancia con la propuesta del filósofo latino

«Sospecho que te preocuparán a veces muy seriamente las mismas cosas que me preocupan a mí». Así se dirige Cicerón a su compañero Flaminio en el prólogo de este diálogo. Y así se dirige, en realidad, a todo ser humano a quien ha rondado la inquietud acerca de una vejez que, como bien advierte el estoico, «ya apremia o ya está llegando». A fin de aligerar este peso a su amigo, nada mejor que dar voz a un anciano experimentado y venerable como Catón el Viejo. Sus interlocutores, que enmudecen tras el preámbulo del diálogo, serán Lelio y Escipión, el nieto del Africano.

Cubierta de Sobre la vejez

Traducción, edición y notas de Mª Esperanza Torrego SalcedoAlianza (2024). 208 páginas

Sobre la vejez/Sobre la amistad

Cicerón

La estructura del diálogo es sencilla. Cuatro causas por las que despreciar la vejez acompañadas de la correspondiente refutación de Catón a cada una de ellas, seguida de ejemplos concretos de personajes históricos y citas de obras clásicas que refuerzan sus argumentos. Las réplicas negativas acerca de semejante edad parecen pronunciadas por hombres del tiempo presente, lo que demuestra la actualidad de la preocupación y la legitimidad de la reflexión que esta suscita. Con todo, el lector de nuestro siglo se sorprenderá ante la venerada posición que un anciano ocupaba en la Antigua Roma. Escandaloso le resultaría a Cicerón el menosprecio a los mayores imperante en nuestra cultura posmoderna. Vergonzosa realidad la nuestra que manifiesta lo acuciante de escuchar a quienes sí sabían valorar a los ancianos. Nos conviene, por lo tanto, leer (y aprender) de este diálogo.

En la Roma de Cicerón, el término «anciano» podría muy bien ser sinónimo de «sabio». Es por ello que la voz de Catón, él mismo de edad avanzada, resuena en este diálogo como palabra de autoridad, no solo por el conocimiento que muestra de los clásicos tanto griegos como romanos, sino por la experiencia de toda una vida, profundamente vivida, a las espaldas. El joven debe aprender del anciano; esto era innegable entonces, quizá no tanto ahora. Catón aligera el «peso» con el que se tiende a identificar la vejez. Una identificación que este sabio considera poco acertada y que desglosa en otras cuatro afirmaciones no mucho más justas por las que la postrera etapa vital es vista como una edad miserable: la vejez impide hacer cosas, debilita el cuerpo, priva de casi todos los placeres, no se encuentra lejos de la muerte.

A la hora de matizar semejantes clichés, Catón insiste en que cada edad tiene sus pormenores y advierte que una vejez problemática no siempre depende de los achaques que ella misma pueda acarrear, sino que, muy frecuentemente, es consecuencia del modo de ser de cada quien. Es más, el arma para sobrellevar la vejez de forma honrosa es cuidar el ejercicio de los valores durante la vida; el fruto, el recuerdo de aquellas buenas acciones pasadas.

En cuanto al temor a la muerte, y en línea con la creencia platónica de la inmortalidad del alma, no muestra el Censor excesiva preocupación por el final de la vida. No tiene reparo en avisarnos de que todos habremos de morir en un momento u otro y este hemos de esperarlo con ánimo tranquilo, pues desconocemos cuándo llegará. Entre tanto, aunque uno sea físicamente anciano, no estará nunca privado de la juventud mientras sepa conservarla en espíritu. Si sigue los consejos de Catón podrá incluso autodenominarse, como ya lo hizo de sí mismo aquel anciano Papa, «un joven de 83 años».

En su conjunto, la imagen que Cicerón dibuja de la vejez no está exenta de idealismo, a veces excesivo. Tampoco carece de tintes estoicos ni platónicos, manifiestos en el consiguiente menosprecio de los placeres y en la no muy positiva concepción del cuerpo. Con todo y con eso, el sabio latino logra que, al concluir la lectura, uno desee alcanzar el final de la vida sin pesar, sino más bien, como Catón, con el descanso de haber vivido «de una forma que me hace estimar que no he nacido en vano».

Escrita al final de su vida, Sobre la vejez, puede muy bien ser el consuelo que el propio Cicerón necesitaba en su ancianidad. Al dar voz a Catón, escucha él mismo las palabras que habrían de dar sentido a su vida, en un momento crítico, un año antes de su muerte. Confiemos en que, al menos Cicerón, al poner punto y final a su diálogo, así lo percibiera. Y que pudiera confirmar, con la propia experiencia aquello que acababa de hacerle decir a Catón acerca de la vejez.

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